Un repaso por la trayectoria de Kusimayo, la organización sin fines de lucro que lleva una década realizando una encomiable labor en Puno, a través de la voz de uno de los principales agentes de su creación.

Por Vania Dale

Donde unos ven carencia, Joaquín de la Piedra ve oportunidades. Desde hace diez años, Kusimayo, la ONG que inició junto a Laura Fantozzi, viene cambiándole la vida a más de treinta comunidades de Puno con programas sociales que responden a las necesidades más primordiales y específicas de la región.
“Había trabajado en Puno durante muchos años y Laura salía de trabajar en el Estado. Un día, ella me dijo: ‘Necesito realizar un trabajo tangible, que repercuta en las personas más necesitadas’. A lo que respondí: ‘No tengo idea de qué hacer, pero sí sé perfectamente dónde’”, recuerda Joaquín. De esa forma, impulsados por motivaciones afines, empezaron con Kusimayo.

Tras asesorarse con especialistas e identificar los principales problemas de Puno (la anemia infantil, el friaje, la inexistencia de una actividad sostenible que represente una fuente de ingresos constante para la población y el desamparo de los adultos mayores), decidieron empezar por intentar revertir las alarmantes cifras de desnutrición en la población infantil. “La anemia en menores de 3 años era de 80%, y la desnutrición crónica infantil afectaba a uno de cada seis niños”, explica Joaquín. Comenzaron con “Miles de Sueños”, su programa “punta de lanza”, como suele referirse a él Joaquín, que ofrece desayunos, kits de higiene y útiles escolares para niños de entre 0 y 5 años. “Cuando empezamos, en el 2008, teníamos ocho niños; ahora tenemos quinientos”, cuenta con satisfacción.

Ximena Figueroa-Terry, Laura Fantozzi y Joaquín de la Piedra, responsables de Kusimayo.

El resultado de una iniciativa que podría parecer tan evidente –pues se trata de proporcionar a los niños las condiciones básicas para desarrollar su potencial académico– ha generado en los beneficiados un cambio radical. “Dar un desayuno nutricional, con un adecuado contenido proteico, y equipar los colegios con útiles escolares y objetos de aseo hace que los niños asistan más a clase”, reflexiona Joaquín. “Además, son las propias madres las que preparan el desayuno”, agrega, con lo que da un ejemplo de cómo opera Kusimayo: involucrando a la mayor cantidad de personas dentro de la comunidad.

Verdadero calor de hogar

Después de tener el programa bandera andando, las bajas temperaturas representaban el segundo reto para Kusimayo. Al investigar sobre el tema, encontraron otro problema que no habían tomado en cuenta al comienzo: las enfermedades respiratorias causadas por la inhalación de humo producido por cocinas a fuego abierto son la principal causa de muerte en niños. El 97% de la población rural usa cocinas a fuego abierto con bosta de animal como combustible y el 79% de las cocinas no tiene chimeneas.

 

El proyecto “Puno Productivo” busca capacitar y tecnificar el agro en la zona.

La situación era crítica y requería de un sistema que pudiera contemplar ambos flancos dentro de sus soluciones. Es así como nace “Casa Caliente Limpia”, que se enmarca dentro del segundo programa desarrollado por Kusimayo, llamado “Calor Para Puno”. Más allá de la iniciativa de recolectar ropa de abrigo para donar a la comunidad –actividad de la que también se ocupan–, la ONG se encarga de equipar varias de las casas con un paquete tecnológico diseñado por la PUCP, que consiste en tres tecnologías que permiten levantar la temperatura de la casa entre 10 y 12 grados y eliminar hasta el 90% del humo de las cocinas.

Necesidades atendidas

El tercer programa que comprende Kusimayo, “Puno Productivo”, consiste también en un paquete tecnológico, desarrollado por la Federación de Campesinos del Cusco y el Instituto para una Alternativa Agraria (IAA), que se adapta al panorama agrícola de la sierra y se erige sobre los siguientes pilares: abastecimiento de agua, construcción de un invernadero, ejecución de un plan de siembra en un huerto, sembrado de pastos dentro del predio y capacitación en técnicas de preparación de fertilizantes y abonos orgánicos. Por si fuera poco, toda esta transmisión de información de técnicas ancestrales actualizadas al contexto de hoy en día se realiza en quechua.

“La idea es llegar a transformar la economía de subsistencia en una economía de emprendedores”, acota Joaquín, quien ve en Puno una próxima potencia agrícola. “Ya hay 147 familias con estos invernaderos, en donde se cultivan fresas, rabanitos y hasta aguaymantos”. Según nos cuenta, el 60% de lo que se produce en el invernadero se destina a la alimentación de la familia, mientras que el 40% restante es usado para el comercio. “Me causa ilusión ver a familias organizadas, correctamente nutridas y produciendo. En este momento, estoy totalmente convencido de que Puno puede ser una potencia agrícola orgánica. Queremos entrar a los mercados de Arequipa, de Cusco, y, por qué no, llegar también a Lima”, cuenta con ilusión.

“Calor Para Puno” promueve el equipamiento de tecnologías que logran casas más calientes y seguras.

Kusimayo cierra este círculo de ayuda y empoderamiento social con su programa “Abuelos Felices”, que se encarga de mejorar la condición de vida de los adultos mayores del asilo Virgen de Rosario, en Chucuito. En 2009, la Fundación Órden de la Cruz de Malta comenzó la recuperación del recinto y, desde entonces, Kusimayo continúa la labor cubriendo las necesidades mensuales básicas de los abuelitos: desde comida y gas hasta productos de higiene y de limpieza.
Por supuesto, todas estas acciones son posibles gracias al apoyo de distintas empresas privadas, que se acercan a Kusimayo a través de diferentes canales. “Y no son los gerentes los que se nos acercan”, acota Joaquín. “La gente que nos busca es bastante joven, son chicos que trabajan en estas grandes empresas, que se mueren de ganas de ayudar. Son ellos los que se compran el proyecto y lo llevan a sus jefes”, explica.

Si está en lo correcto, tendremos la suerte de ver nacer más proyectos como Kusimayo en los próximos años. Por su parte, Joaquín afirma estar dispuesto a brindar toda la información necesaria a quien quiera emprender una iniciativa como la que él inició diez años atrás junto a Laura, e incita a más gente a que se lance a hacerlo. “Nosotros llegamos a la comunidad y nos quedamos ahí. Hemos visto crecer a sus niños, que ahora nos reconocen y confían en nosotros”. Y esos niños confían porque saben que Kusimayo se ha preocupado por ellos durante una década. Confían porque saben que Kusimayo siempre vuelve, y el impacto emocional de esa certeza –más allá del generado en la calidad de vida, por supuesto– es absolutamente positivo.