El cierre de Star Wars, la saga de aventuras espaciales más popular de todos los tiempos tuvo un tono agridulce, ya que en el balance sobresalen más los yerros que los aciertos de esta última trilogía.
Por Gonzalo “Sayo” Hurtado
De la iniciativa de aquel cineasta visionario como George Lucas, que a los 27 años ya sorprendía por su idea de un futuro apocalíptico en THX 1138 (1971), a los 29 recibía sus dos primeras nominaciones al Oscar por la comedia juvenil American Graffiti (1973) y a los 33 concibió una epopeya espacial a pesar de la limitación de los FX de la época con Star Wars: Una nueva esperanza (1977), lamentablemente el ingenio y el impulso de aquellas innovadoras ideas se fueron diluyendo al amparo de la mercantilista necesidad de estirar la franquicia hasta convertirla en un producto descafeinado por default.
La primera saga (de la que Lucas solo dirigió el primer episodio, pero guionizó el resto en su totalidad), es la que al paso del tiempo revela más frescura y espontaneidad a pesar de un Mark Hamill novato para el cine, pero con un innegable carisma e inocencia para meterse en la piel del dubitativo Luke Skywalker. El inicio de Star Wars no tenía más pretensión que ser un entretenimiento imaginativo y lúdico, pero ambicioso desde su necesidad de dependencia de efectos especiales y de una tecnología que, a pesar de su poco desarrollo, fue suficiente para graficar lo alucinante de su universo. Así, el balance dejó al Episodio IV (Una Nueva Esperanza) como lo suficientemente motivador para crear una comunidad fiel, al Episodio V (El imperio contraataca) lo mejor de toda la saga a pesar de dejar un sabor amargo por las penurias de sus protagonistas, y al Episodio VI (El Regreso del Jedi), como una historia con pasajes muy pueriles, pero con pulso firme para las secuencias de acción y con un cierre cautivador y emotivo con el que todos suponíamos que acabaría esta fabulosa historia de Lucas.
La aventura continúa
Más de uno se quedó sorprendido con el anuncio de la grabación de los episodios que antecedían a todo lo iniciado en 1977. Pero si las expectativas fueron muy altas, el resultado de este nuevo inicio fue decepcionante. La Amenaza Fantasma (1999) sucumbió al mostrar a un George Lucas con mal timing para la dirección (venía de una para de 22 años, nada menos), además de una historia que en su afán por conquistar al público infantil, pecó de cansina y sosa, personificando ese estancamiento de ideas en un personaje como Jar Jar Binks, cuya capacidad para ser más odiado que querido quedó de manifiesto. Ante dicho panorama, tanto La guerra de los clones (2002) como La venganza de los Sith (2005) allanaron el camino a una trama más oscura y siniestra, pero cuyo mayor peso reposando en un Anakin Skywalker (Hayden Christensen) impostado y poco creíble, le restó seriedad, además de tener detalles caprichosos como el hecho que tanto este personaje como el de la Princesa Padmé Amidala (Natalie Portman) se conocen en el Episodio I con una notoria diferencia de edad (él, siendo un niño, ella, una teenager), pero en los episodios siguientes pareciera que el tiempo congeló a la joven para poderlos casar y mostrarlos como pareja sin desentonar. Pero a pesar que esta nueva saga era –evidentemente- inferior a la precedente, el hecho de ser una precuela de la aventura setentera no dejaba de tener ese puente emocional para quienes querían saber más de la juventud de personajes interiorizados por décadas.
Star Wars: el fin de una era
El reinicio de Star Wars con los episodios posteriores a lo ocurrido en El Regreso del Jedi (30 años después), trajo consigo a una nueva generación de personajes para refrescar la saga. Así, junto a los veteranos y conocidos Han Solo (Harrison Ford), Leia Organa (Carrie Fisher) y Chewbacca (Peter Mayhew), aparecieron la chatarrera Rey (Daisy Ridley), el desertor Finn (John Boyega), el intrépido piloto Poe (Oscar Isaac) y el malvado Kylo Ren (Adam Driver). Aquí es cuando empiezan los problemas. En este nuevo panorama, los héroes de antaño son secundarios, pero más que eso, figuras decorativas que ya no pueden emular sus antiguas hazañas. En el caso de la nueva camada, quien sale mejor librada es Rey, que de alguna manera es una suerte de Luke en femenino, pero no se puede decir lo mismo de un Finn que dentro de sus muchas dudas, resulta un personaje inseguro y con escasa capacidad de empatía con el público. Del lado de Poe, da la sensación de querer ser un Han Solo, pero sin cinismo, y en cuanto a Kylo Ren, interpretado por un buen actor como Adam Driver, su presentación en El Despertar de la fuerza (2015) resultó tremendamente sobreactuada como para tomarlo en serio.
Este nuevo comienzo tuvo a George Lucas de lejos (la Disney le compró los derechos de sus personajes e historias), participando tan solo como asesor externo, siendo el nuevo timonel J. J. Abrams, innovador director, guionista y productor, cuyo buen trabajo para reflotar la franquicia de Star Trek (2009), le dio el crédito suficiente para recibir un encargo que empezó con pretensiones de dejar huella. Aunque El despertar de la fuerza resultó insuficiente en ese afán, pero más por el lastre que significaba un desigual elenco que el público recién empezaba a conocer, al menos tenía una línea argumental más clara respecto a donde quería llegar. Pero al entregarle la dirección y con libertad creativa a Rian Johnson en Los últimos Jedi (2017), la historia quebró la lógica que él mismo había impuesto. Esto es más patente en el personaje de Luke, ya que Mark Hamill confiaba más en los arcos argumentales de George Lucas, los que fueron desestimados en esta nueva entrega. El resultado, entre confuso y monótono, desdibujó la saga, a tal punto, que el cierre con El ascenso de Skywalker (2019) tenía la obligación de ser un éxito .
Intentando remediar el desastre
Con J.J. Abrams de nuevo en la dirección para retomar la línea editorial, el resultado final de este último episodio se percibe más como un parche de todo lo alterado en el anterior. Y es que en este enfrentamiento supremo entre la resistencia y los apetitos de la Primera Orden, el esquema de llevar todo hacia una batalla que lo decide todo, ha sido la constante en toda esta tercera saga, como si asistiéramos a la destrucción de la Estrella de la Muerte una y otra vez en cada final, queriendo emular los patrones de El Regreso del Jedi hasta agotar la fórmula por completo. Otro elemento que denota la desesperación de los productores por inyectarle emoción a este último tramo de la franquicia, pasa por el hecho de resucitar sin justificación al personaje del Emperador (el otrora senador Palpatine), cuya resolución como personaje no es sino un refrito de lo que ya todos conocemos. En la misma línea, ni siquiera la vuelta de un desganado Lando Calrissian (Billy Dee Williams) le insufló mayor interés a una historia que ha perdido la capacidad de sorprender. Si El regreso del Jedi fue la película menos interesante de la primera saga, sus coreografías de acción no dejaban de ser minuciosas y reforzaban el sentido de aventura que la historia reclamaba. Ese no es el caso presente, ya que ante el apabullamiento de FX de última tecnología, el sentido de sorpresa se ha perdido y más aún, ante momentos que no hacen sino referenciar a todo lo conocido del universo de Star Wars y con soluciones sacadas del bolsillo.
La cereza del pastel, con giros argumentales buscando llevar a personajes a resoluciones que solo buscan el aplauso fácil son evidentes, además de crear un universo de falsas intenciones al levantar expectativas en torno a que algo “podría pasar” entre Finn y Rey, como si se tratará de un gancho de telenovela. Del mismo modo, la desesperación por hacer novedosa la trama pasa por desdibujar a algunos de los personajes clásicos de su espíritu original, lo que denota un desorden de ideas en el que cualquier cosa puede pasar.
El ascenso de Skywalker será recordada como el episodio de Star Wars en el que finalmente la magia de la saga se pierde por crear en los fanáticos la necesidad de estirar la franquicia hasta el hartazgo. Irónicamente, sus cifras son las más bajas de esta etapa y su calificación ha llegado a picos tan bajos como el de La amenaza fantasma, el peor de todos los episodios. Sin embargo, es justamente Rogue One (2016) de Gareth Edwards, uno de los Spin-off de este universo, la historia que ha superado de lejos a la segunda y tercera saga. Definitivamente, J.J. Abrams se tomó demasiado a pecho las comparaciones que lo promocionaban como una suerte de nuevo Steven Spielberg de la industria. De momento, es bueno que ya dejen en paz lo que George Lucas empezó y que ha terminado reflejando el caos de una Torre de Babel.