Marino Morikawa se considera, en sus propias palabras, «un simple peruano». Pero es nuestra labor desmentirlo. Porque no sólo es un hombre que hace un par de años se hizo famoso en su país tras descontaminar un humedal que se encontraba en condiciones deplorables. Es también un científico que convirtió desiertos en zonas verdes gracias a unos conos de celulosa desarrollados por él y su equipo. Y es, además, un catedrático que ha viajado por el mundo y ha recuperado más de 30 hábitats naturales. No queda otra que creerle cuando habla de su «triángulo de lo no imposible», que involucra a la ciencia, la sociedad y el estado. Porque, claro, las evidencias le sobran para demostrar que en su mente no hay nada que no se pueda lograr. Por eso nos juntamos con él para conversar sobre el origen de esta inquietud que lo ha llevado a transformar uno de los lugares más importantes de su infancia y que ahora lo ha motivado a plantearse retos más grandes que tienen como primer paso la limpieza y recuperación del lago Titicaca y la laguna de Huacachina.
¿Por qué decidiste dedicarte a mejorar el medio ambiente?
Todo fue gracias a la educación de mis padres. Mi viejo me llevaba a recorrer toda la cordillera central y me decía que siempre tenía que saludar antes de entrar a la pacha mama. Tenía que saludar, luego agradecer y luego despedirme. Como si entrara en la casa de alguien. Y así llegábamos hasta los glaciales y me hacía probar el agua que había ahí. Me decía “siente esta agua y aprecia lo que es la naturaleza”.
¿Dónde era eso y cómo era ese primer sorbo?
Era en la sierra central de la provincia de Huaral. Yo tenía ocho años y ese primer sorbo era increíble. Hasta el día de hoy no me puedo olvidar. Ahora eso ya no lo puedes apreciar salvo en lugares recónditos.
¿Y dónde se torna esto en una carrera profesional?
En Perú estudié varias carreras. Llevé un posgrado de total quality management que me ayudó a especializarme en la industria alimenticia. Fui asesor en varias industrias y veía que en todos los lugares los desechos los tiraban a las lagunas, a los ríos o incluso al mar. Y ellos pensaban que el agua diluía todo. Entonces yo no estaba conforme y empecé a averiguar por las carreras que había en Perú, pero no existían los laboratorios adecuados para eso. Comencé a buscar afuera, pero todo era caro. Hasta que se presentó la oportunidad de presentarme a las becas que daba el Ministerio de Educación de Japón. Postulé y tuve la suerte de coger una plaza.
¿Cuánto tiempo estuviste allá?
Más o menos catorce años. Porque hice un año de investigación, una maestría, un doctorado, un post doctorado y llegué a ser catedrático. Y chévere, comencé a hacer varios experimentos nerds. Lo bonito es que además de estar en el laboratorio yo tenía que estar en el campo. Ese es mi mundo: estar afuera con mi ropa bien chacra apreciando todo.
¿Y qué te hizo volver a Perú?
Una llamada de mi padre y la historia del humedal del Cascajo. Me dijo que ese lugar al que íbamos a pescar o a hacer picnic ahora estaba irreconocible, porque estaba maloliente y había mucha basura. Entonces aproveché unas vacaciones y vine. Mi viejo me llevó al Cascajo y obviamente la imagen que yo tenía de pequeño no era aquella con la que me encontré.
¿Cuál fue tu primera reacción cuando notaste eso?
Siempre comento esto y algunos me toman por fumado, pero lo primero que me nació fue arrodillarme y pedirle perdón mientras pensaba “¿adónde se ha ido mi pasado?”, y ahí comenzó este proyecto personal…
Y en ese proyecto ayudaron sus «experimentos nerds», en los que Marino emplea nanotecnología. «La nanotecnología consiste en utilizar componentes moleculares –nada químico, porque estoy en contra de ello– y darle un plus a la naturaleza para que actúe más rápido», explica. Su primer reto no fueron las plantas acuáticas, comúnmente llamadas ‘lechugas de agua’, que habían crecido en el humedal, sino la búsqueda de apoyo económico para comenzar con lo que tenía en mente. «Toqué todas las puertas habidas y por haber, y el cien por ciento me dijeron que no», nos cuenta, «pero a mí no me chocaba porque ya conocía la realidad». Así que lo que hizo fue acercarse donde el alcalde a pedirle permiso, diciendo que asumiría todos los gastos y prometiendo que, si no conseguía nada en un año, él mismo se iría callado como si nada hubiera ocurrido.
Te mandaste completamente solo…
Sí. Asumí la responsabilidad solo y me fui a Japón y saqué todos mis ahorros. Además, como hice todo un cálculo, pedí tres préstamos bancarios. Obviamente terminé bastante endeudado, pero volví a Perú y me puse a emprender. Fui para allá y, primero, pernocté tres noches ahí para hacer el estudio de viento, de biodiversidad, de tráfico de personas. Tenía que convertirme en un Sherlock Holmes para descubrir cuáles eran las causas contaminantes.
De hecho debe haber sido raro para las personas verte solo ahí. ¿Te dijeron algo?
Sí, el hecho de verme dentro del humedal causó un impacto. Me decían que salga de ahí. Y esa era la reacción que yo quería. Porque luego yo salía, me acercaba y les decía “si trabajamos juntos podemos recuperarlo”. Y así me veían todos los días desde las siete de la mañana hasta las ocho de la noche, hasta que un día tuve la primera reacción solidaria: una señora vino, con su bastón, para invitarme algo que seguro era cebada…
¿No lo probaste?
No, no lo probé. En los lapsos en los que yo trabajaba no comía ni tomaba nada por una simple razón: no había baño.
De hecho bajaste mucho de peso…
Sí. Adelgacé veinte kilos y le puse “la dieta de la lechuga”.