*Fernando de Szyszlo, en compañía de su esposa, su hijo y sus nietas, nos abrió las puertas de su hogar para conversar sobre vocación, paternidad y pérdida en su última entrevista para la revista Padres, que se realizó en el 2015.

La pasión por el arte es una constante en toda su familia: hijos y nietos reunidos alrededor de una particular sensibilidad ante el mundo interior que hoy se transmite a través de diferentes expresiones. Este es un lienzo de la paternidad según el destacado pintor peruano.

Por Manuel Erausquin

Amar la vida con desenfreno fue una de las primeras lecciones que le enseñó Vitold de Szyszlo a su hijo. Físico, naturalista y aventurero polaco, Vitold llegó al Perú a principios del siglo pasado para escribir sobre botánica, zoología y geografía en la América ecuatorial. Aquella enseñanza conectó al pequeño Fernando con un vehemente impulso por descubrir su mundo interior, un ejercicio espiritual que se expresaría años más tarde a través de formas, colores y texturas, manifestaciones estéticas que lo convertirían no solo en uno de los artistas plásticos más importante del Perú sino también en un referente intelectual de América Latina en el mundo del arte contemporáneo.

Pero Szyszlo, en casa, en medio de sus batallas estéticas, donde también hubo política y activismo social, siempre fue ‘Godi’, un esposo cariñoso que planea viajes con su compañera y un padre presente, que esta semana llamó a su hijo Vicente para recordarle el almuerzo de los sábados. Sus nietas nunca faltan a estas citas en casa del abuelo, el patriarca de la familia.

En la sobremesa, ellas cinco, Camila (27) y Sabina (25), hijas de Lorenzo, y Manuela (26), Fernanda (14) y Aurelia (8), hijas de Vicente, lo escuchan cuando aconseja, pero también cuando expresa su desacuerdo. Son conscientes de la sabiduría de sus palabras: un verbo académico pero, a la vez, amoroso e incondicional.

Szyszlo en su taller.
Vicente, su hijo, recuerda que de niño no entraba allí. Aunque hubo un episodio que terminó con una taza de café derramado sobre una pintura de su padre.

Vida artistas

Es sábado por la tarde, día en que, por tradición, la familia del pintor se reúne para ponerse al día. Fernando de Szyszlo nos invita a su biblioteca, donde sus libros de historia, literatura y artes plásticas se han apoderado de las paredes. Allí también está su galería fotográfica, que registra a familiares, amigos e intelectuales como Octavio Paz, Jorge Luis Borges o Mario Vargas Llosa, al lado de referentes literarios franceses de otras épocas, como Charles Baudelaire, Marcel Proust o André Malraux. Cuatro figuras angelicales de tamaño natural se imponen en una esquina de la habitación, y le dan un trazo barroco a los gestos minimalistas del artista.

Szyszlo está acompañado de Vicente (56), a quien le acaba de confesar que nunca fue bueno cambiando pañales. “En ese universo doméstico, de cuidados con los chicos, fue Blanca la que tuvo una dedicación absoluta”, dice el artista, atribuyéndole a la poeta Blanca Varela, su primera esposa y la madre de sus dos hijos, el mérito del lado más casero de la crianza. Fue ella quien se ocupó de enseñarles desde cómo comer en la mesa hasta la capacidad para seguir partidos enteros de fútbol sin discutir, porque Vicente era hincha de Alianza Lima y Lorenzo de Universitario.

Fernando de Szyszlo
en compañía de Vicente, el mayor de sus dos hijos. Lorenzo, el menor,
falleció en un accidente aéreo en 1996.

Szyszlo afirma que él se ocupó del lado más intelectual de sus hijos, para quienes la expresión artística no solo se introdujo en sus aprendizajes a través de los libros sino a partir de escenas cotidianas, donde personajes como Vargas Llosa, Borges o Cortázar deambulan de forma natural entre sus recuerdos de infancia. “Soy una persona que me interesa mucho el pensamiento, lo intelectual, la ética, aspectos esenciales en la conducta de todo ser humano. Cuando mis hijos llegaron a la adolescencia, me preocupé mucho por interesarlos en las cosas que a mí me interesaban. Con ellos íbamos al teatro todos los fines de semana”, explica Szyszlo.

Vicente recuerda aquella época con bastante espontaneidad. “Los domingos íbamos al teatro, recuerdo el de San Marcos, y el teatro de la Universidad Católica. Y la primera obra teatral que vimos fue ‘Mesa pelada’, de Julio Ortega, que tenía que ver con las guerrillas de los años sesenta en el Perú”. El pintor interviene y añade que también fueron a ver “Muerte de un viajante”, de Arthur Miller. “Fantástica obra, gran pieza teatral”. Y Vicente complementa: “No te olvides de Peter Weiss y su obra ‘De cómo el señor Mockinpott consiguió liberarse de sus padecimientos’”. De pronto, el número de obras que cada uno comienza a recordar parece interminable, Con los libros les pasa lo mismo. En este ambiente, no parece raro que Vicente recuerde que ya a los 12 años había leído todos los clásicos de la literatura francesa.

Mamá sabía de fútbol

Fernando de Szyszlo, en compañía de su esposa, su hijo y sus nietas.

Szyszlo le tenía miedo al fútbol. “Lo que no me gusta del fútbol es que me puede provocar sentimientos de nacionalismos que me asustaría experimentar, por eso me alejaba. Y, sí, nunca he ido al estadio”, confiesa. Sin embargo, Vicente interviene para contar cómo su madre sí se volvía cómplice de los dos hermanos, a quienes el fútbol les gustó desde pequeños, al igual que Vargas Llosa, entrañable amigo de la casa, quien los acompañó a ver los principales partidos de la Copa Mundial Argentina 1978. “La época de los setenta fue genial, porque teníamos futbolistas muy buenos. Y fíjate, algo muy curioso, Lorenzo era de la “U”, pero me iba a acompañar a ver a Alianza Lima. Pero, claro, no era que él quería ver jugar a Alianza, él quería ver jugar a César Cueto. Él era nuestro ídolo y, por nosotros, mi madre veía los partidos en televisión. Hasta se volvió una hincha de Cueto, solo por acompañarnos”.

Esa complicidad futbolera, ese interés por ver a sus hijos felices jugando o mirando un partido, se expresó en un poema de Blanca Varela titulado “Fútbol”, dedicado a Vicente y Lorenzo.

Juega con la tierra
como con una pelota
báilala
estréllala
reviéntala
no es sino eso la tierra
tú en el jardín
mi guardavalla mi espantapájaros
mi atila mi niño
la tierra entre tus pies
gira como nunca
prodigiosamente bella

“Cuando éramos niños, Lorenzo y yo pasábamos mucho tiempo en el jardín de la casa, jugando. Pocas veces entrábamos al taller de mi padre, sobre todo cuando él estaba en pleno trabajo. Aunque recuerdo que una vez se volteó una taza de café sobre un cuadro. Supongo que algún alboroto se armó. Pero no era un espacio usual donde estuviéramos. Mi padre empezaba a pintar desde temprano hasta que la luz se iba. Él tenía como un horario de oficina, muy ordenado y disciplinado. Y eso es algo que no ha cambiado hasta el día de hoy. Nunca ha abandonado esa rutina: el orden para él es esencial. Pero, a la hora del almuerzo y de la cena, siempre estuvo presente y compartía con nosotros”, dice Vicente, evocando las travesuras que hizo al lado de Lorenzo, su hermano menor, quien falleció en un accidente aéreo en 1996. Ambos se llevaban apenas dos años, corta distancia que los hizo cómplices de mil aventuras.

Esa misma complicidad se trasladó al plano profesional, cuando llegaron a la juventud, el día que los dos decidieron estudiar la carrera de Arquitectura para convertirse más tarde en socios. Esa profesión no era una vocación lejana en casa de los Szyszlo. Fernando, con solo 17 años de edad, se aventuró a seguirla en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), donde se formaron los mejores arquitectos y urbanistas de su generación. Sin embargo, Fernando, a diferencia de sus hijos, no logró establecer con la arquitectura una conexión que lo llegara a apasionar como sí le pasaba con la literatura, por lo que abandonó la facultad en los primeros ciclos. Las artes plásticas pudieron más con el tiempo y se matriculó en la Escuela de Arte de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Historia de tres arquitectos

 

Sabina de Szyszlo Ghezzi, hija de Lorenzo.

“En mi casa había una biblioteca muy variada. Estaban los libros de mi padre y los que pertenecieron a mi tío, Abraham Valdelomar, hermano de mi madre, María Valdelomar. En esa biblioteca surgió mi relación con la literatura. Pero en el colegio me di cuenta de que era bueno con los números. Por eso, pensé que, si tenía sensibilidad literaria y era bueno con las matemáticas, eso podría producir un buen arquitecto, pero no fue así”, dice Fernando de Szyszlo con una sonrisa, recordando sus años de dudas adolescentes. Pero aquel primer interés en la arquitectura posee un origen más doméstico aún. “En mi casa, cuando era chico, siempre había algo que estaban construyendo o reparando. Tengo el recuerdo de carpinteros y me parece que ese fue mi primer disparador vocacional, pues eso tenía que ver con trabajos destinados a construir o crear algo. Tal es el caso que, de chico, quería ser carpintero”, explica con asombro.

Vicente asiente con la cabeza y ríe. Sabe que ese tipo de experiencias pueden ser concluyentes en la vida de toda persona. Al principio no se consideran, se dejan pasar y hasta se olvidan. Y, de pronto, llega el momento de tomar decisiones. Entonces, emergen aquellas aficiones infantiles, experiencias que se encargaron de modelar al ser adulto. Vicente lo sabe porque le tocó vivirlo al lado de Lorenzo, con quien echaba mano de los restos de las maquetas que su papá tenía en el taller. Eran piezas que Szyszlo diseñaba para mostrárselas al arquitecto Luis ‘Cartucho’ Miró Quesada, otra de sus entrañables amistades. Porque Szyszlo, pese a que no llegó a concluir la carrera, siempre mantuvo vivo su interés por la arquitectura, una forma de construir poemas con ladrillos, por lo que trabajaba diseños, sobre todo cuando planeaba construir otra casa o un taller.

“Puede ser que esas experiencias sirvieran para elegir la carrera de Arquitectura, pero las considero como aquellas señales que aparecen y luego se disipan. Porque, en ese momento, tanto Lorenzo como yo, lo único que queríamos era armar casas para meter nuestros carritos y poder jugar. En todo caso, diría que nuestra vocación empezó jugando. Aunque hay algo que es clave en esas experiencias. Nosotros, antes de construir esas casas para jugar, hacíamos planos. Diseñábamos, desde nuestro desconocimiento formal del espacio, lugares que servirían para albergar a nuestros juguetes”, explica con detalle Vicente de Szyszlo, arquitecto de profesión. 

La vida ilustre

Liliana Yábar, esposa del pintor, y Fernanda de Szyszlo Silva Rodríguez, hija
de Vicente.

Fernando abre un libro donde está un retrato suyo hecho por el pintor peruano Jorge Piqueras, que lo capturó a una edad temprana, con todo el cabello alborotado. En su biblioteca también está una foto en la que aparecen sus hijos, Vicente y Lorenzo, al lado de Robert F. Kennedy, hermano del presidente John F. Kennedy, que también fue asesinado, personaje que visitó el Perú en 1966 y que asistió a una reunión en casa del pintor. Aquella velada, recuerda Szyszlo, tuvo resonancias políticas, porque el entonces senador estadounidense le respondió con ironía a uno de los asistentes: “En nuestro país nos comemos a los Rockefeller en el desayuno”, comentó cuando le dijeron que aquellos dirigían la política de Estados Unidos.

A ese tipo de experiencias se suma la presencia de los amigos de sus padres, escritores y artistas del Perú y del mundo. “Cuando muchos de estos escritores y artistas llegaban a la casa, era algo normal. Siempre había reuniones y los veíamos, aunque, cuando éramos muy chicos, solo los observamos de lejos, detrás de una puerta. Sin embargo, con Lorenzo, a veces éramos curiosos y procurábamos escuchar lo que hablaban”, dice Vicente, quien además recuerda que algunos escritores no eran tan afectuosos con los niños. “Recuerdo que me acerqué a Julio Cortázar en una ocasión para pedirle un autógrafo. Sin embargo, quedé un poco desilusionado porque la dedicatoria era de lo más impersonal. Después supe que no le gustaban mucho los niños”, comenta Vicente, quien se ríe efusivamente al recordar aquella anécdota.

Entre esas escenas destaca una al lado de Jorge Luis Borges, el escritor argentino, que casi queda atrapado en la casa de Szyszlo. “A esa reunión en mi casa fueron Carlos Germán Belli, Javier Sologuren, Ricardo Silva Santisteban y Mario Vargas Llosa. Y hubo un momento en que Borges me pidió ir al baño y yo lo acompañé. Lo esperé en la puerta, pero transcurrió bastante tiempo y no salía. Entonces toqué la puerta y estaba abierta. Miré, y Borges estaba tratando de salir, pero no ubicaba la perilla. Al ayudarlo a salir le dije: “Cuidado Borges, que aquí la puerta es estrecha”, y recuerdo que me contestó: “Ah, ‘La porte étroit’”, una asociación literaria con una novela de André Gide titulada “La puerta estrecha”. Así era aquella casa, que hasta la fecha se ubica en San Isidro, donde vive el pintor al lado de su segunda esposa, Liliana Yábar. Pero no siempre todo fue armonía ni perfección.

Adiós a Lorenzo

Manuela de Szyszlo Silva Rodríguez, hija de Vicente, al lado de su prima Sabina.

La paz de la familia Szyszlo se quebró abruptamente el 29 de febrero de 1996. El segundo de los hijos de Fernando de Szyszlo y Blanca Varela, Lorenzo, falleció en un accidente aéreo en Arequipa, el día que un avión Boeing 737 de la aerolínea peruana Faucett se precipitó en la noche contra un cañón de los Andes, a ocho minutos de la pista de aterrizaje del Aeropuerto Internacional Rodríguez Ballón.

“La muerte de un hijo es una situación escandalosa. Es algo que no es natural; lo natural es que los hijos entierren a los padres. No al revés. Después de la muerte de Lorenzo, todo cambió para nosotros”. Vicente comparte también este sentimiento por su hermano y expresa que el impacto en la familia fue devastador. “Mi recuerdo quedó fragmentado y hoy todavía soy incapaz de recordar los detalles. Y, en ese momento, sin tiempo para el duelo, tuve que asumir muchas de sus tareas, para algunas de las cuales él era insustituible”, dice Vicente, quien se ocupó no solo del estudio de arquitectos sino de tratar de mantener los afectos entre los demás miembros de la familia.

“Mi padre lo asumió con rebeldía e indignación, casi como una prueba definitiva del absurdo de la existencia humana. Su dolor lo empujó a refugiarse más en la pintura. Quizá, ahora, haya algo de Lorenzo en ella. De parte de mi madre, siempre muy reservada, hubo un solo grito. Luego se aisló, seguramente sabiendo que no habría nunca una forma de comprender la tragedia. Entre nosotros –en la poca familia que quedó luego de que ella muriera–, creemos que allí se instaló el mal que más tarde la llevaría a la muerte. Como en el caso de mi padre, su arte, la poesía, registró el dolor insoportable. Lo hizo a su manera, y, como siempre, en profunda parquedad”.

“Si no hubiese pintado, me hubiera vuelto loco”, sentencia el pintor, quien le dedicó a su hijo Lorenzo la pintura “Sol negro II” (1999), un cuadro que estremece y conmueve por su oscuridad, una obra pictórica que expresa que gran parte de la vida ha quedado, desde aquel accidente, en tinieblas. Por su parte, Blanca Varela publicó “Concierto animal” (1999), un trabajo poético vinculado con su duelo. En ese volumen, por ejemplo, el poema “Si me escucharas” enfila sus versos directamente al dolor lacerante de la pérdida.

Si me escucharas
tú muerto y yo muerta de ti
si me escucharas
hálito de la rueda
cencerro de la tempestad
burbujeo del cieno
viva insepulta de ti
con tu oído postrero
si me escucharas

Blanca Varela falleció el 12 de marzo de 2009, a los 82 años, por culpa de una enfermedad cerebrovascular que padeció por varios años.

La nueva generación 

Aurelia de Szyszlo Pereyra, la hija menor
de Vicente, sonríe en compañía de Liliana Yábar y de su abuelo Fernando.

El día de las fotos familiares, todas las nietas de Fernando de Szyszlo están presentes, a excepción de Camila, la hija mayor de Lorenzo, quien semanas antes partió a Londres, ciudad donde radica desde que estudió Historia del Arte. La primera que llegó a la casa del abuelo fue Sabina, hermana de Camila, que es chef pastelera. Ella pregunta sobre el tiempo que tomará la sesión. Respondida su pregunta se queda y espera a sus primas en la biblioteca, espacio escogido por el pintor para concentrar a toda la familia. Szyszlo está a la espera de que todas lleguen y, durante todo este tiempo, no se desprende de Liliana Yábar, con quien está casado desde 1988.

Cuando llegan Vicente y sus hijas, Manuela, graduada en Filosofía, Fernanda, aún en el colegio, y la más pequeña, Aurelia, todos demuestran la mejor disposición para el retrato familiar. La actitud afable y entusiasta de las nietas se evidencia en cada toma. La esposa de Szyszlo bromea y luce cariñosa con las chicas. Ellas también. “Liliana es una persona muy amorosa y de mucha generosidad”, dice el artista cuando se le consulta sobre la relación de ella con sus familia. Y ella manifiesta que nuestro pintor más importante siempre le pide que esté cerca. “Cuando él se encuentra pintando me pide que esté con él. Y yo estoy leyendo un libro y así lo acompaño. Y si no estoy en el taller, me llama, me reclama”, confiesa con ternura.

Al terminar la sesión, cada uno continúa con su día. Sabina tiene en agenda una reunión. Manuela, Fernanda y Aurelia esperan a su padre para partir. Fernando de Szyszlo con su esposa saldrán a comer a algún lugar de la ciudad. Pero antes de salir, Szyszlo se deja sorprender por una imagen intermitente, en movimiento, de su familia enfrentando la vida con fuerza y determinación. Hoy, como otros sábados, los Szyszlo son felices.