La popular actriz de «Soltera codiciada» es nuestra columnista invitada para explorar lo que significa estar solo en un universo en el que la soltería es tan incomprendida como mal vista. Gisela Ponce de León confiesa así lo que representa salir con ella misma.

Por: Gisela Ponce de León

Si le preguntas a cualquier persona que me conoce medianamente te dirá que me encanta el amor; generalmente expreso que sueño con una compañía que me quiera y que me entienda. Sin embargo, y a pesar de todos los 11:11 frente a los que lo he deseado, aún no se ha cumplido ese sueño. De niña solía hacer ese juego que designa valores a los nudillos de tu mano (como un “de tin marín”) y eso de alguna manera revelaba la edad que tendría al casarme y los hijos que iba a traer al mundo.

A lo largo de mi infancia y juventud, vi a todas las Marías de las distintas telenovelas sufrir y pasar por un desamor tras otro, llorar su desilusión durante escenas larguísimas; Marías que, a pesar de tanto dolor profundo, se levantaban resilientes y esperanzadas; Marías que lo toleraban todo y finalmente recibían su gran recompensa: el otro. La pareja que venía a llenar todos sus vacíos, a salvarlas de la soledad, de la insoportable idea de ser solo uno.

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Lo que más dolía era el vacío, la desazón que me llevaba a pensar que el amor de pareja no existía y a cantar que “yo no nací para amar” y que “nadie nació para mí”, como decía Juan Gabriel. “Debe de haber un error”, pensaba, “no puede ser posible que se sufra tanto amando”.

Ya como actriz y mujer adulta, junté mis historias de amor más sufridas –desde las más leves hasta las denunciables– y me propuse a hablar desde mi herida sobre por qué ningún chico quería “firmarme”: así nació un unipersonal que se llamó “Mudanza” (2016). A lo largo de la obra revisaba cómo había sido rechazada y maltratada por hombres que no me apreciaron y me dejaron sola mientras cantaba “Amor de hombre” de Mocedades. Para el final de la obra mi personaje, que era en realidad yo, terminaba consigo misma, o aprendiendo a estar “sola”. Pero yo no quería estar conmigo: necesitaba un final “feliz”.

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Ah bueno.

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Y, aun así, las chicas que iban a ver la obra salían muy agradecidas, mientras que yo acababa sin voz. Y, como nada es casual, tiempo después protagonicé una película (“Soltera codiciada”, en 2018) sobre una chica que se queda soltera y que aprende, hacia el final, sobre el amor propio. Mientras tanto, en la vida real, yo sufría nuevamente el rechazo del macho –parte 325–. Yo no quería estar conmigo.

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