–¿Qué vas a hacer? –le dijo el militar por al auricular.
–¿Qué voy a hacer de qué? –respondió ella.
–No sé, hoy día…
–Nada.
–Ah, ya…
–Ah, ya, ¿qué?
–No, nada, o sea… Si no vas a hacer nada…
–No, no voy a hacer nada, ¿quieres salir? –le preguntó Nadine.
La futura Primera Dama lo invitó a salir, y así empezaron. Esa noche, Ollanta y Nadine fueron a un restaurante que ya no existe, en la avenida Los Conquistadores, y hablaron mucho. Hablaron de literatura griega, que a Ollanta le encanta, y sobre todo de política. Ollanta analizaba la coyuntura política y ella lo observaba, «¡pero ustedes, los militares, no son deliberantes!, ¿por qué opinas sobre estas cosas?», le había dicho Nadine. Pronto concluyó que Ollanta no era un militar promedio. «Estaba muy informado, era súper leído, muy culto». Luego de esa reunión sucedió otra, y otra, y otra más: «Entonces te vas dando cuenta de que no solo te gusta porque tiene ojos bonitos o porque hay una cosa física, sino que compartes su forma de pensar», precisa Nadine.
La madre de Ollanta, Elena Tasso Heredia, es prima de Nadine, por lo que Nadine es tía en segundo grado de su esposo Ollanta Humala, Presidente del Perú. «¡Pero en las fiestas de la familia no nos habíamos cruzado nunca!», advierte. Ollanta, en ese entonces, era militar y viajaba mucho, además era de otra generación. Una noche, Nadine regresaba de un concierto («¡De esas movidas subterráneas en el Centro de Lima!») y lo encuentra en la sala de su casa, conversando con Ángel, su padre.«Mi papi me lo presentó como mi primo por no decir que era mi sobrino, pues. ¡Y no, no estaba uniformado!». Al día siguiente, Ollanta la llamó por teléfono.
–¿Alguna vez sospechaste que juntos serían los protagonistas de un cambio en el país?
–Al inicio no… Pero después sí.
–¿Él fue lo que tuvo que pasar en tu vida para afianzar tu amor por el Perú y para hacer cosas por tu país?
–Aaahhh… Creo que nos retroalimentamos. Nos estábamos buscando.
–Se inspiraban mutuamente.
–Sí. Por ejemplo, el levantamiento de Locumba, se dio luego de varios intentos –dice muy segura–. En uno de aquellos intentos él no estaba bien de ánimo para hacerlo. No es que no quisiera, no estaba moralmente bien. Y se notaba; estaba muy amilanado, muy cariñoso, viviendo su parte romántica, amorosa. Estaba temeroso de perderme, de que le fuera a pasar algo. Aún no teníamos hijos, pero me decía «Ya no te voy a ver, recién nos hemos casado y te voy a perder…». Entonces le dije que no había forma de que lograra el levantamiento con ese ánimo. En la siguiente vez, quince días después, me puse firme y le dije: «Tienes que hacerlo, no hay forma de que no lo hagas». Porque a Fujimori lo único que lo sostenía era la parte militar; tenía que haber un quiebre en la parte militar. Todo el mundo pedía un general, un coronel. Los generales y coroneles estaban comprados. Entonces, con Ollanta, habíamos visto que necesitábamos romper esto. Y ya, pues, un comandante… Pero ahí yo estuve más firme; entonces si él me ve más firme, se fortalece.
–Juntos se ecualizan, digamos.
–Ajá. Y es así en todo. Él es igual conmigo. Si me ve mal, se pone mal, no sabe qué hacer, se descompensa. Entonces ve qué hacer para levantarme el ánimo, para ayudarme a ver las cosas con claridad.
–Qué lindo, eso, Nadine. ¿Nunca te intimidó el hecho de que fuese militar?
–A mí no me intimida nada –dice, secamente, como si hubiese dicho algo ofensivo; se inclina un poco hacia adelante, sentada en el sillón señorial y sigue–: Pocas cosas me intimidan. Me intimida que mi hija vaya a crecer, me da temor eso. Ayer la vi grande, vestida con un pantalón pegado, con una blusita bonita y pensé ¡Chu! Esta chica ya está muy grande. No sé cómo voy a manejar el tema de los límites. Yo tenía las cosas claras cuando era chibola…Pero no sé cómo será ella.
–Eso te da incertidumbre
–Lo que no puedo manejar me da incertidumbre.
–¿Fue difícil convertirte en madre?
–Yo me casé a los veintidós y esperé dos años antes de ser mamá, pensando en que todavía falta, en que hay que esperar para ser mamá… ¡Y vino de improviso!
–No fue planeado.
–Illary, no.
–¿En qué momento los tomó?
–Creciendo, pues, ¿no? Recién formando el hogar.
Nadine dice que le dio de lactar a Illary durante un año («sí, pero en biberón; o sea, le dejaba mi leche y yo me iba a trabajar») y que tuvieron que ir a Francia con la niña de seis meses, pues a Ollanta lo nombraron Agregado Militar en ese país, durante el Gobierno de Alejandro Toledo, dos años después del levantamiento de Locumba.
–Ser madre es otro cantar… pero di a luz y un mes después me reincorporé.
–¿No te daba sentimiento de culpa dejar a la niña para irte a trabajar?
–Sí, un ratito, pues, ¿no? Pero nunca tanto… Sí me da sentimiento de culpa pero no soy de «por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa». Si uno no hace lo que se ha propuesto se siente peor.
–¿Sueltas rápido esa culpa?
–Sí.
–De nada sirve echarle leña al fuego…
–No, y es peor acumular la culpa hasta que te sobrepase y luego culpes al niño porque no pudiste tener un MBA. ¡Yo he visto casos de mamás que hacen eso con sus hijos! «No pude estudiar mi MBA porque tuve que quedarme en casa cuidándote». Yo preferí evitar sentimientos de ese tipo.
***
–Est-ce que tu parles français? –le pregunto.
–Ah –me mira sorprendida, y responde tímidamente–: Un peu…
–Depuis combien de temps est-ce que tu habites au Paris?
–Un an et… Un año y medio… Y luego nos mandaron a Corea, ¡porque decían que estábamos complotando! –dice como si estuviera contándome una travesura–. Decían que estábamos complotando en Francia porque… ¡No sé por qué, pero así decían! Están locos… Estuvimos en Corea, seis meses.
En ese momento de la conversación, su asesora de prensa, Roxana Altuna, entra como un rayo, echando chispas. ¿Habrá estado escuchándolo todo sentada en una de las elegantísimas sillas forradas de terciopelo ubicadas a la salida del gran salón? Me la imagino escuchando con un vaso a través de las paredes como una de las celosas hermanas de Cenicienta.
«Sí, sí, me está preguntando sobre toda mi vida», dice Nadine, con la misma confianza de Bugs Bunny cuando habla y come una zanahoria. En realidad, le importaba un comino la cara de espanto que tenía su asesora, quien caracterizando a Elmer el Gruñón, se pronunció, pero con voz chillona, exasperante: «¡No pues! Tampoco hemos quedado en eso».
–Entonces, te decía que…–le hablé a Nadine como si Altuna no estuviese ahí presente y fuese solo un mal sueño.
Pero la asesora, persistente, dijo, haciendo una mueca atroz con la boca:
–¿Cuánto más crees que va a tomar la entrevista?
–Estamos por la mitad, recién –respondí con toda la seriedad con la que me fue posible hablar.
–Que me traigan un Supracal, por favor, ¿ya? –dijo Nadine, como espantando a una mosca con desgano, como diciendo lárgate de una vez, déjanos seguir con la conversación que me saca un poco de la realidad, y no jodas más.
–Escúchame –insistió Altuna, achicharrándome con la mirada–. No te quiero cortar, pero el tema es que están conversando hace una hora y… ¡Y hay que hacer las fotos!
–Recién se va a cumplir una hora de entrevista y quedamos en que sería una hora y media –digo casi sin mover los labios, pero enérgico–. La entrevista es muy importante para hacer el perfil, por favor te pediría que…
–Ya, ¿pero las fotos y eso? –interviene Nadine.
–¡Por eso! –dice Altuna, con un gritito victorioso.
–Invítales un sanguchito (a los de la producción) –sugiere la Primera Dama.
–Ellos saben que tienen que esperar a que la entrevista termine. Eso ya está conversado –advierto.
–¿Te traigo un Supracal? –le pregunta Altuna a Nadine, echando fuego por la nariz.
–Sí, por favor, un Supracal –responde Nadine, perdiendo la paciencia.
–¿En qué estábamos? –retomo, con una sonrisa cómplice, mientras veo, con el rabillo del ojo, como Altuna sale de escena.