Bautizado con el nombre de Maradona por decisión de su madre argentina, acaba de alcanzar el primer lugar del ranking mundial de squash. A sus 26 años, ya puede decir que tocó el cielo. ¿Cómo un niño tímido que lloraba cada vez que su padre squashista perdía se ha convertido en el mejor del planeta?
Por Kike La Hoz
Una botella de Château Rauzan- Ségla, cosecha 1996, está a punto de abrirse dentro de un jet privado que va de Birmingham a París. Un vino tan valioso no se descorcha todos los días. Más que un lujo, es una urgencia. La ocasión lo amerita. Es lunes 17 de abril de 2023 y Diego Elías vive las primeras horas como el mejor del ranking de la Professional Squash Association (PSA) junto a su padre, su madre y su séquito de colaboradores. Es el sueño de toda su vida, pero aún no termina de despertar.
La noticia acaba de hacerse oficial, aunque ya todos la conocen de antemano desde hace algunos días. Exactamente, desde que se confirmara que el egipcio Mohamed El Shorbagy, una de las leyendas vivas del squash, había perdido en la tercera ronda del British Open, disputado en Birmingham, Inglaterra. Algo contra todo pronóstico. Algo inaudito: el Roger Federer del squash eliminado del Wimbledon del squash. En una disciplina dominada por los egipcios desde la década de los noventa, por primera vez en la historia un sudamericano les arrebata la atención. Un muchachito nacido en 1996, con sangre libanesa por herencia de su madre y squashista desde la cuna por influencia de su padre. El nuevo ungido. Muchos dirán que lo sabían, pero, en realidad, pocos lo vieron venir.
¡Pum!
El sonido del corcho disparado por los aires toma por sorpresa a Diego Elías. Suele estar preparado para responder a una pelota de goma que viaja a unos doscientos kilómetros por hora dentro de esa jaula transparente que es el campo del squash; pero camino a París, en un jet privado, se entrega, como un niño que acaba de descubrir la magia, a esta explosión festiva con olor a vino francés. La pirotecnia de los campeones.
El corcho propulsado como un cohete también es la síntesis más gráfica de su vida. 2013: puesto 251. El primer año en el circuito profesional. 2015: puesto 37. Bicampeón juvenil de squash. 2016: puesto 23. Los primeros challengers ganados y medalla de plata en los Panamericanos de Toronto. 2018: puesto 10. Finalista por primera vez de una serie del tour mundial. 2020: puesto 6. El primer peruano en jugar el exclusivo mundial del PSA Tour. 2021: puesto 5. La primera corona en un torneo platinum. 2022: puesto 4. Ocho finales disputadas y cuatro títulos ganados. 2023: puesto 1. La cima, la gloria, el cielo. Por supuesto, no es casual que el vino sea cosecha 1996, el año de su nacimiento.
Pocos lo saben, pero Diego Elías en realidad debió llamarse María Paula. Un mes antes de que su madre, Florencia Chehab, diera a luz en Lima a finales de noviembre de 1996, los médicos no tenían dudas: sería mujer. Y el nombre para su bautizo ya estaba elegido. “Pero yo en el fondo sí sabía que iba a ser hombre”, dice su madre, nacida en Argentina, pero con una vida hecha en el Perú desde los cinco años. Ni bien quedó embarazada, el primer pálpito la hizo comprar un enterizo para un bebé varón.
Con el cambio de planes, tocaba buscarle un nuevo nombre al primogénito. Los que le gustaban a Florencia ya habían sido elegidos antes por otros familiares. No quería repetir el nombre. José Manuel Elías, el padre, estaba de acuerdo. Debía ser uno con un sello especial, con un aura de bendición. La última palabra, sin embargo, no llegaría sino hasta el mismo día del nacimiento. En Argentina, Maradona era noticia por su nuevo alejamiento de las canchas tras un regreso de fantasía con Boca Juniors. Las portadas del mundo repetían su nombre. “¿Y por qué no Diego?”, le dijo Florencia a su entonces esposo. La reverencia al dios profano del fútbol le venía de sus padres, hijos de migrantes en la Buenos Aires del siglo pasado. La decisión se tomó en pocos segundos. Si no podía llevar el nombre de la madre de Dios, la alternativa divina estaba clara: sería Diego. Amén.
Una fotografía, fechada el 6 de junio de 1998, es la prueba irrefutable. Diego Elías, mucho antes de aprender a caminar, no jugaba con sonajas ni chupones, jugaba con raquetas de squash. En la toma, los brazos de su padre lo protegen, mientras él intenta avanzar con una raqueta casi de su tamaño sobre el campo de madera de una cancha del club Regatas Lima. El encuadre es deliberado: solo Diego aparece retratado. Todos los demás son apenas piernas recortadas, y su padre, unos brazos firmes que parecen dudar entre permitirle avanzar con libertad o salvarlo de una caída inminente.
“Desde la barriga de su mamá, ya estaba jugando. Ella lo llevaba a ver los partidos de su papá”, ha contado Roberto ‘El Zurdo’ Aliaga, preparador físico de toda la vida de José Manuel Elías y luego de su hijo. A mediados de los noventa, el padre de Diego, ‘El Tigre’, como lo apodaban, dominaba el reducido circuito local. Pocos podían hacerle frente a su pegada demoledora. Los zarpazos dolían. “Estuvo entre el primer y el segundo lugar durante veinte años de carrera”, explica Florencia, quien pudo vivir de cerca el inicio de la dinastía de los Elías en el squash. Asociada al Club Terrazas de Miraflores desde muy niña, conoció allí a José Manuel en sus mejores años de deportista, se enamoraron y tiempo después quedaría embarazada. El club de la bajada Balta pasó a ser el centro del universo de su hijo. Cada vez que su padre debía entrenar, Diego observaba todo desde la tribuna y luego asaltaba la cancha para apoderarse de alguna raqueta.
“Estaba conmigo todo el tiempo. Y cuando ya fue creciendo un poquito más, me lo empecé a llevar a torneos en el extranjero donde yo competía”, recuerda el ‘Tigre’ Elías. Sin proponérselo, ya se había convertido en su entrenador, pero tendrían que pasar algunos años más para que ambos asumieran que, más que maestro y aprendiz o un binomio bien coordinado, eran una misma conciencia, dos cuerpos fusionados..
La derrota que más le dolió a Diego no fue propia. José Manuel Elías disputaba el tercer lugar de un campeonato organizado en Bucaramanga, Colombia. Tenía dominado el partido. La ventaja era para él: 10-9 en el quinto game. Un punto más y se llevaba la victoria. Pero se desconcentró, falló en una bola y cuando quiso reaccionar ya era tarde. Buscó entre la gente a Diego y no lo vio. Una vez listo para volver al hotel preguntó por él, pero nadie le dio razón. El temor empezó a invadirlo. Perder un hijo de siete años lo asustaba muchísimo más que perder un partido. Casi cinco horas después, antes de animarse a poner una denuncia, decidió pasar de vuelta por el hotel.
Al entrar a la habitación, notó que alguien estaba escondido bajo el cubrecamas, tapado hasta la cabeza. El ‘Tigre’ Elías se asomó con cuidado y descubrió que era Diego. Lloraba con una rabia pocas veces vista. “No me habló como dos días. Todo porque había perdido”, cuenta hoy con una sonrisa cómplice. Pese a ese episodio, aquellos primeros viajes fuera del país serían el catecismo de Diego en el squash.
Florencia, divorciada de José Miguel desde que Diego tenía tres años, nunca prohibió esos momentos. Al contrario, los incentivó. “A pesar de estar separados, siempre fuimos muy amigos. La conexión familiar jamás se perdió, y creo que eso también influye”, dice. Almuerzos, idas al cine, paseos, navidades. Al hijo único de ambos nunca le faltó nada. “No sabemos cómo hubiera sido si tenía hermanos, pero todos son factores que suman… incluido llevarte bien con tu ex”, explica Florencia.
Cada quien cumplió un rol. Si José Manuel suele llevarse el reconocimiento público por ser el mentor de su hijo dentro de las canchas, Florencia cree que ella construyó las bases para soñar. Para empezar, decidió hacerlo gatear hasta que cumplió el primer año de nacido. Quería que tuviera la mejor coordinación posible. Heredero de una familia de deportistas, –incluida ella, tenista amateur, y el abuelo materno, Marcelo Chehab, campeón máster de frontón–, intuía que su hijo se dedicaría tarde o temprano al tenis o al squash. “No lo dejaba que se parara, y por eso ahora es supercoordinado”, dice. Las primeras clases de tenis, aún con pañal debajo del short, empezarían a inclinar su rumbo hacia las raquetas. Jugaba bien el ping pong, el tenis, el pádel, el frontón y el squash. Podía ser muy tímido, según su madre, pero bastaba que tomara una raqueta y entrara a una cancha para despojarse de ese ropaje de niño débil e introvertido. “Yo estuve con él todos esos años, antes de que empezara a viajar con su papá a partir de los siete”, dice Florencia.
Alguien debía enseñarle que, antes de volar, los primeros pasos tienen que ser firmes. Una lección de temple de los Chehab. La sangre de sus ancestros libaneses, migrantes en Argentina, no solo es visible en sus cejas pobladas como una redundancia estética, ni en su pecho escondido debajo de una mata de vellos. Diego Elías lleva la marca de los decididos. “A veces lo molesto diciéndole que tiene sangre árabe, como la mayoría de los egipcios con los que compite y que son los mejores del mundo. Quizá le viene de ahí”, dice su madre, aunque prefiere creer que su hijo es la suma de muchos otros factores.
El mejor jugador de squash del planeta está en Lima y muy pocos lo saben. Diego Elías ha decidido visitar su ciudad después de perder la final del British Open en Birmingham. No pudo derrotar al ex número uno, Ali Farag. Pero este martes 18 de abril le duele menos de lo que le dolería habitualmente. La oficialización del nuevo ranking de la PSA lo ha hecho romper con su rutina. Mira a todos desde la cima del mundo. En menos de dos semanas, tendrá que enfrentar el mundial del circuito internacional, que jamás ha ganado, pero se ha permitido pasar un día en París y ahora acaba de llegar a Lima.
Después de abrir la botella de Château Rauzan-Ségla, cosecha 1996, Diego Elías celebró con los suyos al pie de la Torre Eiffel. Su padre, su madre y el equipo de asesores que lo acompaña desde hace algún tiempo. El candiense Jonathon Power, el primer americano en llegar a lo más alto del ranking mundial. El francés Grégory Gaultier, el soberano del squash que cedió su cetro al egipcio El Shorbagy a finales de la década pasada. Y el egipcio Wael El Hindi, ex top ten del mundo y actualmente coach profesional.
En Lima, no hubo caravana a su llegada al aeropuerto Jorge Chávez junto a Florencia y el ‘Tigre’. Tampoco entrevistas con los principales canales de televisión, ni condecoraciones oficiales. La visita, de incógnito, le sirvió para recordar que sigue siendo un mortal más. La noche del martes tuvo una reunión familiar en casa de sus abuelos, el miércoles comió
cebiche con unos amigos del club Terrazas, y el jueves se despertó tarde, fue a una notaría y preparó sus maletas para marcharse con el mismo apremio con el que llegó. –No he hecho casi nada. –Eso es lo mejor, ¿no? –le pregunto. –Sí –dice, y ríe como si hubiera cometido una travesura. No le dije a nadie que venía porque debo estar enfocado en el torneo que tengo en menos de dos semanas. No quería mucha… –se demora unos segundos en encontrar la palabra
adecuada. –¿Prensa? ¿Luz? –Exacto –dice y vuelve a reír.
Al otro lado del teléfono, la voz de Diego Elías se oye como la de un muchacho tímido que aún no cree que es el mejor del mundo. Su vida entera pasa frente a él como una vertiginosa película resumida en fotogramas. En ella se escucha a su padre diciendo: “Desde que empezó su carrera, entrenamos para que sea el número 1”. Observa el día en que pidió a sus padres llevar los últimos dos años del colegio a distancia para dedicarse de lleno al squash. Se sorprende al recordar las veces que enfrentó a su papá en el Torneo Nacional. “Al final me ganaba porque yo le tenía respeto; pero, una vez que mejoré un poco más, empecé a ganarle cuando cumplí 16”, dice. Vuelve a emocionarse al revivir el primer título mundial Sub-17, ganado en el British Junior Open, en Sheffield, Inglaterra, en 2013, cuando el ‘Tigre’ Elías le dijo que no bastaba contentarse con pasar a la semifinal. “Si tú te lo propones, puedes ser el campeón”. El bicampeonato mundial Sub-19 en 2014 y 2015. “Me cambió la vida. Ahí yo mismo me dije: ‘Sí puedo ser el mejor en este deporte’”, recuerda. La medalla de oro perdida ante el colombiano Miguel Ángel Rodríguez en los Panamericanos de Toronto 2015. La medalla de oro ganada ante el mismo colombiano en los Juegos de Lima 2019. La lesión de la cadera a fines de 2020 que lo dejó sin jugar casi ocho meses. El regreso, y el ingreso al top cinco mundial. El trofeo del US Open. La llamada del ‘Tigre’ y Florencia, desde un hotel en Birmingham, una vez que se enteraron de que sería el primer lugar del ranking. A lo largo de todo el recorrido, ambos siempre estuvieron junto a él. Quizá más su padre, con el que compartió más de cien torneos y habitaciones de hotel. Pero su madre fue la voz de alivio, consuelo e impulso a la distancia.
En Lima, toda la familia ha podido estar reunida en torno al más legendario de sus miembros. Al menos por un par de días. Menos de cuarenta y ocho horas. “Los días se han pasado volando”, dice Diego. Sorprendió a todos con su llamada de última hora, pero es él quien todavía sigue en estado de asombro. “Aún no lo puedo creer”, dice, sobre todo después de pasar este último miércoles 19 de abril por el frontis del club Terrazas. Está a solo tres cuadras de la casa de sus padres y sus abuelos. “La sensación es rara. Es el lugar donde empezó todo”, dice. Una vez que se alcanza la cima, la tentación de mirar hacia abajo es enorme. Desde Birmingham se siente así. Una vez que Florencia y el ‘Tigre’ cortaron la llamada, tras la inusitada derrota de El Shorbagy, Diego se apartó unos metros. En medio de uno de los campos de entrenamiento, se sentó en una banca, agachó la cabeza y se quedó en silencio bajo el cielo inglés. Necesitaba convencerse de que todo era verdad.
“Pensé en cada paso dado en mi carrera. Y creo que valió la pena”, dice ahora que le quedan pocas horas para abandonar, una vez más, Lima. Cuando reflexiona sobre el squash, solo encuentra una frase para definir lo que siente por este deporte. “Mi vida no sería igual si dejara de jugar”, dice, aunque Florencia, su madre, lo sintetiza mejor: «Siempre digo que la raqueta es la extensión de su mano”.
De vuelta en Boca Ratón, Florida, donde reside desde hace casi dos años, empezará a planificar algunas de sus metas pendientes: ganar el PSA World Championship en Chicago en mayo, clasificar a los Panamericanos de Santiago 2023 y brillar en el torneo de los ocho mejores de Egipto en junio. “Después de todo eso, recién voy a poder relajarme un poco, creo…”, dice con la modestia como idioma. Mantenerse en el primer lugar no será sencillo. Detrás de él están los gigantes de siempre: Mohamed El Shorbagy (32), Ali Farag (31) y Paul Coll (30 años), aunque todos cada vez más cerca del retiro.
El verdadero rival a vencer es Mostafa Asal (21), el niño terrible del squash, suspendido hace poco por conducta inadecuada. En siete enfrentamientos, Diego Elías apenas le ha podido ganar una vez, y fue por retiro. “Es un chibolo talentosísimo, pero juega al límite de lo prohibido. Diego cada vez que lo enfrenta acaba muy molesto. Casi siempre le gana. Asal le paró la racha este año”, explica Ricardo Montoya, un periodista deportivo que sigue como un obseso la carrera meteórica del ‘Puma’. La tendencia, según sus cálculos, es que Asal y Elías, por una cuestión de edad, se disputen el liderazgo mundial en los siguientes años. “Alguna vez yo dije que Diego no iba a ser el número uno del mundo porque Asal venía con todo. Si bien Diego es un maestro, el otro era más joven y ya le ganaba. Pero me equivoqué, gracias a Dios”, dice. La única manera de evitar ser destronado es empezar a inclinar la balanza ante Asal. “Tengo la esperanza de que Diego aún no En Birmingham, Elías perdió el título del British Open ante el egipcio Ali
Farag (1-3), pero la derrota de Mohamed El Shorbagy le valió para escalar al primer lugar del ranking. haya llegado a su techo. Con 26 años, tiene para dos o tres años más de crecimiento”, aclara.
Las dudas siempre estarán dando vueltas alrededor de Diego Elías. Así fue desde el principio. No todos tuvieron la claridad de miras que su padre, el ‘Tigre’ Elías. “A mí nunca me importó mucho lo que diga la gente. Siempre fuimos yo y mi papá, y los dos sabíamos lo que queríamos. Sabíamos que con disciplina y sacrificio íbamos a poder llegar lejos”, dice Diego. “Íbamos”. Así se define: en plural. Y por eso está seguro de que aún no ha desarrollado todo su potencial. El ‘Tigre’, con el apoyo de Jonathon Power, Grégory Gaultier, Wael El Hindi, y el aliento incondicional de Florencia, se encargará de que el corcho de la mejor de sus reservas 1996 no detenga la caída al menos por un buen tiempo. “Somos un equipo. Cuando juego, estoy jugando por los dos. Cada victoria, cada cosa que hago es por los dos”,
asegura Diego.
Con el ranking de la PSA actualizado, toca tenerle fe. En la religión de este otro Diego santificado, no hay espacio para los escépticos. “He soñado toda mi vida con esto”, dice, y lanza un suspiro de alivio a través del teléfono. Ya es hora de cortar. Quiere dar otra vuelta por su barrio antes de irse. Quiere llevarse la imagen del Terrazas al atardecer. “En algún momento me voy a dar cuenta de lo que estoy viviendo, pero por ahora no”.
Suscríbase ahora para obtener 12 ediciones de Cosas y Casas por solo 185 soles. Además de envío a domicilio gratuito y acceso instantáneo gratuito a las ediciones digitales.