Londres, icónica y atemporal, lleva consigo, al igual que muchas grandes metrópolis del mundo, la promesa de oportunidades infinitas. No llama la atención, por ende, que incontables generaciones se hayan visto atraídas a ella por la posibilidad de aventuras, seguridad y felicidad más allá de sus sueños más salvajes. Hoy por hoy este fenómeno no sólo sigue vivo, sino que se ve ejemplificado en una de sus facetas más fascinantes a través del dating.
Es así como se ha vuelto casi tradición que los fines de semana todo club y bar en esta poblada ciudad se vea atiborrado de hordas de solteros y, sobre todo, solteras, en espacios tan concurridos y estrechos que un espectador ajeno a este acontecimiento no tardaría en preguntarse si no es acaso el contacto físico en lugar de la compatibilidad lo que finalmente llevará a estas esperanzadas personas a disfrutar del clímax emocional de la noche: la pedida del número de teléfono.
Mi buena amiga Camila, quien, muy en contra de sus deseos, hace unos días dio por inaugurada su inserción oficial a la base 4, venía pasando por una racha amorosa de lo más salada.
Aún seguía reponiéndose de la traumática experiencia que vivió unos meses atrás cuando descubrió que, si bien una golondrina no hace un verano, un picaflor de gimnasio sí o sí te arruina la primavera.
«Ojos que no ven, entrenador que te lo cuenta». Así fue como Camila se enteró que su banquero de Inversión disparaba a dos cañones. Aún no sabemos con certeza si contaba con membresías en otros gimnasios, por lo que la magnitud de su artillería quedará como interrogante para la siguiente ingenua que se atreva a darle batalla. Lo que sí nos consta es que, no contento con levantar pesas con Camila en las mañanas, por las tardes complementaba sus sesiones de «cardio» con Mariela, una joven belga, asidua también al gimnasio.
Como buenas mujeres empoderadas y civilizadas, ambas féminas se sinceraron, encararon al desgraciado, se solidarizaron, entablaron una relación amical y, por si fuera poco, se enamoraron y fueron pareja por lo que restaba del verano.
Este romance, sin embargo, pareciera haber estado destinado a terminar de manera tan rápida como empezó, pues conforme se acercaba el cambio de temporada y el calor ardiente del verano se iba apagando, también lo fue haciendo la magia entre Mariela y Camila hasta que, ni bien insinuado octubre, era más que evidente que ya estaba completamente evaporada.
No hace falta mencionar que aún a pesar de estas decepciones amorosas, Camila, como cualquier mujer que se respeta, no dio largas a su sufrimiento y rápidamente volvió a salir al ruedo.
Lamentablemente y a pesar de su deseo de superación, la ansiedad por conseguir una nueva pareja, más la dura realidad de la ley de oferta y demanda (que, lejos de regir solo el campo económico, dirige también con mano de hierro las canchas del cortejo) hacían una ecuación con un resultado de lo más desalentador. Camila se sentía como la reencarnación humana de una sartén de teflón: nada se pegaba.
Fue bajo estas condiciones que el sábado pasado llamé a Camila para que nos acompañe a Máxima y a mí por una «relojeada» a 5H en Mayfair y me di con la sorpresa de que no solo me contestaba desde Dubái, sino que iba a regresar recién pasado el 14 de febrero.
-«Necesitaba un break de Londres» – me dijo.
-«¿Por qué?» – le pregunté yo.
– «Necesitaba desintoxicarme un poco de toda esta historia de Mariela y siendo sinceras la ciudad no me la pone fácil. Mire por donde mire juro que lo único que veo es gente que va de dos en dos, como una especie de arca de Noé en pleno Chelsea, todos sintiéndose superiores a mí solamente por estar en pareja»-
– «Que exagerada» – Atiné a decirle.
-«Es verdad. Y ni siquiera pretendo intentar nuevamente con los dating Apps: los hombres que encuentro ahí son todos unos bichos raros» – me decía.
Bien se dice que solo sobrevive el más apto. En este caso pareciera que las teorías darwinianas también tienen influencia en el campo del amor, pues si tomamos como muestra la sarta de especímenes involucionados que invaden nuestras pantallas cuando nos atrevemos a abrir tinder, nos daremos cuenta de que no puede ser otra que la mismísima mano de la naturaleza la que nos impulsa a deslizar a la izquierda.
Sin embargo, no se puede satanizar al hombre soltero y mucho menos generalizar que todos aquellos usuarios recurrentes de dating Apps están ahí porque tienen algún trastorno de fondo o forma. Nos guste o no, tenemos que aceptar que son tiempos de relaciones líquidas, que se viven rápida y compulsivamente y sin invertir en ellas el mínimo esfuerzo.
Afortunadamente yo no estaba dispuesta a aceptar la derrota, y es que estaba convencida de que la solución al dilema de Camila, lejos de tirar la toalla y resignarse a las apps a las que ya hace mucho había generado rechazo, era simplemente incursionar en un mercado más eficiente.
Por mi lado, yo había escuchado de estas agencias especializadas de «matchmaking» encargadas de organizar encuentros amorosos en los círculos más elitistas del mundo, algo así como una especie de headhunters de alto calibre para el amor. La puse en contacto con dos conocidas agencias europeas a las que había llegado a través de una amiga de la maestría cuya experiencia había sido fenomenal. Mi objetivo era que, después de muchísimos cuestionarios y tests de personalidad, diseñados por un ejército de sexólogos y psicólogos (los rivales modernos – y onerosos -de cupido) mi amiga Camila, a través de una experiencia de dating «tailor made» asegurada, pudiese estar un paso más cerca de su pareja ideal.
-«Gracias por el dato»- me dijo -«pero creo que esto es por la puras, no hay nadie para mi»- Y es que ella no dejaba de pensar que, si bien toda la especie no había necesariamente involucionado al mismo tiempo, definitivamente a ella le había tocado, por razones aún sin dilucidar, el eslabón más oxidado de la cadena evolutiva y, por ende, cualquier prospecto que se le cruzara en el camino tendría que ser un bicho raro para sobrevivir.
-«No pierdes nada, anda llenando los cuestionarios sin prisa mientras estás en Dubái» – Dándome cara a cara con un nuevo bicho raro: una mujer aterrada cuyo propio miedo se comió su esperanza.
Y es que no se puede negar, no son solo los hombres, somos todos, cualquiera que esté soltero en una gran y cosmopolita ciudad, ante tanto rechazo, se asusta de vez en cuando. Las búsquedas infructuosas, citas sin follow-up y filtros incapaces de detectar la mentira, resultan tanto riesgosos como agotadores. Que tire la primera piedra el que, frente a estas desalentadoras circunstancias, no se ha sentido alguna vez mal adaptado también.
Pero, ni modo. A mal tiempo buena cara y no queda más que seguir intentando, ya que tienes que considerar que nunca falta un roto para un descosido y, mientras tanto, siempre nos quedará gozar de nosotros mismos hasta que aparezca alguien al que valga la pena permitirle que nos goce también.
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