El sociólogo de la Universidad de Lima analiza e interpreta el Perú de 2019, lo que espera del próximo Congreso y la vorágine de corrupción actual y de los próximos años.
Por Rodrigo Salazar Zimmermann
El 2019 fue un año sui géneris para el Perú: se suicidó Alan García, se disolvió el Congreso, se acorraló a Dionisio Romero Paoletti, una película sobre la reforma agraria llegó al cine y fue aplaudida al terminar la función. ¿Cómo darle sentido a todo esto?
Los peruanos están aprendiendo a ser ciudadanos. El sistema parece que funciona en algo. Tenemos una Fiscalía, resultados del sistema judicial, un presidente que disuelve el Congreso, y, para la mayoría de las personas, todo dentro de la constitucionalidad. A pesar de todos los problemas que tenemos con la democracia, a nivel mundial nos ven como una democracia funcional que es capaz de solucionar sus grandes conflictos y sus grandes problemas de corrupción siguiendo el sistema. Es loco, porque desde adentro nosotros vemos un sistema pegado con babas. La democracia es sumamente vulnerable, funciona a medias.
Alan, el neoliberalismo y la reforma agraria forman parte de discursos ideológicos que algunos toman por supuestamente objetivos. ¿Se están comenzando a desbaratar los mitos del siglo XX?
(Lo de Alan García) es claramente un ejemplo de carisma. Alan nunca iba a ser “chapado”. En cuanto al mercado, la mayoría de peruanos dice que cree en el mercado, pero quiere más control del Estado. Siendo un país fuertemente informal, el mercado es su día a día, y quiere una libertad que muchas veces es un libertinaje: vender lo que quiera, como quiera y cuando quiera. Un capitalismo casi salvaje. Muchos están de acuerdo con eso, y no quieren que venga la fiscalización. Hasta cierto punto, esto comulga con la Confiep. Empieza a existir un cierto recelo por los excesos del mercado. Vivimos un trauma en los años ochenta. Vimos el mercado como una salida de ese trauma. Estábamos maravillados con un sistema que creció 7% por años y años. Y vemos cómo se resistieron las empresas a los octógonos, vemos lo de Dionisio Romero.
Es la primera vez que se ve a la empresa privada como artífice de la corrupción.
En los últimos casi veinte años, ha sido la empresa privada la que la ha incentivado y promovido. La privatización de los años noventa fue el gran cofre para la corrupción, porque no había ningún control. No hay que ser dictador hoy en día para ser corrupto en niveles muy parecidos a los de un dictador.
Pasemos a la microcorrupción. Una secretaria de un juez supremo que le pide ayuda para conseguirle trabajo a su hermano seguramente no piensa que está cometiendo un acto de corrupción.
Hay un choque de dos culturas. Una es la cultura tradicional, que está basada en lo particular, como mi amigo, mi familia. La cercanía es un valor. Otra es la del mundo público, donde entran los valores y las reglas universales. Como esas reglas universales en el Perú no se han afianzado, la gente no las valora mucho.
O sea, el espacio público es invadido por lo privado.
Sí. Y la gente no valora las reglas formales. Si soy director de un ministerio y mi hermana me llama a decirme que mi sobrino está desempleado, ¿por qué no le puedo dar una chambita? Mido el valor familia versus el reglamento del ministerio. Como no hemos hecho el tránsito a la modernidad plenamente, más va a jalar lo primero. Hoy en día confundimos corrupción con algo que sucede solo cuando hay un funcionario público.
En la XI Encuesta Nacional Anual sobre Percepciones de Corrupción en el Perú, que presentaron en diciembre el IEP y Proética, se vio que los encuestados advertían la corrupción siempre desde el Estado, pero no cuando era la ‘ayudita’ al policía.
La microcorrupción tiene que ver con la personalización de la norma, que lleva a su relativización. Este país funciona con microórdenes. Las universidades funcionan, se respetan las normas porque eso da prestigio. Si se corre la voz de que a los profesores de la Pacífico les pagan para pasar, evidentemente ese título no vale nada. Por eso allí se defiende el orden, pero se sale a la calle y empieza otra cuestión.
En el Perú, existe la denominación “extrema izquierda” para aquellos que quieren cambiar la Constitución, que ensalzan a Velasco, pero no se suele usar el término “extrema derecha”, aunque bien parece que existiera…
Pero usamos la palabra “neoliberal” para los que piensan que casi todo tiene que pasar al mercado. Confundimos términos porque tenemos una derecha sumamente conservadora. La extrema derecha es esa cuestión escandalosa, bien cavernaria, no pensante. Pero no tiene nombre, ni apellido, ni partido.
También están los que no quieren que siquiera se toque el modelo económico.
Hay personajes que defienden la importancia del mercado y que no quieren que nadie toque el modelo, un modelo que podría mejorar, aun desde el punto de vista de la derecha. Uno de los grandes fracasos del mercado en el Perú es la educación superior. Un fracaso total y absoluto. Ahora todas estas universidades ponen (en su publicidad) “licenciada por Sunedu”. Cómo ha cambiado el mundo, ¿no? Decían de la Sunedu que el Estado se va a meter, que la libertad de empresa… Lo que había era un libertinaje. Lo conozco: soy catedrático desde hace cuarenta años. La educación no es una hamburguesa.
La derecha peruana ha hecho de la izquierda un cuco: el recuerdo de Velasco, la heterodoxia de Alan García I. Pero la gran mayoría de golpes de Estado y de gobiernos en el Perú ha sido de derecha. Entonces, ¿la situación del Perú no es en realidad responsabilidad de la derecha?
Sí, sí lo es. Salvo Velasco, todos los golpes de Estado han sido de derecha, excepto quizá el de 1962. En el Perú, aplicar estas etiquetas es un dolor de cabeza. En términos económicos, yo no sé dónde colocar a Fuerza Popular. No tenemos ideologías. El Partido Morado, ¿qué es? ¿Acción Popular? El Perú es un país deforme, una suerte de gelatina. La derecha es una gelatina; la izquierda es otra gelatina.
¿Cree que el mea culpa de CADE 2019 traerá en los próximos años nuevos bríos en la gestión empresarial?
En el fondo somos un país mercantilista. El Estado es un negocio. En el Perú falta una élite empresarial con ese nombre y ese peso. Estamos acostumbrados a un Estado clientelista, pero el clientelismo no funciona con individuos, sino con organizaciones. Se negocia con la Sutep, no con los maestros, porque con siete personas llego a un acuerdo para 300.000 maestros. Se prefiere negociar con la Confiep, con la Sociedad Nacional de Industrias (SNI). Pero la Confiep no representa a todos los empresarios del Perú. Tampoco la SNI. No representan al más chico. El mercantilismo visto desde una presión escondida y de lobistas para sacar ventajas va a seguir porque las instituciones son débiles. Algunos dicen que las propias empresas son las menos interesadas en tener un Estado bien institucionalizado, fuerte, que las haga cumplir, porque ya se han acostumbrado a funcionar con un Estado que no es fuerte.
Si el medio es el mensaje, como escribió Marshall McLuhan, y las marchas que hubo en Chile son estructuradas por las redes sociales, entonces las movilizaciones terminan siendo amorfas, sin líderes, confusas e individualistas. Se vio en la Primavera Árabe, que terminó siendo un fracaso salvo en Túnez. ¿Cómo las marchas en la era digital pueden tener resultados tangibles?
Ese es el problema. Si es algo puntual, tipo Ecuador (restablecer subsidios a los combustibles), puede funcionar. Pero no hay una transformación. En Chile se ha logrado que la formalidad haga concesiones y se logre ver la Constitución. Para mí eso es un problema, porque puede venir la tentación autoritaria.
¿El peruano es resignado?
Creo que muchos peruanos sí lo son. Con el paquetazo de Fujimori, si eso pasaba en Argentina, el vandalismo hubiera sido total y absoluto. Acá un economista inglés decía que los peruanos eran como zombis. Siempre lo explico por la informalidad. Si soy un informal, la ley no está conmigo. Luego usamos la frase tan nacional “caballero nomás”. En ese sentido, no tiene la ley, los derechos, de su parte.
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¿Le genera esperanzas el nuevo Congreso?
No esperanzas, pero sí será un laboratorio, un experimento importante. Quizá la ciudadanía vea un Congreso que funcione, que no sea abusivo. Hay que prenderle velitas a San Martín de Porres.
Fotos: Andina