El artista plástico Fernando Otero aprovecha la remodelación de su casa miraflorina para reflexionar sobre la relación entre psique, creación y arquitectura.

Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart

Fernando Otero

La última vez que Fernando Otero acometió la reconstrucción de un espacio para hacerlo suyo, hace casi nueve años, el resultado no solo fue el loft donde viviría. También fue una exposición de pintura titulada “Autoconstrucción”, donde el artista plástico mostró piezas realizadas durante el proceso de diseño y creación de su nuevo hogar, una obra “centrada alrededor de la arquitectura como trabajo intelectual y de abstracción sobre cómo queremos vivir y el orden que queremos darle a esa vida”, recuerda. En aquella oportunidad, para darle forma a este loft levantado sobre el techo de la casa de una planta que pertenecía a su familia, se apoyó en el diseño del arquitecto Carlos Abril, “y yo me encargué de darle la contra en todo”, dice Fernando, riendo pero no en broma. “Y quedó muy bien porque somos muy buenos amigos”.

Pero el espacio no es estéril. Este fue su hogar y su taller durante mucho tiempo, con ambientes que se rearmaban, que eran testigos de la aparición de nuevos intereses en su obra. Con piezas que crecían y se iban. Este año llegó el momento de intervenir el lugar con una serie de cambios arquitectónicos que el propio Otero determinó con ayuda de amigos especialistas, y guiándose por su propia intuición y experiencia sobre lo que necesitaba. “Estoy en contra de esa idea de construir la casa de tus sueños y envejecer en ella”, enfatiza el artista. “Creo que hay que transgredir la casa y obligarla a que acompañe tu evolución”. Esa premisa dirigió la renovación.

Fernando Otero

Destruir-reconstruir

La remodelación ha integrado la primera y la segunda planta. Para lograrlo, se eliminó el muro de ingreso y una escalera de caracol, y se colocó una nueva puerta de entrada de fierro y vidrio para ganar luz. La primera planta se convirtió en espacio de trabajo, de instalación y exhibición de la obra de Otero. También incluye la cocina y un dormitorio de huéspedes donde suelen quedarse los amigos que llegan a Lima en época de ferias. Unas nuevas escaleras de concreto conducen a la parte alta, donde se ubica el área social –una sala, una barra de concreto a manera de bar, y el comedor–. También hay un altillo donde está el dormitorio principal. En este espacio, una intervención drástica ha sido la reconstrucción del techo, que ahora tiene la mitad caída, en ángulo. Quedan por concluir la terraza y el jacuzzi que se comunicarán con el baño. El proceso sin duda tendrá repercusión en la nueva obra del artista plástico.

Fernando Otero

Sus piezas siempre evidencian un proceso constructivo, que quizás se note con más claridad en sus cajas, instalaciones escultóricas. “La arquitectura siempre ha estado presente en mi obra”, concede Otero, quien incluso pensó en estudiar la carrera antes de decidirse, finalmente, por la Facultad de Arte. Sin embargo, ha diseñado mobiliario y ha hecho algo de interiorismo. “En la arquitectura he encontrado referentes y metáforas: el suelo que te sostiene, el techo que no te permite crecer más, la escalera que te ayuda a ascender o a descender… Podría hacer una exposición de cada uno de estos elementos”, asegura.

El nuevo espacio se ha vestido con los muebles antiguos. “No me gusta decorar, arreglo la casa cuando va a venir alguien”, revela el artista. “Pero ese arreglo dura poco, porque hay un caos creativo que lo toma todo. Yo necesito partir del caos, tener materiales tirados, todo a la mano, de ahí surgen cosas interesantes e inesperadas”.

Fernando Otero

Espacios cíclicos

“Quizás todo coleccionista ha soñado con un holocausto que lo liberará de su colección, reduciéndolo todo a cenizas, o enterrándolo bajo la lava. (…) Pero si un coleccionista capaz de semejante furia sobreviviera a su fuego o a su momento de paroxismo, probablemente iniciaría otra colección”. Fernando Otero cita un fragmento de “El amante del volcán”, el libro de Susan Sontag que descansa sobre su mesa de noche. Antes de esta remodelación, compartía su taller y su espacio vital con todas sus colecciones, que lo rodeaban. Desde collares, grabados antiguos, esculturas de cabezas y de manos, globos terráqueos, mapas y medallas hasta colecciones tan específicas como fotos de volcanes y fotos carnet, todo ello, reunido a lo largo de los años, se ha convertido en insumo para sus obras, como sucedió con las reglas de madera que se transformaron en una de sus series de esculturas más reconocibles. Otero empieza cada colección a partir de su fascinación por el objeto, aunque luego se desprenda. Sin embargo, este proceso de remodelación también ha replanteado la forma en que se rodea de sus colecciones. “Te mencionaba este texto de Sontag que habla sobre la necesidad de recomenzar”, continúa el artista. Sabe que la vida de toda colección es cíclica. “Aquí llegó el momento de sacar esos objetos y organizarlos en cajas, botar muchas cosas, ordenar. Y volver a empezar”.

Fernando Otero

Artículo publicado en la revista CASAS #250