Comprendamos, entonces, la necesidad de recuperar la mística de la Policía reside principalmente en la correcta aplicación de la justicia, para lograr a cabalidad un buen servicio policial.
Por Vanya Thais
Hace 148 años, se dio la primera reorganización del cuerpo de Policía y nace la Guardia Civil del Perú, que logra su título de Benemérita por su lucha contra la subversión y posteriormente, el terrorismo. El 30 de agosto se conmemora a este ya extinto cuerpo policial y solo nos queda preguntarnos cuál fue el costo institucional de la pérdida de nuestras fuerzas policiales, hoy unificadas en la conocida Policía Nacional del Perú.
La reforma policial necesita volver a conectar la función policial a la historia de la institución, a los valores que llevaron a los grandes héroes policiales a tomar acción extraordinaria y sobre todo, a la mística que llevaban como blasón los policías del ayer. Hoy, vamos a centrarnos en la Guardia Civil del Perú, por ser justamente su mes de aniversario y su mística vive en cada uno de sus orgullosos veteranos policiales, que aún cantan el himno a viva voz en donde sea necesario que se defienda la Patria a la que juraron proteger hasta la muerte.
“El honor es su divisa como en la Madre Patria” rezaba una imponente frase en la puerta de la escuela de oficiales, con el escudo español a la izquierda y el peruano a la derecha. No es sorpresa entonces que un partido que pretendía rebautizar la región como indoamérica (lejos de llamarla “hispanoamérica”, como realmente corresponde), haya unificado las fuerzas policiales soltando la identidad que estas tenían, respetaban e incluso heredaban en varias generaciones de orgullosas familias que portaban el uniforme.
Debemos reconocer entonces la primera victoria del relativismo que caracteriza esta época. El reglamento del cuerpo también cambió. La especialización se redujo, los oficiales empezaron a salir más temprano de la escuela por la enorme baja de efectivos que aconteció luego de la unificación.
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En medio de una crisis económica sin precedentes y de la violencia terrorista, murieron miles de oficiales y con ellos, la vocación policial de muchos jóvenes. Empezó a perderse la mística que había dejado la Guardia Republicana, la Policía de Investigaciones del Perú y la Guardia Civil.
Mientras oficiales y suboficiales daban su vida, se les reducía el presupuesto, se complicaba el trámite para que puedan acceder a una vivienda, se estancaba el nivel de la educación de sus hijos y los beneficios que pensaban tener, pasaban a valer la mitad de lo que esperaban. Como si esto fuera poco, se pasaba al retiro a oficiales injustamente (práctica que vemos hasta el día de hoy).
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En esas condiciones, como dicen muchos que inician la carrera policial, ¿quién quiere ser policía? Claro, la mística, la vocación y la justicia pesan, pero no dan de comer.
Se unificó a las fuerzas policiales bajo el lema “Dios, Patria y Ley”. Y vale la pena reflexionar sobre una de las cosas que no lograron arrancar del hispanismo que sí intentaron erradicar en la unificación: Dios.
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No hablamos únicamente del principio católico que es base del servicio, sino a la divinidad de la justicia. Este lema nos explica muy fácilmente la ética que debería caracterizar actualmente a la policía y que debemos exigir en el actuar de nuestros oficiales: Dios representa a la justicia divina, la Patria está sostenida en la constitución y finalmente está la Ley, que es hecha por seres humanos y por consiguiente, sujeta a errores. Comprendamos, entonces, la necesidad de recuperar la mística de la Policía reside principalmente en la correcta aplicación de la justicia, para lograr a cabalidad un buen servicio policial.
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