«Sabemos que te tienen asustado con la tercera ola. Pero, hasta el momento, parece que no va a llegar. Entre vacunados, infectados y muertos, nuestro Perú ya tuvo suficiente del virus. Es tu momento de darle al país algo que no tenemos hace año y ocho meses: libertad».
Por Diego Molina Rey de Castro
Sé que el protocolo exige que me dirija a usted como excelentísimo señor presidente de la república Pedro Castillo Terrones. Pero, a juzgar por sus declaraciones, usted es un hombre de pueblo y siempre lo escucha. De acuerdo con su vestimenta y su sombrero eterno, usted no cree en los protocolos ni en las formalidades (como aquélla de quitarse el sombrero en un espacio cerrado, o para comer, o viajar, o dormir).
Siendo yo parte del pueblo (supongo), también provinciano y tampoco afecto a las formalidades, te trataré, con respeto, de Pedro. Entonces, paso a darte una humilde sugerencia. Te cuento que este era un país donde existía la libertad personal, de tránsito, la inviolabilidad de domicilio y de reunión. Derechos todos consagrados en la Constitución, esa que todavía está vigente, a tu pesar. También era un país donde los niños iban al colegio. Ah, aquellas épocas.
Con la pandemia, pasamos a ser el país más estricto del mundo y también el primero en muertes per cápita. Los ministros de salud de Vizcarra se dedicaron a infundir el pánico en la población y si alguien se moría era su culpa. Prefiero no nombrarlos porque, a veces, lo que no se nombra no existe. Sus drásticas medidas fueron desastrosas en un país tan informal. Por ejemplo, ¿cómo es posible que no podían abrir las ferreterías? El efecto en sus propietarios, las empresas que hacen los productos, los comercializadores y un sin número de trabajadores (pintores, gasfiteros, albañiles, electricistas) fue fatal. No se tú, Pedro, pero yo nunca vi una ferretería atiborrada de gente cual discoteca. Medidas como esa, o, posteriormente con Sagasti, la prohibición de ir a la playa (¡con un litoral de más de 3 mil kilómetros!) fueron, por decir lo menos, demenciales. Nos volvimos un país (más) kafkiano.
Gracias a tu ministro de salud que prosiguió con las medidas de su antecesor, y que no cambió al personal del MINSA para continuar las políticas de la vacuna, hoy no se registran muertes por el COVID-19 en varias regiones del país. ¡Bravo, Pedro! No soy admirador de tu falta de apego a la propiedad privada y a los contratos firmados por el estado, pero las cosas buenas siempre hay que decirlas.
Entonces, estimado Pedro, ha llegado la hora de tirarse abajo los decretos supremos que nos han quitado derechos esenciales. El derecho a reunión es necesarísimo en una democracia. Porque, así como la gente se junta para beber y rajar del daño que le ha hecho Bellido al país en solo dos meses, también lo hace para intercambiar ideas, crear instituciones o empresas. La inviolabilidad de domicilio también es esencial. Te confieso que hace poco estuve en una reunión social. Todos vacunados. 4 policías irrumpieron como si fuéramos “Los dinámicos del centro” en plena venta de brevetes. Creería que tienen casos más serios para atender. Finalmente, sobre el toque de queda de 2:00 am a 4:00 am, que afecta el derecho de tránsito, te invito a pasear por la Ciudad de los Reyes, para que veas que casi nadie le hace caso.
El impacto de estas restricciones en la salud mental ha sido bien estudiado. Pero, las consecuencias en los niños que no van a la escuela con toda la libertad que necesitan, recién las veremos con el tiempo. ¡Tú eres maestro! Es hora de eliminar toda restricción de volver a clases. Rogamos a los dioses para que tu flamante ministro de educación vea más allá de sus anticuadas visiones políticas sobre el magisterio.
Sabemos que te tienen asustado con la tercera ola. Pero, hasta el momento, parece que no va a llegar. Entre vacunados, infectados y muertos, nuestro Perú ya tuvo suficiente del virus. Es tu momento de darle al país algo que no tenemos hace año y ocho meses: libertad. Será bueno para nuestra salud mental, para poder reunirnos con nuestros seres queridos, para los escolares y sus padres, y porque, valgan verdades, como diría Segismundo en La vida es sueño, que parece un dogma nuestro: “en lo que no es justa la ley, no ha de obedecer al rey”.
La vida es corta y todos queremos disfrutarla. Bájate esos decretos Pedro, deja de lado el miedo, y este año nuevo brindaremos por tu “palabra de maestro”.
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