Desde su residencia en al Rue de St. Georges, en París, donde vive un austero exilio, nuestro libertador comparte algunos recuerdos y admiraciones a propósito de las celebraciones de 28 de julio. 

Por Pamela Lastres

¿Rioplatense o español?

Nací en el Río de la Plata, pero toda mi educación escolar y formación militar fueron en España. De no haber sido por el pésimo gobierno de Fernando VII, la Revolución de Mayo y los patriotas que conocí en Londres, probablemente habría terminado mis días en Cádiz.  

¿En algún momento pensó en abandonar todo?

El paso de los Andes fue muy duro. Pero lo peor siempre fue la presión para financiar el ejército libertador, además de las constantes conspiraciones.

¿De verdad soñó con la bandera en Paracas?

Es una historia muy linda que debo al gran Abraham Valdelomar. Sin embargo, siempre pensé que, si un país necesitaba continuidad con el virreinato, ese era el Perú, y entonces los colores de su bandera debían ser los mismos que la bandera usada por la Monarquía Española: la cruz en aspa roja sobre fondo blanco (cruz de Borgoña). Lo de las parihuanas fue una feliz coincidencia.

¿Cómo fue su ingreso al Perú?

Al inicio muy confuso. Mi idea era llegar a un acuerdo con el virrey Pezuela, pero jamás pensé que José de la Serna daría un golpe de Estado (el primero de la historia peruana). La Serna siempre fue impredecible y el repliegue del ejército real a la sierra complicó mucho la permanencia de mis tropas, porque Buenos Aires y Santiago empezaron a poner reparos en el mantenimiento del ejército.

¿Realmente pensó que una monarquía podía funcionar en el Perú?

Sí. Y lo sigo pensando hasta hoy. A unos años del bicentenario nadie pone en duda la condición monárquica de la presidencia peruana. En 1821 necesitábamos estabilidad. Eso nos lo podía dar una forma de gobierno a la cual estaban acostumbrados los peruanos y una alianza con Gran Bretaña, garantizada por el candidato que propuse: Leopoldo de Saxe-Coburg, viudo de la Princesa de Gales. El Perú pudo tener la estabilidad de Brasil.

Entonces su principal preocupación fue evitar la revolución…

Vi a la turba de Cádiz golpear y acuchillar a mi jefe, el general Francisco Solano (caraqueño, hijo del marqués del Socorro) porque se rumoreaba que había sido solícito con los invasores franceses. Esa imagen me marcó de por vida y por eso busqué evitar la revolución a toda costa.

¿Cómo se gobierna un país?

Eligiendo buenos jueces y, como dicen las primeras líneas del Digesto del Emperador Justiniano, manteniendo la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho.

¿Qué pasó en Guayaquil?
Prefiero no comentar. Las circunstancias me obligaron, como se dice actualmente, a dar un paso al costado. Pero ya ven ustedes a quién quieren más en el Perú…

¿Alguna vez pensó que su plaza estaría frente a un Bolívar?

(Suelta una sonora carcajada) Un general no puede menos que permitir que el destino lo “esté gastando”, como se dice en argot argentino; gastando sí, pero jamás desgastando.

¿Qué es lo mejor que tienen los peruanos?

Por un lado, su sed de independencia, el deseo de tomar las riendas de su destino. Una actitud que en el mundo laboral hoy se llamaría equívocamente “espíritu emprendedor”. Recuerdo nítidamente al anciano indígena a quien por fortuna conocí en Huaura. Era un alfarero de primera. Se las agenció para fabricar ollas y tinajas de barro con doble fondo. Gracias a su ingenio, pude mantener las comunicaciones.

¿Y lo peor?

Paradójicamente, diría que su capacidad para acomodarse, adaptarse a las circunstancias más penosas.

¿Qué acontecimiento del mundo contemporáneo deplora?

La mal llamada “revolución bolivariana” que emprendió el general Hugo Chávez.

¿Cómo imagina sus vacaciones ideales?

Me gustaría volver a Paracas y echarme una siesta.

¿Algún agasajo memorable que quiera compartir con los lectores?

Por supuesto, vienen a mi mente dos muy notables, ambos de 1817: una cena que organizó Juan Enrique Rosales, luego del triunfo patriota: jamones, pavos, cochinillos, huevos chimbos de postre y, desde luego, excelente vino. Y el baile que ofreció en mi honor Bernardo O’Higgins, a la sazón Nuevo Director Supremo. Nos bebimos más de un centenar de botellas de estupendo ron de Jamaica, fumamos cigarros puros y la acabamos con café fuerte, el que tomamos los generales. Los generales normalmente no comemos, solo repostamos. De ahí que, al igual que los peruanos, crea firmemente en el refrán “barriga llena, corazón contento”.

¿Cuál es la figura histórica con la que más se identifica?

San Luis, rey de Francia.

¿Cuál es el rasgo que más lamenta en otros?

El ego desbocado, la envidia y la crueldad.