Es una de las frases más repetidas durante la crisis, pero el concepto es difícil de desentrañar. El distanciamiento social no es solo una respuesta ante una emergencia sanitaria, es el nuevo paradigma de la vida en sociedad. ¿Cómo afrontarlo?
Por Rebeca Vaisman
Vivir con restricciones. Vivir con precauciones. En Pekín, desde hace casi tres meses, se les toma la temperatura a todos antes de entrar a una tienda, un restaurante, una oficina. Antes de ingresar al edificio donde uno vive. En algunos condominios o departamentos, guardias de seguridad piden tarjetas de permiso de entrada especiales, haciendo difícil (y probablemente quitando las ganas) de llevar amigos o visitas. La vida ha proseguido luego de los dos meses de estricta cuarentena debido a la pandemia. Pero la vida, por supuesto, no es la misma.
“Somos criaturas inherentemente sociales a quienes se les ha pedido que alteren arraigados patrones de interacción social y formación de la comunidad”, se lee en una reciente columna del “New York Times” sobre el significado de distanciamiento social. Empatar las necesidades emocionales –de certezas, seguridad, de comunidad y cercanía– con flamantes directrices sobre seguridad que darán una nueva forma a nuestro día a día será un reto para todos y a todo nivel.
“Es difícil, no estamos preparados”, admite el psicólogo peruano Roberto Lerner. El especialista habla de tres santuarios: la sociedad, la vida urbana contemporánea; el hogar, “el lugar donde crías, amas y descansas”; y el trabajo, el lugar donde produces. Estas tres instancias ahora se desarrollan en un mismo plano. Lerner se lo imagina de dos maneras: como ese backstage donde las modelos se visten apuradas, antes de salir a la pasarela; un mismo lugar donde tienen que cambiarse de ropa varias veces, con el consiguiente caos y desorden. O como un teatro en el que los actores tienen que representar tres obras distintas al mismo tiempo. Ni siquiera sabemos con exactitud qué talentos se necesitan para llevar a cabo el papel de nuestras vidas en este momento.
Relaciones peligrosas
“Venimos de varias décadas –diría los últimos treinta años– de un contacto muy denso y muy frecuente, con personas a quienes no conocemos y de quienes no sabemos nada”, continúa Lerner. Esas interacciones con absolutos extraños o con relativos desconocidos van desde el aeropuerto, el estadio y la discoteca hasta las redes sociales, los portales de online dating y las apps como Tinder.
“Nunca ha habido tanto flujo de gente yendo y viniendo de distintos sitios y estando en diferentes ciudades y países”, agrega el psicólogo. Por ende, en su opinión –compartida por muchos especialistas, a decir de innumerables columnas de opinión sobre el distanciamiento social– un aspecto que puede quedar como consecuencia de la pandemia es cierto recelo a lo desconocido. “Aun si las cosas mejorasen súbitamente, por algún hecho extraordinario, ¿cuánto tiempo pasará antes de que a uno le provoque meterse en un avión o entrar en un restaurante? Vamos a limitar las invitaciones a nuestros espacios”, asegura Lerner. Además de las normas impuestas por el distanciamiento social, vamos a pensarlo dos veces.
En países escandinavos, como Suecia, las medidas que se han aplicado no han sido tan drásticas. Pero se trata de países en los que el 40% de los espacios residenciales son habitados por una sola persona. Son sociedades mucho más discretas en el contacto interpersonal, refiere Lerner. Los países latinos como el Perú, en cambio, necesitan la cercanía. Y la seguirán necesitando, aun cuando les toque desconfiar.
Aprender a la distancia
“Una de las funciones de la escuela es contener a los menores, tenerlos en un lugar donde aprenden, están bajo la supervisión de profesores e interactúan entre ellos. Eso se complica cuando la casa se convierte en el lugar donde los chicos tienen que aprender, porque son alumnos, hijos y hermanos al mismo tiempo. Eso complica las tareas de todos, en realidad”, reflexiona el psicólogo peruano. Pero también prevé que para un niño muy pequeño, que no ha experimentado tanto la escuela convencional, y que además se va a mover fluidamente en el mundo digital, el aprendizaje y las relaciones a distancia eventualmente serán algo normal. Al punto que “cuando les cuenten sobre las interacciones tan cercanas, lo van a escuchar como un relato”. Parece un meme de esos que han circulado tanto estas semanas, pero no lo es. Es una viñeta del futuro.
Antes de la pandemia, no estar de acuerdo con la forma en que otros padres crían a sus hijos no era, en el común de los casos, más que una desavenencia sin importancia (excepto para grupos como “Con mis hijos no te metas”). Hasta cierto punto, temas como la nutrición (darles o no lácteos o dulces), la crianza (portear, hacer colecho, tener o no tener nana), incluso la salud (las vacunas son siempre un tema polémico) podían quedarse en el ámbito de la vida privada de cada familia, y en acalorados debates de Facebook. A partir de ahora, las cosas serán distintas, tendrá que haber un consenso en lo que es seguro o no, y probablemente habrá más distancia ante la diferencia, como invisible barrera de protección. No se puede negar el impacto de esta nueva normalidad en las relaciones humanas.
Leyes del distanciamiento social
Socializaremos. Solo que de otra manera. Con el distanciamiento social el contacto se dará en función de la cercanía: de los barrios, de los parques, explica Roberto Lerner. En función del conocimiento previo entre familias. Recurriremos a los amigos del colegio, a los vecinos de toda la vida, y seguramente se fortalecerán los lazos internos entre los miembros de la propia familia. Y eso no está mal.
A largo plazo, la gente encontrará formas de socializar de manera segura, escribe Gideon Lichfield, editor de “MIT Technology Review”. “Quizá los cines van a retirar la mitad de sus asientos, las reuniones de trabajo se organizarán en salas más amplias, y los gimnasios pedirán que reserves un turno con anticipación, para no llenarse”, imagina. Lichfield también anticipa un nuevo régimen tecnológico de seguridad (a la manera pos 11 de setiembre), que podría usarse a la entrada de aeropuertos, oficinas, instituciones e incluso discotecas, lo cual significa que la gente seguirá viajando, seguirá trabajando y estudiando, e, incluso, seguirá bailando.
“Probablemente todo se va a ir distendiendo a medida que las cosas vayan mejorando. No es lo mismo hacer teletrabajo en medio de una crisis que simplemente teletrabajar. Encontraremos nuevas maneras, nuevos horarios”, finaliza Lerner. “Las celebraciones se van a tener que reformular, ser más discretas. Pero la sociedad encontrará la forma. Y todo aquello que hoy nos parezca impensable de lograr en unos años será la normalidad”.