Como parte del equipo de Cleveland Clinic, Paul Durand le devolvió el rostro a la paciente Katie Stubblefield, operación que se ha convertido en una de las intervenciones quirúrgicas más inspiradoras y sorprendentes de los últimos tiempos, y nos lleva a reflexionar sobre la fuerza, la estética y las segundas oportunidades que nos da la vida.
Por Isabel Miró Quesada / Fotos cortesía de Cleveland Clinic y National Geographic
Luego de dieciséis horas de cirugía, el equipo de médicos al que pertenece Paul Durand lograba extraer, intacto, el rostro de Adrea Schneider –una mujer de treinta y un años, fallecida tres días atrás–, que sería donado para el trasplante a Katie Stubblefield. “Por unos momentos la cara descansaba sobre una bandeja quirúrgica, los ojos vacíos, y una mueca que parecía exclamar ‘Oh’”, es como describe la escena Frank Papay a “National Geographic”, el cirujano que lideró el complicadísimo proceso que ha dado la vuelta al mundo. Minutos más tarde, la tomó con sus guantes de látex y la llevó al quirófano 20, donde Katie esperaba por su nuevo rostro.
“Katie es la paciente más joven en recibir un trasplante de esta naturaleza”, me explica Paul, días después. “Es muy complicado conseguir a un donante que sea compatible con la edad, tipo de sangre, tipo de color, sexo… hay muchas variables. Practicamos con todo el equipo muchas horas, usando cadáveres, paso por paso, los movimientos que debería ejecutar cada uno de los doctores al momento de la cirugía real”.
Katie perdió su rostro a los dieciocho años. “No recuerda exactamente cómo se dieron los hechos esa noche”, cuenta Paul. Había pasado por momentos que para un adolescente pueden ser muy complicados: mudanzas, problemas de salud, estrés académico… Finalmente, descubrió que el chico con el que salía –hablaban de casarse– le era infiel, y el impacto la perturbó. Para ella, en adelante, toda esa noche es una nebulosa, pero sus padres recuerdan que, al leer los mensajes de texto donde se hacía evidente la infidelidad, acudió a casa de su hermano y, mientras este, preocupado, discutía con su madre sobre cómo ayudarla, Katie subió al baño, cogió un rifle y se disparó en el mentón.
Katie era una adolescente muy guapa que sintió desesperación. “La depresión es una enfermedad muy compleja, que debe comprenderse como eso: una enfermedad”, dice Paul, “y sobre la cual falta generar mucha más consciencia. En todo momento Katie nos agradecía: ‘Me están dando una segunda vida’, nos decía”.
La cara de Shrek
Los padres de Katie dejaron todo para cuidarla. Se mudaron a un pequeño estudio, vivieron de donaciones de amigos y caridad, e iniciaron el tortuoso camino de intentar salvar a su hija. El seguro cubrió las primeras operaciones, pero no el trasplante de rostro, pues se considera una práctica experimental. El Ministerio de Defensa, sin embargo, cuenta con 300 millones de dólares para investigar y avanzar técnicas de reconstrucción y trasplantes. Así, a través del Armed Forces Institute of Regenerative Medicine, Cleveland Clinic recibió 2 millones de dólares para esta causa.
El año pasado empezó la serie de cirugías para estabilizar a Katie, que sufría de ataques y demás episodios debido al daño cerebral, y parchar su rostro. Retiraron los fragmentos de huesos, crearon un pasaje nasal para proteger su cerebro a partir de un tejido extraído de su muslo, reconstruyeron su mentón y su labio inferior con un pedazo de su talón de Aquiles, y su mandíbula fue reemplazada por una de titanio.
La operación del trasplante duró más de treinta horas, sin contar las dieciséis horas previas que tomó retirar el rostro de la donante. Y luego de tres cirugías más, Katie fue dada de alta. A su nueva cara la llamó Shrek.
El joven Paul
“Por cosas de la vida y la casualidad, me tocó recibir a Katie en Cleveland Clinic, ya que estaba de guardia aquella noche”, cuenta Paul, cuando le pregunto cuál fue su rol exactamente en cuanto al trasplante. “Ella estaba siendo transferida de otro centro del país al nuestro para iniciar su proceso reconstructivo. Fue bastante emocionante. Tuve la tremenda suerte de participar a lo largo de todo el proceso. Inicialmente, estuve en el equipo de investigación que estudió y preparó este caso tan complejo”.
El proceso completo involucró a un equipo de cien personas; entre ellas, once cirujanos, incluido Paul, que intervino no solo en la operación de Katie, sino también en la de la donante. “Fue una experiencia única”, agrega. “En cuanto al lado emocional y personal, es un hecho que me marcará por el resto de mi vida. El apoyo incondicional que recibió Katie por parte de sus padres fue realmente inspirador. He conocido a poca gente en este mundo tan fuerte como Katie y su familia”.
Estudiaste Medicina en Indiana. ¿Qué recuerdas de esos tiempos?
Si bien siempre me gustó la cirugía, fue después de mi primer año de Medicina que participé en una campaña quirúrgica en Ayacucho, donde viví una experiencia que me marcó mucho e hizo que me interesara aún más en la cirugía plástica. Nos tocó el caso de una bebé a la que habían echado a un río por haber nacido con labio leporino. Unas monjas la lograron rescatar y la trajeron al hospital donde nos encontrábamos. En menos de dos horas, uno de los cirujanos le reparó el labio y le cambió la vida para siempre.
Antes de estudiar Medicina, realizaste tu grado en Psicología. Supongo que la relación entre ambas se vuelve particularmente evidente en casos como los de Katie Stubblefield.
Creo que la psicología me ha permitido establecer un nexo más fuerte con todos mis pacientes, no solo con Katie. De cierta forma me ha llevado a comprender a mis pacientes en muchos sentidos; pienso que eso me humaniza ante ellos.
¿Qué tipo de cirugías realizas con regularidad?
Parte de lo que me atrae de la cirugía plástica es la variedad. Trato de combinar casos reconstructivos y casos de estética. Y al menos una vez al año viajo al Perú para participar en las campañas donde operamos a niños con labio leporino y paladar hendido. Esta es una de mis pasiones y es algo que planeo hacer a lo largo de toda mi carrera. Pienso que es un verdadero privilegio poder levantarme cada mañana y cambiarle la vida a alguien de manera permanente.
¿Dónde te ves en diez años?
Me gustaría tener una práctica en la que pueda ver pacientes tanto en el Perú como en Estados Unidos. No importa cuánto tiempo paso fuera del país, hay algo que me sigue jalando de regreso.