«Cada vez me convenzo más de que un patrón que nunca falla es el de la trampa del autosabotaje: Empezamos a salir con alguien, decidimos que nos gusta y, de un momento a otro, nos dejamos llevar por nuestras obsesiones, nos llenamos de ansiedad y permitimos que dicha persona monopolice nuestras mentes». 
Por Cecilia de Orbegoso
En la vida ciertos eventos ocurren tan raramente, que cuando los ves llegar hay que prestarles especial atención. Eventos como el cometa Halley, algún eclipse solar, el 22/2/22 que acaba de pasar o, mas importante aún, que Máxima me diga que ha conocido a alguien que simplemente la había dejado encantada.
Me había llamado desde el Eurostar en el camino de  Bruselas a Londres. Había tenido una reunión de trabajo el martes por la mañana en la capital de Bélgica y aprovechando que iba a tener la noche libre se había contactado con una amiga, quien le organizó un blind date con un francés, el cual supuestamente era «the catch».
Un ingeniero muy exitoso, contaba en su haber no solo con dos maestrías y un PhD en MIT, sino también, aparentemente, con modales excelentes, lo que se hizo evidente cuando a las 8 en punto la recogió de su hotel.  Amable, educado, perfectamente vestido. Los adjetivos parecían brotar espontáneamente en la mente de Máxima. Como si fuera poco, también era mucho más guapo de lo que ella se había imaginado: alto, delgado, bronceado y con un profundo y especiado olor leñoso, añejo, elegante y complejo. Un Oud Wood de Tom Ford que nunca falla al evocar un carácter seductor, masculino, maduro, enigmático,  y sobre todo encantador.
– «De repente me di con la terrible realidad de que tenía una debilidad hasta ahora desconocida: los magníficos ingenieros franceses» – me contó después.
Durante el siguiente par de horas, ella puso en práctica novedosas habilidades periodísticas y logró descubrir que dicho galán se había divorciado recientemente, contaba con tres hijas, la mayor de veinte que acababa de ser aceptada en una Ivy League. Manejaba a la perfección 6 idiomas, lamentablemente ninguno era español y era amante a más no poder de la salsa, sorpresa muy grata, ya que después de comer en un restaurante italiano, la llevó a bailar a un huarique cubano en pleno centro de Bruselas.
Después de esa simpática faena y con la caja gigante de chocolates que le había regalado bajo el brazo, el galán la dejó en el lobby del hotel, pidiéndole por favor que le avise una vez se encontrara en el tren de regreso a casa.
Un par de días después, en pleno sábado de gloria, mis amigas y yo fuimos a un tranquilo wine bar en Brompton road para podernos al día de las últimas novedades en nuestras vidas. No hace falta decir que la noche fue rápidamente acaparada por un nuevo recuento de hasta el más mínimo detalle de la osada travesía de Máxima.
Ahora bien, la semana habrá sido santa, pero mis amigas definitivamente no, y no contentas con varias rondas de rosé, se decidieron, muy «maracas», a cruzar la calle y seguirla en Nam Long, un bar que ganó su popularidad hace varios años no sólo por ser albergue de banqueros de inversión sino por sus incendiarios cocktails «Flaming Ferraris». Hoy por hoy, sin embargo, era más que nada albergue de novatos analistas y una que otra ingenua chiquilla.
A pesar de que ese fin de semana la ciudad estaba vacía, dicho bar no se daba abasto. Aparentemente Máxima tampoco, solo que en este caso no tanto de rosé, como de inseguridades, pues no dejaba de preguntarse, tanto a si misma como a nosotras, si es que algún día volvería a saber de dicho galán francés.
-“¡Máxima! otra vez tú y tu patrón.” – le reprendía una ofuscada Camila, quien habiendo ocupado ya la mitad de la noche escuchando las penurias de su amiga, esperaba al menos poder invertir lo que quedaba de ella evaluando a sus posibles prospectos.
-“¿Patrón?¿qué patrón?” –
– “¡Por favor! Cada vez que conoces a un buen prospecto inmediatamente lo idealizas, empiezas a imaginarte una fantasía sobre él y, antes de que te des cuenta, terminas con estas enormes expectativas, que inevitablemente terminan por  explotar en tu cara.” – No tuvo reparos en contestarle Camila.
-“Pones todas tus aceitunas en un mismo martini, para decirlo en tu lingo» – le dije yo.
Máxima, ofendida, se volteó a mirarme y me dijo
-“¿Y tú?” –
“¿Yo qué? Hija, creo que soy un numero primo: no hay ningún patrón discernible en mi aparición.” –
– «En matemáticas la aleatoriedad se considera un patrón.» – se apresuró a contestarme, para inmediatamente después ponerse a revisar si el objeto de su obsesión le había escrito ya.
En el silencio que siguió a continuación, mientras Máxima se concentraba en su teléfono y Camila aprovechaba para pedirle al barman un frozen margarita, no pude evitar pensar qué tal vez Camila puede haber tenido más razón de la que ella misma se daba cuenta.
Efectivamente, si tomamos en cuenta que nuestros cerebros toman solamente el 5% de lo que vemos y lo usan para extrapolar el otro 95% de lo que recordamos, no me sorprendería en absoluto que mis supuestas habilidades de impredictibilidad sean tan sobreestimadas como las expectativas que le asigna Máxima a sus incipientes relaciones.
No pareciera sorprenderme después de entender esto cómo, a pesar de considerarnos seres racionales y calculadores, terminamos por obsesionamos por alguien de quien, verdaderamente, no sabemos virtualmente nada. Y es que es mucho más fácil, por no decir emocionante, llenar esos vacíos según nuestros gustos y caprichos y dejarnos envolver por el divorcio completo entre la realidad y la fantasía que que evoca su personaje principal.
Me pregunto ahora si esta delusión tiene algo que ver con la muy confirmada tendencia que tenemos las mujeres de salir una y otra vez con el mismo tipo de persona. Después de todo este tiempo y tanta prueba y error ¿Será acaso que, al momento de elegir, nos dejamos llevar más por nuestras ilusiones que por nuestras experiencias?
Puede que la razón por la que terminamos cayendo por patrones antiguos se deba a que instintivamente recordamos esas idealizaciones que nos formamos la primera vez y nos terminamos entregando, emocionadas, a la posibilidad de que esta vez sí se vean cumplidas. ¿Habremos aprendido algo y ahora sabemos que esperar? ¿O volveremos a cometer el mismo error? Dicho de otro modo, en una relación, ¿estamos condenadas a repetir el mismo patrón?
-«Es verdad» – nos dijo súbitamente una contradictoria Máxima. – «Ninguna de nosotras puede darse el lujo de caer en este patrón de «un hombre a la vez». Mejor vamos saliendo con varios y así nos evitamos decepciones». –
-«No es en vano que las mujeres seamos las maestras del ‘multitasking.» – atiné a decir en el silencio que dejó su declaración.
Y es que cada vez me convenzo más de que un patrón que nunca falla es el de la trampa del autosabotaje: Empezamos a salir con alguien, decidimos que nos gusta y, de un momento a otro, nos dejamos llevar por nuestras obsesiones, nos llenamos de ansiedad y permitimos que dicha persona monopolice nuestras mentes.
Durante estos últimos años he sido testigo de muchísima energía y tiempo invertidos en la búsqueda implacable del amor. Pareciera ser una de las situaciones más frustrantes y a la vez más reiterativas de nuestra época, ya que estamos dispuestos a intentarlo, mandando cientos de mensajes, sin embargo estos no llegan a ningún lado. ¿Es acaso una inversión sin retorno?
Si nos ponemos a pensarlo por un momento, sin embargo, puede que el motivo de nuestra decepción se deba simplemente a una cuestión de perspectiva. Después de todo, tenemos la tendencia de poner demasiado corazón y muy poco cerebro en la búsqueda de la pareja de vida. No deberíamos, bajo ningún concepto, olvidar que cuando conocemos a alguien estamos no solamente poniendo sobre la mesa lo posibilidad de una vida junto a nosotros, sino también comprando (y mucho más importante, decidiendo si vale la pena comprar) la posibilidad de una vida con ellos. ¿Realmente estamos dispuestas a realizar la inversión?
Creo que tuve algo de razón cuando le dije a Máxima que una manera eficiente de calmar nuestra ansiedad y dar los siguientes pasos es asegurarse de conocer verdaderamente la oferta del mercado. Después de todo, frente a cualquier gran decisión de nuestras vidas nos sentamos a analizar todos los pros, contras y, especialmente, opciones con las que contamos. No me imagino a una sola persona que, al momento de elegir una nueva casa en la cual vivir, haya tomado la decisión de mudarse a la primera que vio solo porque el vendedor le prometió que en ella crearía sus mas grandes experiencias. Por el contrario, la que menos se asegura no solo de leer los “reviews” de inquilinos anteriores, sino también de visitar todas las casas del barrio, contactar con múltiples corredores y mantener un ojo atento por posibles nuevas ofertas.
Creo que ya ha llegado el momento de asegurarnos, antes de cerrarnos tan críticamente a otras opciones, de tener una visión real de la situación para que así, al momento de acercarnos a la interminable barra que nos ofrece la vida, no nos reasignemos a poner todas nuestras aceitunas en el mismo martini y, especialmente, sepamos cuándo decir: yo ya soy hielo de otro whisky.
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