Esta expresión, común de quien busca en un mapa a dónde ir, se convierte en un código complejo para un país, como el Perú, que desde el borde del abismo político debe extender la mirada hacia un nuevo horizonte de incertidumbre. El país entró de pronto en la oscuridad y siguió en la oscuridad, entre el fin de año pasado y el comienzo de este, como una horrorosa pesadilla. Pedro Pablo Kuczynski salvó milagrosamente de la vacancia a cambio de indultar al ex presidente Alberto Fujimori. Vacancia fallida. Indulto explosivo. El sistema político, seriamente afectado, además, por el caso Lava Jato, aún no sale del shock. Y a nadie le preocupa, por supuesto, intentar rehabilitarlo.
Por Juan Paredes Castro (*)
El Perú tiene acumuladas tantas crisis políticas en su historia que ya podría estar sepultado por ellas. Pero así como tiene la capacidad de sobrevivir permanentemente a cada crisis, adolece también de la incapacidad de evitarlas. Tampoco deberíamos sorprendernos de que termine ocurriendo con frecuencia entre nosotros lo que no hemos imaginado jamás. De ahí el dicho de que en el Perú y en la política peruana puede pasar cualquier cosa. ¿Acaso no fueron sorpresas mayúsculas, en su momento, las victorias electorales de Fujimori, Toledo, Humala y hasta del propio Kuczynski?
En efecto, quién podía intuir, menos creer, que el mismo Kuczynski que le ganó la elección a Keiko Fujimori, llamando ladrón y criminal a su padre, Alberto, acabaría liberando a este de la cárcel. No hizo más que usar el poderoso atributo constitucional del indulto. Más difícil resultaba intuir, y menos creer, que el propio Alberto Fujimori contribuiría, desde la prisión, no solo a la ejecución de su indulto, sino a salvar de la vacancia a Kuczynski, con los votos (otra ironía terrible) que Kenji Fujimori le quitaría a la bancada de su hermana Keiko, deseosa de sacar a su adversario del sillón presidencial.
Muchos íntimos colaboradores y consejeros de Kuczynski romperían lanzas contra él por no revelarles lo que pensaba hacer con Alberto Fujimori. En cierta forma, era un secreto de Estado. ¿Por qué tendría que compartirlo necesariamente? Es parte de los secretos de Estado, aventurar un No, a veces rotundo, antes del Sí definitivo.
Futuro incierto
La hoja de ruta inmediata consiste, pues, en administrar la crisis por el lado del gobierno y del Congreso, ambos poderes preocupados más por el alcance de las investigaciones sobre Lava Jato que por la demanda de liderazgo político en la lucha anticorrupción. La hoja de ruta siguiente, que podría responder a la necesidad de un urgente diálogo entre las fuerzas políticas sobre puntos mínimos de gobernabilidad y fortalecimiento institucional, no asoma por ahora a la cabeza ni a la responsabilidad de nadie. Claro que, dada la gravedad de la crisis de la que aún no logramos salir, la voluntad de diálogo tendría que estar en la agenda nacional por encima de las diferencias y rivalidades partidarias hoy existentes.
Mientras, el Frente Amplio con Marco Arana y Nuevo Perú con Verónika Mendoza no saben a qué sacarle más beneficio político electorero –si al indulto a Fujimori o a la ola corruptora de Odebrecht, que también alcanza a la gestión de izquierda de Susana Villarán en la Municipalidad de Lima y al gobierno saliente de Ollanta Humala–, el fujimorismo, partido en tres corrientes, las de Keiko, Kenji y Alberto, atraviesa un proceso de control de daño interno de pronóstico reservado.
Esto no hace claro, por el momento, la posibilidad de perfilar su eventual inmediata toma de posiciones. Pasa lo mismo con el Apra, expresada en la supuesta provocación de Aráoz al integrar al gabinete a dos connotados apristas que tenían prohibido participar en el gobierno. Las discrepancias internas de Alianza para el Progreso, el partido de César Acuña, son menores y no le hacen perder cohesión. Acción Popular trata de mantener el mismo tono. Lamentablemente, Peruanos por el Kambio, en medio de renuncias y disidencias, sigue siendo una incógnita como bancada de real sostén de las políticas gubernamentales.
Finalmente, si hay un espacio desde el cual el Gobierno puede empezar a recuperar la confianza perdida y la que no ha logrado ganar hasta hoy, ese es el de la gestión pública de los ministerios. Por más que lleve el nombre de “reconciliación”, el gabinete remozado por Mercedes Aráoz no tiene otra tarea que ofrecernos resultados concretos en metas y objetivos. ¿Podrá hacerlo? No hay otro espacio gubernamental que el propiamente ministerial en el que pueda moverse a sus anchas el gobierno.
Los peruanos quieren ver resultados en Salud, en Transporte, en Seguridad, en Educación, en Trabajo, en Defensa (el Vraem sigue siendo el cuento más largo que venimos escuchando hace tiempo), en Vivienda y Saneamiento, en Inclusión Social, en Relaciones Exteriores y en Energía y Minas, así, puestos todos estos sectores en mayúsculas.
(*) Juan Paredes Castro, analista político,
ex editor central de Política y Opinión y ex director (a.i.) de “El Comercio”. Actualmente es columnista político dominical del mismo diario y colaborador de COSAS
Lee la nota completa en la edición 634 de Cosas.