Basta con manejar por la carretera hacia el sur para encontrarse con un lugar que ofrece, en armonía con la naturaleza, un viaje al pasado acompañado de deliciosos vinos y piscos. Una combinación de arquitectura republicana con atención de primera.
El Hotel Viñas Queirolo suena a hojas que el viento choca, acompañadas del silbido de pájaros que no se dejan ver con facilidad. El sol, un lujo tan escaso en otros lugares, es el aliado perfecto que acompaña a las más de 500 hectáreas de viñedos que reciben a todos los que llegan al Hotel Viñas Queirolo. Poco a poco, y a medida que se hace el breve recorrido desde la puerta de entrada hecha con madera y que casi alcanza los tres metros de altura, se puede divisar lo que fue una hacienda de arquitectura republicana y que, hoy por hoy, es un oasis en Ica.
Y es que a veces es necesario viajar tres horas y media desde Lima para descubrir que la tranquilidad, el campo y el sol son elementos necesarios para la vida; aunque el recién inaugurado aeropuerto internacional de Pisco y la carretera, que pronto estará habilitada, aliviarán un trayecto que permite disfrutar del silencio y de la consecuente desconexión de la rutina diaria. En épocas precolombinas, estas tierras, que destacan por su suelo y clima excepcionales, eran conocidas como Intipalka, palabra quechua que significa Valle del Sol, nombre que sirvió de inspiración para llamar al vino que aquí se produce. Durante la República se construyó la hacienda San Jerónimo, ubicada a veinte minutos de la ciudad de Ica y sobre la cual se cimentó el hotel. Actualmente, pertenece a la empresa Santiago Queirolo S.A.C., lo que añade la posibilidad de ser parte de una no muy extensa red de enoturismo. “La idea de construir un hotel dentro de un viñedo fue del mismo Santiago, quien, después de muchos años de viajar a Argentina, Chile, Estados Unidos y Europa, quiso que seamos los primeros, y hasta ahora únicos en el Perú, en hacerlo”, expresa Ángela Targarona, gerente central del hotel.
Pero estar aquí no significa solo disfrutar de las piscinas –hay tres: una exclusiva para el descanso de los adultos, otra para la familia y una temperada para los más chicos– o de tomar el sol echados en las tarimas que las rodean. Todo lo contrario. Para los huéspedes, existen tours gratuitos guiados por la sommelier, que comienzan con un paseo por los viñedos y la explicación del proceso de la vid, prosiguen con la visita a la planta de elaboración y terminan en el mirador, con los asistentes compartiendo un espumante mientras disfrutan del atardecer. Por la noche, se puede ser parte de una sesión de cata, en la que se accede a los sabores y a encontrar las propiedades organolépticas del vino y pisco. De la misma manera, se puede hacer running con rutas de hasta ocho kilómetros. Para los paseos en bicicleta solo se necesita bloqueador solar. Durante las noches, uno puede pedir algo de la amplia variedad de bebidas que se alojan en la bodega, abrigado por alguna de las tantas chimeneas que son encendidas con madera, y pedir, mientras tanto, algunos de los platos a la carta; o, si se prefiere, el bar Intipalka es preciso para compartir con los amigos hasta las 2 a.m. “Hay una zona destinada a la recreación de los niños, de forma que los que quieran relajarse lo podrán hacer, pues el hotel, además de separar ambos espacios, cuenta con una líder que se encarga de ellos y organiza diversas actividades”, concluye Ángela Targarona.