Una cálida tarde, apenas unas semanas antes de su entrada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, nos recibe en su estudio madrileño uno de los máximos referentes arquitectónicos españoles de los últimos treinta años. Hombre de refinada erudición, durante dos horas de conversación en su estudio, pudimos debatir acerca de lo que significa realmente “hacer buena arquitectura”, cómo debe ser el proceso de creación de una obra de arte, qué importancia tienen la formación continua y la memoria en la creación artística y cómo la docencia ayuda de manera definitiva al creador a “afilar las herramientas” conceptuales con las cuales desarrollar plenamente su arte. Un completo repaso de su obra y pensamiento por el que se entremezclaron constantemente numerosas referencias, de otras artes y géneros, con la lúcida y serena visión del oficio del arquitecto que la experiencia y la madurez le han dotado.
Considerado por muchos como el “último maestro de la línea recta” –en palabras de su amigo, el Pritzker portugués Eduardo Souto de Moura–, Alberto Campo Baeza (Valladolid, 1946) atesora una excelsa obra, llena de profundidad y poesía, en la que predominan las formas geométricas sencillas y rotundas, “aquellas que constituyen propuestas espaciales universalizables, donde las coordenadas clásicas de escala y proporción están controladas”. Catedrático de Proyectos en la Escuela de Madrid desde 1986, no solo ha tenido la oportunidad de impartir docencia en instituciones de prestigio a lo largo y ancho del mundo (Pensilvania, Lausanne, Chicago, etcétera), sino que además ha visto expuesta su obra en algunos de los mejores museos y galerías, lo que le ha valido ser galardonado con algunos de los más prestigiosos premios del mundo arquitectónico.
La búsqueda trascendente
Campo Baeza defiende que la arquitectura no solo debe estudiar y resumir el espíritu de la época en la que se desarrolla, sino que, además, debe trascenderla, empujando sus límites proyecto a proyecto. Recurre a creadores tan diversos como Platón, Zweig y Goya, entre otros, para defender que la arquitectura –y por extensión toda creación artística– constituye una búsqueda personal que debe aspirar a trascender a su creador. Al igual que otros grandes maestros que vinieron antes, se obstina en definir la razón como ineludible origen e instrumento principal de toda labor creadora que aspire a alcanzar esa ansiada trascendencia. En su opinión, “el creador debe tener como máxima el buscar denodadamente la belleza en su trabajo”, lo que en términos platónicos se traduce en una búsqueda “del esplendor de la verdad” y que, en la práctica arquitectónica, se debe manifestar mediante un ineludible compromiso con la racionalidad y la sinceridad constructivas, el cumplimiento escrupuloso del programa y la generación justificada de una forma atractiva. Esto es, las tres coordenadas clásicas vitrubianas (Firmitas, Utilitas, Venustas) que han vertebrado el discurso arquitectónico desde tiempos clásicos.
“Resulta fundamental para poder desarrollar una obra de primer nivel –añade– nutrir la memoria mediante el estudio y el análisis crítico”, entendida esta como el acervo personal de experiencias, saberes y vivencias del que se sirve todo creador a la hora de realizar su arte. “Sin una reflexión profunda sobre la época y la historia, resulta imposible producir una arquitectura de primer orden, profunda, valiosa, trascendente”, asegura. “Puede ser brillante y novedosa, pero será siempre superficial”. En sus clases, siempre deja muy clara la diferencia entre idea y ocurrencia, y rechaza esos proyectos contemporáneos en los que se identifica erróneamente lo moderno y vanguardista con lo raro y diferente. La diferencia entre ambos conceptos radica en saber explicar qué conceptos animan cada decisión proyectual: mientras más fiel se haya sido al planteamiento inicial, más cerca estaremos de una obra de primer orden. “Solo tienen verdadero valor aquellas operaciones arquitectónicas que estén justificadas”, afirma. Todas sus obras, “cuyo proceso creativo es siempre inevitablemente largo, de destilación”, son, pues, producto de una investigación consciente alrededor de una o pocas ideas fuertes. Un enfoque que le ha valido en no pocas ocasiones la etiqueta de minimalista, que él rechaza de plano. Prefiere considerarla intensa.
Así, a pesar de que cada obra de Campo Baeza representa una investigación personal y artística diferente, es en el género de la vivienda unifamiliar donde más ejemplos encontramos de la denodada voluntad de este creador por investigar en su arte. “Cuando un arquitecto proyecta de manera metódica y valiente, está investigando”, asegura. Desde la célebre Casa Turégano –la primera vez en la que tuvo conciencia de lo que estaba haciendo– hasta la última en construcción, la Casa Cala en las afueras de Madrid, se aprecian líneas de investigación espaciales y formales que se entremezclan a lo largo de estos últimos cuarenta años de carrera profesional. Su última obra construida, la Casa VT en Cádiz, por ejemplo, constituye un último estadio en una línea de trabajo clásica en la que también está la Casa de Blas: la plataforma artificial frente a un horizonte lejano, una discreta construcción del hombre como sincero homenaje a una naturaleza de belleza absoluta.
Consciente de la importancia de que “la idea construida” no se pierda, ha defendido durante toda su trayectoria el papel de los fotógrafos de arquitectura y la responsabilidad que tienen a la hora de transmitir al gran público, mediante imágenes, los conceptos y las ideas que animaron el proyecto construido. Así, después de haber trabajado con los mejores (Hisao Suzuki, Javier Callejas), recientemente ha publicado un artículo en el que ensalza, de estos profesionales, imprescindibles elementos de transmisión de la idea en la arquitectura.
Actualmente, el arquitecto vallisoletano y catedrático más longevo de la Universidad Politécnica de Madrid, nos recuerda que la docencia es uno de los apoyos irrenunciables del creador para mantener viva su capacidad de crear y, sobre todo, de discernir. Junto a la práctica profesional y al “denodado estudio” para llenar la memoria de referencias, la docencia se revela como el mejor sistema para entender el tiempo en el que se vive y transmitir sus postulados válidos a las nuevas generaciones.
Por Horacio Fernández del Castillo
Fotos: cortesía de Alberto Campo Baeza
Publicado originalmente en CASAS 218