Alberto Musso nos recibe en su sala con una gran sonrisa y nos lleva hacia la mesa central. La sala es amplia, no está muy iluminada y pueden verse, colgadas en las paredes y puestas sobre los muebles, guitarras y una caracola plateada. Sobre la mesa descansan, desordenados, recortes de periódicos, decenas de fotos y unos cuantos libros y fólderes. Huele a hemeroteca: ese olor a papel viejo, amarillento, que puede cautivar a un periodista. “¿Te muestro las fotos o hacemos la entrevista primero?”, pregunta. Respondo que primero me gustaría hablar con él. “Pero ¿de qué vamos a hablar si no te he contado nada de mi vida?”, insiste, y le digo que sobre su novela. “¡Ah!”, responde él, como si se hubiera olvidado de que acaba de publicar su tercer libro, El derrotero, y que ese es el motivo de nuestra visita. Un rato después habremos entendido la razón de esa sorpresa.

Alberto Musso prepara su cuarto libro y tercera novela, titulada “El gallo de Candamo”, que transcurre en el Callao.

Suele suceder que, a la hora de hacer una entrevista, el reportero tiene un modelo que ha elaborado antes, y tiene la idea de llevar la conversación hacia ciertos temas: ordenarla, por decirlo de alguna manera. Y suele suceder, también, que esos planes se evaporan ni bien enciende la grabadora. La conversación con Alberto Musso, sentado del otro lado de la mesa repleta de imágenes del pasado y textos, fue el ejemplo perfecto de eso: un desorden total, el delicioso caos que produce un diálogo con una persona repleta de historias. Porque, antes que nada, Musso es un tipo al que le faltan palabras y tiempo para contar todo lo que ha vivido.

Antes de “El derrotero”, Musso escribió la novela “La tahona vacía” (1992) y “Relatos de atar” (2006).

La idea era hablar sobre la novela, pero fue imposible hacerlo porque las historias iban colándose entre las preguntas que tenía en mente y en la libreta, y de pronto el cuadernito estaba ya cerrado y nos encontrábamos carcajeándonos. Y él, queriendo contar más.

Secretario de su subconsciente

Alberto Musso ha sido corredor de autos, compositor de canciones, jefe del IPD, ministro de Justicia en el segundo gobierno de Belaunde, escritor, esposo, padre y ahora abuelo. Ese ya podría ser el titular de una noticia: el hombre que todo lo puede. Difícil saber por dónde empezar, por qué parte de su vida arrancar. Pero he leído El derrotero, una novela sumamente divertida, y le pregunto por el humor en su obra. “Sueño con que se rían leyendo mi novela,”, dice Musso, sonriendo. “Quiero hacer feliz a la gente”. Habla de su faceta de escritor casi con desdén, porque, según él, es algo que llega solo.

Musso fue ministro de Justicia durante el segundo gobierno de Fernando Belaunde.

Yo me voy enterando de la narrativa conforme voy escribiendo. La novela se ha ido sola”, dice, como si fuera fácil escribir una historia –que reúne, en realidad, tres historias con tres registros lingüísticos absolutamente distintos– de más de 400 páginas y que ha sido finalista en el reputado Premio Copé del año 2015. Y añade: “Soy el secretario de mi subconsciente: de pronto me despierto con ideas y la fuerza para escribir y simplemente lo hago. Así han nacido cuentos y novelas, fruto no de experiencias que me hayan hecho pensar en algo más, sino que, de alguna manera han activado mi subconsciente”.

En una época en la que no había mujeres en los gabinetes ministeriales, Musso apoyó una moción positiva y polémica.

A estas alturas, es inevitable contar alguna de las anécdotas que se acumulan una tras otra. “Cuando vivíamos en Kenia –comienza, porque por supuesto que ha vivido en Kenia, el hombre que todo lo pudo –, mi hija decidió venir a Lima para postular a la universidad aquí. Un día, cuando eran las dos de la mañana en Nairobi, me llamó Alessandra (su hija) a decirme que había ingresado. Yo, debido al insomnio que me causó la felicidad, me senté a escribir, como poseído, una historia sobre una vieja que llena el ataúd de un fallecido con alimañas y garrapatas como venganza por haberle robado su muñeca a los cinco años”.

La historia se llamó El trajín de vengarse y, obviamente, agrega, no vaya ser que nos hagamos ideas raras, “no tiene nada que ver con el ingreso de mi hija”.

Por Dan Lerner
Retrato de Javier Zea

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