Resistencia indie

Superchunk, uno de los íconos de la escena de los noventa, vuelve con un nuevo disco incendiario y oportuno

En más de un sentido, la banda Superchunk representó mejor que ninguna otra un ideal estético y artístico que guió los pasos de muchas escenas alternativas locales durante la década del noventa y que sirvió de inspiración inmejorable a la corriente “Hazlo tú mismo” que marcó a innumerables bandas y solistas independientes en aquellos años de genuina ebullición creativa, al menos en los territorios del rock y demás formas de la música pop.

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Superchunk se formó en 1989.

Superchunk no es solo responsable de algunos de los himnos más perdurables de la época (“Slack Motherfucker”, “Precision Auto”, etc.) y once elepés de sostenida grandeza, sino que también pudo cumplir el sueño del sello propio en la forma de Merge Records, sin duda una de las casas discográficas (junto con Matador, Kill Rock Stars y Drag City, entre otras) que definieron el sonido indie en la escena estadounidense de los noventa en adelante.

Casi tres décadas después de su formación, la banda mantiene a sus integrantes originales (el cantante y guitarrista Matt McCoughey, quien también forma parte de Portastatic; la bajista Laura Ballance, el baterista y comediante Jon Wurster –y coconductor del imperdible programa radial “The Best Show”, con Tom Scharpling– y el también guitarrista Jim Willbur) y sigue editando discos sencillamente irresistibles, que conservan la energía posadolescente y combativa de sus primeras producciones, pero que amplían considerablemente los alcances de las inquietudes que transmiten las letras de sus canciones. El último de ellos, el irónicamente titulado “What a Time to Be Alive”, sucesor del igualmente notable –y también irónico– “IHate Music”, de 2013, es uno de los puntos más altos de una discografía que ya de por sí es, casi en su totalidad, sencillamente imprescindible.

Etiopía en el corazón

La historia del etíope Hailu Mergia es francamente increíble. Tecladista durante la década del setenta de la banda Walias, probablemente la agrupación de jazz y funk más popular –y, aunque parezca contradictorio, la más innovadora– de la entonces vibrante escena nocturna de Addis Abeba, Mergia se vio forzado a abandonar su tierra natal a inicios de los ochenta, cuando la tensión política y, sobre todo, la creciente hambruna, se volvieron intolerables. El músico aprovechó una gira por Estados Unidos –la primera que hacía una banda etíope a ese país– para quedarse allí junto con otros siete integrantes de la Walias Band, y desde entonces se dedicó al noble oficio de taxista en Washington DC, como muchos otros inmigrantes africanos.

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Además de editar casetes de manera independiente para la comunidad etíope de la capital estadounidense, su relación con la música se limitaba a practicar a diario en su taxi, entre carrera y carrera, hasta que el (notable) sello especializado Awesome Tapes from Africa decidió buscarlo para relanzar su trayectoria artística. El resultado, “Lala Belu”, la primera producción del multiinstrumentista de setenta y un años en casi dos décadas, no puede ser más revelador: una gloriosa mixtura de ritmos y temperamentos que por momentos suena tan experimental y vanguardista que cuesta creer que su autor se haya mantenido tanto tiempo casi en silencio al volante de un taxi.

La gran fiesta

La música del trío estadounidense Future Islands puede resultar evocativa, intensa, bailable y romántica, muchas veces en una misma canción, como el megahit “Seasons” de 2014, que sin duda está destinado a aparecer en todos los rankings de lo mejor de la última década o más. Más allá de la calidad de sus cinco discos en estudio, no debemos desperdiciar la oportunidad de escucharlos en vivo, una experiencia que estará a nuestro alcance este 7 de mayo, cuando Samuel T. Herring, Gerrit Welmers y William Cashion se presenten en Lima por primera vez. La cita será en el Centro de Convenciones de Barranco y las entradas ya se están vendiendo (como pan caliente, aparentemente) en Joinnus.

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Selva ardiente

Convertida en una de las exportaciones musicales peruanas más apreciadas por los auditorios foráneos, la cumbia amazónica, especialmente aquella que se produjo en la dorada década de los setenta (Juaneco y su Combo, Los Mirlos, Los Wemblers, etc.), no deja de revelarse como una cantera inagotable de sorpresas. Esta vez es el turno de Sonido 2000 de Tarapoto (el nombre proviene de la obsesión con el supuesto Armagedón que traería consigo el cambio de milenio), una agrupación fundada en 1975 por el eximio guitarrista y compositor Tulio Trigoso, que hoy recupera vigencia gracias a un nuevo rescate discográfico del sello local Infopesa, que sigue encontrando pequeñas joyas de nuestra música en sus vastos archivos. Más de cuatro décadas después, Sonido 2000 continúa en actividad con una nueva formación liderada por uno de los hijos de Trigoso, pero son las veintitrés canciones que aparecen en este flamante lanzamiento las que justifican su bien ganado prestigio. Para bailar como si se fuera 1999.