Murió hace ocho años, pero su obra no ha envejecido ni un ápice. Prueba de ello es la retrospectiva que se exhibe en el  Grand Palais de París —con su icónica  serie realizada en Perú—, hasta el 29 de enero. Fue retratista, fotógrafo de “Vogue” y autor de documentos inclasificables, entre etnografía y arte. El lente de Penn lo miraba todo, y en todo era capaz de identificar nuevas formas de belleza.

Texto: Ana Carolina Quiñonez  Fotos: Grand Palais de París

Era el primogénito de un relojero y una enfermera de New Jersey, pero con antepasados rusos judíos. Su hermano menor, el cineasta Arthur Penn, marcó con su película “Bonnie and Clyde” una nueva era en Hollywood: nunca antes la violencia había sido tan estilizada y la sensualidad tan desbordada. Casado con la primera supermodelo, Lisa Fonssagrives —una sofisticada sueca de facciones angulosas—, Irving la retrató innumerables veces, con la mirada atenta y curiosa de quien está ante territorio desconocido. El gran fotógrafo sabía mirar más allá de las superficies, las categorías fijas y los preconceptos. Miraba para imaginar.

UN AMERICANO EN PARÍS

El Grand Palais —ese hermoso e imponente edificio construido cerca del puente Alejandro III para la exposición universal de 1900— ha expuesto las obras de artistas reconocidos, como Gustave Courbet, Paul Gauguin, Auguste Rodin, entre otros. Y desde setiembre exhibe una retrospectiva del trabajo del fotógrafo neoyorkino para celebrar el centenario de su nacimiento.La muestra compuesta por 235 copias originales realizadas, casi en su totalidad, por el propio Penn (y buena parte de ellos con la técnica platino paladio que lo caracterizó) ha sido armada con la colaboración del Metropolitan de Nueva York y la Irving Penn Foundation. La selección incluye dibujos y pinturas casi desconocidas del artista, que se formó como diseñador en la Escuela de Artes Industriales del Museo de Filadelfia. Ahí fue alumno del mítico fotógrafo y diseñador ruso Alexey Brodovitch, quien se convertiría en su jefe en la revista “Harper’s Bazaar”, donde Penn dio sus primeros pasos como diseñador de modas. Brodovitch tenía buen olfato para los nuevos talentos. No solo descubrió a Penn: reveló el trabajo de los fotógrafos Richard Avedon y Garry Winogrand.

En 1941, Penn pasó una temporada en México intentando hallarse como pintor. Ese tiempo le bastó para ser consciente de que nunca sería más que un pintor mediocre pero, también, para constatar la importancia de la luz en las exploraciones artísticas que lo movilizaban. Si bien Penn dio un paso al costado en sus aspiraciones como pintor, asimiló con vigor múltiples tradiciones pictóricas para crear su propio lenguaje fotográfico. Sus naturalezas muertas están inspiradas en la pintura metafísica del italiano Giorgio de Chirico, curiosamente el primer personaje famoso retratado por Penn. Reza la leyenda que mientras Penn estaba en la Segunda Guerra Mundial asistiendo a la Armada Británica reconoció a Chirico caminando con una bolsa de compras.

Años después haría retratos que descubrían aristas insospechadas en personajes de la “alta cultura” y de la cultura pop, como la escritora francesa Colette, cuya imagen recuerda la de un payaso triste; de las actrices Audrey Hepburn y Marlene Dietrich; de los artistas Jean Cocteau, Salvador Dalí, Marcel Duchamp; de los escritores Truman Capote T.S Eliot; de los directores cinematográficos Ingmar Bergman y Alfred Hitchcock; del músico Miles Davis, entre tantos otros. Los retratos de Penn —de composición simple e iluminación en “chiaroscuro”— remiten a Rembrandt, el maestro del barroco holandés. Para la co-curadora del departamento de fotografía del MET, Maria Morris Hambourg, Penn “estaba consumido por su arte, y la mayor parte del tiempo, vivía a través de él”.

La fotografía no era un trabajo alimenticio ni un vehículo para alcanzar la fama, era su manera de estar en el mundo, como lo dejó claro en una de las últimas entrevistas que dio en 2009: “Nosotros no fotografiamos personas. Es realmente un romance”. 

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