Tras la cancelación del vuelo que los traería de Sao Paulo a Lima, Josiah Marshal (bajo), Julien Ehrlich (batería y voz) y Max Kakacec (guitarra) llegaron a nuestra capital un día después de lo previsto, con el cansancio a cuestas. Los demás miembros de la banda, Will Miller (trompeta), Malcolm Brown (teclados) y Print Chouteau (guitarra) habían llegado un día antes, justo a tiempo para ver el partido Perú–Nueva Zelanda y celebrar el triunfo –con sus camisetas bien puestas– en las calles de Miraflores.

“Ha sido frenético”, me dice Julien cuando le pregunto sobre el tour latinoamericano. Es su manera de expresar –creo yo–, que si bien es, probablemente, el sueño de todo músico estar de gira con su banda, se sienten cansados. Como un turista que sueña con viajar por el mundo y que a la segunda semana no soporta más esos trotes. Aun así, Julien y Max se sentaron a conversar con nosotros recién bajados del avión y sin haber almorzado, antes de su concierto de la noche en Bazar de Miraflores.

WHITNEY EN LIMA

Por Vania Dale Alvarado   Fotos de Josip Curich

Dave’s Song es un gran arranque para un concierto de Whitney. El bajo del inicio hace un anuncio calmado: el concierto ha empezado. “Oh I wish you were my friend”, canta Julien, y la guitarra de Max explota junto con la batería. La gente ya está dentro.

Después de saludar brevemente al público, tocaron una de sus canciones más conocidas. No Matter Where We Go es perfecta  para hacer crecer el entusiasmo que ya había sembrado Dave’s song, que ya había puesto la miel en la boca. El video de la canción es una oda al amor juvenil y despreocupado, de cigarrillos en la cama y cuerpos semidesnudos que ríen entre las sábanas. A la gente le gusta mucho, es fresca y alegre. A mí también. “I can take you out/I wanna drive all around with you with the windows down/And we can run all night”, dice el coro. Imposible resistirse.

Como banda joven, que tiene pocos temas –apenas un disco de diez canciones–, tocaron también algunos covers. La tercera canción fue On The Way Home, de Neil Young, cuando aún tocaba con Buffalo Springfield. Ahora entiendo a qué se refería Julien cuando, en una entrevista telefónica, me dijo que estaba obsesionado con la primera época de Neil Young…

Luego vino Polly, mi favorita. Como el comienzo de la canción es solo voz, Julien se lleva las manos hacia atrás, como conteniéndose de dar algún golpe a la batería. Polly es una canción dulce y melancólica… hasta que entra la banda. Entonces se convierte en este himno triunfalista que caracteriza a varios de los temas de Whitney, pero con ese toque de nostalgia que la guitarra con slide de Max le imprime. En vivo fue hermosa, bailable y hasta merecedora de una que otra lágrima. “If only we were young…” canta Julien, como añorando una juventud que, sin embargo, no se le ha ido. Nuevamente, siento que Whitney juega con este tema, que siempre anda evocando imágenes sonoras que, de alguna manera, remiten a la idea de ser jóvenes y libres. Tal vez por eso me gusta tanto. Por eso y porque el cierre de la trompeta es exquisito (y en vivo lo fue aún más).

Desde la tarde, durante la prueba de sonido, Julien se quejaba calladamente de un dolor en la muñeca derecha. “Creo que tengo daño en el nervio o algo así”, comunicó a la audiencia ya durante el concierto, como si nada. Y también como si nada, empezó a tocar Red Moon, el tema instrumental del álbum que permite que cada uno se explaye un poco más en su instrumento (especialmente Will en la trompeta). Los chicos empiezan a improvisar y a sonreír. Porque eso es lo que hacen los de Whitney: reírse, abrazarse y tocarse mucho. Esa complicidad se deja ver sobre el escenario de maneras más sutiles, como en la mirada atenta de Josiah que pretende leer cada movimiento de Julien, y que lo espera para poder entrar juntos. La química entre bajo y batería es evidente y hasta tierna, porque asoma en ella un atisbo de verdadera amistad. Es un placer escuchar a músicos talentosos sin la necesidad de lucirse, todos al servicio de la canción, con egos bastante balanceados. Finalmente, eso es lo que hace a una banda.

Ahora empezó Golden Days, otra de las preferidas del público, que silbaba emulando los solos blueseros de guitarra. A veces, cuando veo tocar a Julien, me parece que se le escapan unos destellos de energía en los redobles, como si la emoción le ganara; y creo que, con este tema, siempre le pasa (incluso hoy, a pesar de la muñeca lastimada). El final de la canción –de por sí glorioso– se vuelve épico cuando un coro de cientos de voces se suma a la de Julien. Hoy es un día dorado.

Como el lugar era propicio y facilitaba la interacción con el público, se animaron a tocar Light Upon The Lake, que marcó el momento íntimo de la noche. La sola voz de Julien resonaba, estremecedora, en su tarola, mientras cantaba:

Fire across the planes

Light upon the lake

Lonely haze of dawn

When old days are gone

Will life get ahead of me?

All these times will change

I can’t turn away

Planes are heading home

When old friends are gone

Will life get ahead of me?

Siento que esta canción describe bien el feeling de la banda… Supongo que no en vano el disco debut lleva su nombre. “Lonely haze of dawn”… Me los imagino despertando en sus carpas frente a un río en otoño, disfrutando de paisajes rurales en su natal Chicago. Emocionante es poco.

“Esta es nuestra ‘última canción’”, anuncia Julien. “En realidad, vamos a irnos por treinta segundos y vamos a regresar a tocar algunas más”, bromea. Es claro que las tradiciones no son lo suyo. Unos minutos más tarde, volvieron a entrar todos al escenario con sus camisetas de la selección peruana. En la cumbre del concierto, la alusión al triunfo de la noche anterior resultó en un instante apoteósico. Para coronar el momento, Julien hizo mención al otro concierto que se llevaba a cabo en Lima en ese momento: “Phoenix is not gonna fucking do this”, dijo, riendo, antes de aclarar que ambas bandas son amigas.

Después de On My Own, The Falls y un par de covers, empieza a sonar No Woman y todos sabemos que eso significa que el concierto está por acabar. Recuerdo que esa canción la escuché hace más de un año, probablemente cuando tenía poco tiempo de lanzado el disco, y ahora es uno de los soundtracks de mi vida, una de esas canciones que escuchas de nuevo años más tarde y están plagadas de recuerdos. Creo que a muchos les pasa lo mismo. No woman conecta de una manera que no logro explicar. Por eso le pregunté a Julien en aquella entrevista telefónica por qué creía que era la más escuchada de todas sus canciones sin ser un single típico. A pesar de decirme que ellos sabían que era especial, no me supo dar una respuesta concreta. Y eso pasa a veces con las canciones más increíbles: no logras explicar por qué te conmueven tanto.

Los intervalos entre los versos de No woman la vuelven una canción propicia para que Julien respire. Sobre todo hacia el final, cuando la guitarra y la trompeta agarran protagonismo, antes de esos segundos de silencio que parecen anunciar el fin, pero que en realidad dan paso a la voz de Julien, que, sola, llega para cerrar la canción. En ese silencio, en ese falso final, el público empezó a aclamar a la banda. “Olé olé olé Whitney, Whitney”, repetía la gente, mientras los Whitney alistaban celulares para captar el momento, para después retomar sus instrumentos, desfogar la última dosis de energía que les restaba y poner punto final a un concierto que no pudo ser mejor.