Sesgados por una mirada de nuestra historia divisionista, nuestras nuevas generaciones creen -falazmente- que estamos hechos de luchas de clase perpetuas y que los supuestos (o inventados) extremos no se tocan ni se conectan.

Por José Ignacio Beteta B – Director de la Asociación de Contribuyentes del Perú

La historia que nos contaron del Perú tiene más episodios de división que de unidad. La historia que nos contaron del Perú tiene más imágenes de rechazo y distancia, que de aceptación y cercanía. Y esto ya nos debería llamar la atención. Sin embargo, la historia que nos contaron -y que aún les cuentan a nuestros niños- adolece de dos patologías: la primera es que proviene del sesgo de quien la escribe, y en nuestro país la mayoría de los historiadores consumieron o utilizaron para hacerlo, un enfoque dialéctico de raigambre marxista, con el cual interpretaron hechos y procesos, nutridos de lógicas de poder, lucha de clases, estructuras colectivas o idealismos igualitarios.

La segunda patología que sufre la historia que nos contaron es que no toma en cuenta que la vida es mucho más que un marco teórico, un proceso de deconstrucción o relativización de términos, o un libro y que cuando uno mira al pasado, solo ve las sombras de lo que ocurrió; la vida y sobretodo el pasado están hechos de misterios, incertidumbres, categorías que cambian silenciosamente, espacios de unión, diálogo, cercanías, mezclas eclécticas de objetivos y sucesos, síntesis y solidaridades que a veces no se quieren ver.

Así, sesgados por una mirada de nuestra historia divisionista, nuestras nuevas generaciones creen -falazmente- que estamos hechos de luchas de clase perpetuas y que los supuestos (o inventados) extremos no se tocan ni se conectan.

Pero esto no es así. Existe en la existencia una gama inmensa de matices, claroscuros, y entramados que son más reales e importantes que los opuestos en los que una historiografía dialéctica o marxista se quiere enfocar.

Analizamos la independencia (1821-1824) y asumimos que fue la élite criolla (supuestamente egoísta, opresora y convenida) la que “acaparó” inmaduramente el proceso, pero perdemos de vista que españoles, extranjeros, negros e indígenas también participaron de las batallas emancipadoras y esto está debidamente documentado. Si bien es cierto muchos peruanos no confiaban en el proyecto republicano (lo cual era comprensible) y otros vivían en zonas alejadas en las cuales estos eventos no influyeron sustancialmente, el mestizaje había hecho ya su trabajo, la noticia corría y ya no éramos un pueblo de blancos e indios. El país se movió al ritmo de los paradigmas globales del momento. Caminamos el sendero que el siglo XIX nos proponía y a lo largo de él, construimos las bases de un Estado moderno con leyes, normas y principios constitucionales.

La Guerra del Pacífico (1879-1883), motivada más bien por intereses extranjeros con los cuales no teníamos intensiones de chocar y hacia los cuales como peruanos nunca dirigimos malas intenciones o voluntades, desnudó, es verdad, nuestra poca cohesión como sociedad. Sí. Pero era el siglo XIX, éramos una joven república, ¿cómo podíamos estar integrados como república si no teníamos ni 60 años construyéndola? Asumir por ello que la derrota del 79 se debió otra vez al egoísmo de la élite criolla o a una supuesta desintegración social, es una generalización anacrónica e injusta que debe ser cuestionada.

Y así podríamos seguir porque si queremos ver divisiones o defectos en la realidad humana, y por lo tanto en la nuestra, no tenemos que hacer mayor esfuerzo. Ni Leguía con su celebración del Centenario de nuestra independencia (1921) gatillaron una “Patria Nueva” ni Velasco nos hizo despertar en la tierra prometida con su “Revolución” o sus Reformas (1968-1975). Pero es que nadie debió haber esperado nunca que eso ocurra. Repito, el sesgo dialéctico e idealista de la interpretación marxista de la historia nos confunde y nos hace enjuiciar a nuestros antepasados con nuestros paradigmas, ver su desempeño como un proceso gradual en el que se van o no pareciendo a nosotros, y esperar de ellos que hubiesen actuado de una forma cuando ni siquiera podremos saber qué pensaban, qué querían o inclusive qué ocurrió realmente.

Hoy, a 200 años de nuestra independencia, tenemos un nuevo reto y ya no podemos mirarnos desde la óptica de la división o la lucha de poderes marxistas. El reto hoy se llama “no caer otra vez en una época oscura debido a la precariedad, ideología y corrupción de nuestro estado y sus líderes”. El reto consiste en deconstruir la mirada negativa que tenemos sobre nosotros como nación.

Y para afrontar este reto, y como conclusión de estas reflexiones, me atrevo a decir que es urgente entendernos unidos, juntos, sin colores, géneros, creencias o religiosidades, pero eso exige humildad de quienes apoyaron o permitieron que estemos en esta situación, y real compromiso de parte de quienes quizás nos preocupamos exageradamente por resultados pragmáticos e inmediatos; es urgente comprendernos como personas naturalmente complejas con muchos anhelos y sueños, pero eso exige empatía y diálogo; es urgente tenernos más respeto y consideración, no esperar de nosotros purismos ideológicos, sino simplemente esperar de nuestros compatriotas una buena mano que coger, un buen mensaje que gritar, una buena idea que realizar, porque ya venimos retrasados en la carrera, desde hace varios años, y nuestro futuro y el de nuestros niños está en juego. El objetivo es muy sencillo: construir un país moderno, próspero, desarrollado para todos, y ¿quién no querría esto para el Perú? Yo creo que nadie. Entonces la unidad no es imposible.

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José Ignacio Beteta B.

 

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