En esta área social, Luz María Buse evoca la naturaleza a través del color y el arte, apuesta por la simplicidad y se inspira en la memoria familiar de los propietarios. El resultado es una cálida reflexión sobre el significado del hogar.

Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart

Luz María Buse

Antes de habitar una casa, es usual imaginar las dinámicas que allí tendrán lugar: el espacio y sus funciones tienen que adaptarse al estilo de vida y las obligaciones cotidianas. Anticipar todo eso es sensato. Pero a Luz María Buse le gusta imaginar una casa vacía durante el domingo: ese día en el que es disfrutada en familia, sin apuros; un día apacible, que empieza tarde y que no tiene rutina.

La diseñadora intervino el área social de esta casa sanisidrina. En el comedor, una de las primeras decisiones fue colocar una biblioteca. Los libros son parte de la memoria de los propietarios, quienes hicieron este pedido. “Me dieron en la yema del gusto”, confiesa Buse. “Me dije: bueno pues, comamos libros, palabras, frutas”. La diseñadora no quiso una biblioteca clásica con zócalos y molduras, sino una silueta muy arquitectónica, que encajara en el espacio con contundencia y sencillez. Además, la pieza de madera clara muestra una veta que es adorno suficiente. Entre los libros pertenecientes a la biblioteca paterna y los títulos reunidos con los años, Buse intercaló piezas que transitan entre la historia y la ficción. En medio, un mapa de la Guyana del siglo XVII, firmado por el cartógrafo holandés Johannes Janssonius, simboliza, de alguna manera, la nostalgia de mundos pasados. Y, sin embargo, a un lado, el cuadro cusqueño enmarcado en pan de oro –herencia de familia– se permite una conversación muy contemporánea con una tabla pintada de Marcos Palacios. “Tuve la tentación del riesgo”, dice al respecto la decoradora. “Quise lograr diálogos que indiquen que estamos mirando  adelante, y que sean elementos que te inquieten y te lleven a otro lugar”.

Luz María Buse

Texturas cotidianas

La familia ha estado tradicionalmente ligada a la vida en el campo y a la actividad ecuestre. Si bien la presencia de una biblioteca remite siempre a un mundo interno, Buse quiso que la atmósfera remontase a comidas al aire libre. Así, el uso natural de la madera, el grueso tablero de la mesa del comedor y las telas claras pudieran muy bien pertenecer a una casona de campo. “Es verdad”, concuerda Buse. Y la paleta de colores completa la imagen. La pared de fondo está cubierta de rafia verde (una textura que gusta mucho a la diseñadora). En una de las laterales, un cuadro floral de Melissa Larrañaga está parcialmente cubierto por las flores reales de un jarrón. No es un error. Su ubicación genera dos planos de vegetación, y juega en la línea de la realidad y la representación. También el sillón de cuero, tapizado de flores y aves, remite a la naturaleza. Las paredes restantes fueron pintadas de un celeste pálido, a excepción de la moldura blanca que delimita la sala y el comedor. 

La sala se desarrolla bajo una pieza en gran formato de Adriana Tomatis: una serie de impresiones en pasta de papel, cuyas arrugas y craquelados exploran la memoria. Está coronada por un arco de madera de Michelle Magot. A la izquierda, se encuentra la arquitectura desarticulada de una foto de Jacques Custer; a la derecha, el orden suelto, colorido, de impronta prehispánica, de la pintura de Nader Barhumi. Este arte contemporáneo, que interesa tanto a la diseñadora, no debe comprometer la calidez del espacio. El mobiliario se asegura de ello.

“Somos un país de ebanistería finísima. Por eso debo tenerla y, además, tengo que remontarme a otros linderos”, dice la diseñadora. Surgen piezas como un baúl de la colonia, trabajado con concha de perla y cubierto por un soporte de acrílico que lo protege y lo convierte en una mesita de apoyo. O como el bar, que se esconde dentro de la réplica de un mueble de campaña: una pieza grande, con muchos cajones, que se usaba como equipaje durante los meses que solían durar los viajes en barco de siglos pasados. Este mueble sigue la ruta imaginaria que trazó el mapa antiguo que encabeza el comedor. Entre las piezas, hay una comunicación y una intención.

En la sala, los sofás son de cuero natural; los asientos, de lino crudo, café y celeste. Las sillas de mimbre demuestran que este no es solo un material para exteriores. Y las bancas de poliuretano rojo son el elemento brillante que termina de dar vida al salón, y a una casa de familia, con memoria, cálida y apacible. Donde todos los días parecen ser domingo.

Luz María Buse