Marisol estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad de Lima. Quiso ser actriz por muchos años; también psicóloga. Al final, ganó su interés por ser comunicadora, sobre todo el día en que descubrió el curso de Taller de Televisión en la universidad.
A los cuatro años comenzó a bailar ballet, y siguió bailando dieciocho años más. Al ballet le sumó la danza contemporánea, el hip hop, el sexy dance, el jazz y la salsa. Pero en 2015 sufrió un accidente: se rompió una de las vértebras de su columna, la operaron y tuvo que dejar de bailar. “Me frustré terriblemente”, recuerda Marisol. “En ese momento supe que tenía que hacer algo para desviar mi atención y enfocarme de nuevo”. Si quería vivir de lo que más le gustaba hacer –hablarle a una cámara–, necesitaba exposición. “Mi sueño más grande es ser conductora de televisión. Eso lo descubrí estudiando”.
Apenas terminó la universidad, entró a trabajar al área de producción de un canal de cable, con la esperanza de dar el salto a la pantalla. No se dio en ese momento, pero sí cuatro años después, cuando ingresó como coach de moda en un programa en vivo de señal abierta. “Luego, en lugar de pensar en un trabajo de oficina, decidí meterme de lleno en el mundo de las redes sociales. Es lo que estoy haciendo ahora”.
A comienzos de 2016 llevó clases de maquillaje. “Tenía como objetivo abrir un canal de YouTube para subir distintos tutoriales de maquillaje y, de ese modo, ganar exposición”. A fines de ese mismo año, cumplió ese objetivo y se le comenzó a reconocer como make up blogger. “Todo iba bien, pero este año me di cuenta de que no podía quedarme solo en eso”, confiesa.
Dado que también le encanta escribir, optó por usar su cuenta de Instagram como blog. “Siento que varias chicas se han conectado con lo que escribo. Busco motivarlas. Busco convertir mi Instagram en una especie de terapia femenina”, explica. “Tuve la necesidad de desprenderme un poco del maquillaje para inspirar a las chicas que me siguen de otra manera. Quiero que se maquillen, sí, pero primero quiero que maquillen su autoestima”.
Cada semana, le escriben entre diez y veinte chicas para contarle algún problema: “Desde que la mejor amiga se metió con el chico que le gustaba a la otra hasta una que me contó que estaba encerrada en su cuarto, porque acababa de tener un episodio desagradable con el papá de su hijo, y fui la primera persona que se le apareció en la mente. En ese momento me di cuenta de que algo estoy haciendo bien. Es increíble cómo estas chicas sienten que me conocen y confían en mí. Muchas nunca me han visto en persona en su vida, pero mi contacto es muy directo y trato de ser lo más real y auténtica posible”.