La actriz Anahí de Cárdenas acaba de terminar uno de los procesos más complejos de su vida: su tratamiento de quimioterapia. El cáncer, sin embargo, no ha quedado atrás. Y eso se debe a que Anahí ha decidido mantener esta experiencia presente y fundar Previene Perú, una ONG dedicada a la prevención, cuyo primer gran evento es un festival benéfico este 14 de junio. Aún está aprendiendo a reconocerse en el espejo y aceptar las huellas de la enfermedad; su reflejo le devuelve a una mujer un poco más sabia, llena de entusiasmo por el futuro y más plena que nunca.

Por Rebeca Vaisman Fotos Giuseppe Falla

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Las personas que nunca han tenido gatos piensan que son elusivos, fríos. Pero quienes han tenido el placer de convivir con uno –y sí, también de servirlo– saben que eso no es más que un prejuicio que tergiversa la complejidad de sus vaivenes emocionales. ¿Cómo no fascinarse ante la contradicción? Anahí de Cárdenas tiene cuatro gatos: cuando se mudó sola por primera vez, Tita fue su roommate y aún la acompaña, siete años después. Luego llegaron Lila, Lola y Chino. Anahí los acepta como las criaturas difíciles de descifrar que son: tan independientes como ávidos de atención.

Es quizá porque la propia Anahí tiene algo muy felino en ella. Físicamente, cierta sinuosidad del cuerpo, los pómulos pronunciados, los ojos rasgados y alargados que expresan intensidad. Pero también por su personalidad, que necesita compañía pero en sus propios términos. Muchas veces, Anahí ha resultado difícil de entender para los demás.

Desde que recibió su diagnóstico de cáncer, en noviembre del año pasado, se ha mostrado en control. Es un hecho que ha pasado por momentos de debilidad física y mental, de dudas, de miedos, de caos… Pero, de cara a los demás, fue ella quien quiso dar la noticia, quien decidió cuándo dar entrevistas, y, en el ínterin, publicó lo que tenía que decir en sus redes sociales. “Si yo no controlo mi propia narrativa, ¿cómo controlo mis emociones?”, explica. “Yo tenía que tomar el control de la información que se difundía y también de las decisiones que se tomaban. Llegó un momento, en la oficina del doctor, en que todo el mundo tenía una opinión y todos querían decidir por mí, hasta que yo dije: ‘No, lo siento, se acabó. Es mi cuerpo, es mi enfermedad. La que se encarga soy yo’”.

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No sintió la necesidad de ocultarse, ni siquiera cuando los cambios físicos empezaron a hacerse notar. No procuró ser discreta, ni consideró la posibilidad de seguir su tratamiento fuera del spotlight. “Nunca lo vi como una opción dable, porque soy una figura pública en todo sentido: mis redes sociales son públicas; soy actriz y vivo de la exposición. Además, tenía que filmar películas, hacer teatro, cumplir con contratos… ¿Cómo iba a desaparecerme seis meses y no dar ningún tipo de explicación? Me parecía inaudito, hasta me podía generar más estrés”, responde Anahí. “Quizá muchos no compartan mi forma de ver las cosas, sé que hay gente que piensa que he sido muy pública… pero ha sido como una terapia para mí”.

Primera meta cumplida

El lunes 25 de mayo, Anahí de Cárdenas terminó su quimioterapia. Ha pasado por dieciséis quimios –cuatro de las “rojas”, las más fuertes, y doce “blancas”– desde los primeros días de diciembre. Dos semanas después de su diagnóstico, le practicaron una mastectomía, intervención quirúrgica en la que le extirparon el seno que tenía el tumor. Las decisiones tienen que tomarse rápido, incluso cuando el shock no se ha superado. Nadie está listo. Ni el enfermo, ni su familia, ni su pareja, ni sus amigos. “No llegas a procesar del todo lo que ocurre, porque también estás lidiando con las ansiedades de tus familiares. A veces me veía un poco desde afuera”, confiesa la actriz.

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“Esta enfermedad es un constante duelo”, asegura Anahí. “Es la pérdida de todo lo que tenías antes, de tu vida como la conocías. Pero es empezar una nueva vida también”. Sus palabras resuenan hoy más que nunca en un mundo que ha debido despedirse de mucho (proyectos, planes e incluso seres queridos), y que espera reencontrarse con una “nueva normalidad”.

Fue difícil para Anahí mirarse en el espejo y entender que ese también era su cuerpo. Recién ahora ha llegado a términos con su imagen. Aún le falta una última operación para retirar el expansor que le pusieron en lugar de su seno y colocar la prótesis que usará el resto de su vida. “No solo fue la mastectomía: no es solo no tener pezón; también fue perder el pelo, y todo eso que se relaciona con feminidad, maternidad y belleza”, explica Anahí.

“Antes del cáncer nunca me gustaron mis tetas, yo pensaba que eran feas. He tenido que perder una para darme cuenta de que no eran feas, que eran lindas”, cuenta. “Uno o dos días antes de la operación le pedí a mi novio que hiciéramos una fiesta de despedida: yo, como Anahí, le agradecí a esa parte de mi cuerpo por haberme acompañado todos esos años. Era momento de dejarla ir y sacrificarla por un bien más grande, que era estar viva”.

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