El talento de la ceramista peruana Cindy Valdez emerge dentro del panorama del diseño europeo. Su propuesta fusiona los materiales naturales y las técnicas tradicionales con las nuevas tecnologías.
Por Gloria Montanaro
Cada vez que caía un huaico en su Cañete natal, Cindy Valdez Serrato corría hacia el lugar afectado para ver qué había dejado la tierra a su paso. Tenía menos de cinco años, pero, lejos de asustarse, disfrutaba de esas exploraciones que hacía con su tío, en las que contemplaba con fascinación las rajaduras que se formaban en el barro seco.
“Ese recuerdo tiene mucha fuerza. El diseño tiene la capacidad de contar esa historia y dar fuerza a esos materiales”, dice ahora desde Berlín, a donde llegó como au pair hace ya diez años. Hoy tiene su propio atelier y es una de las pocas ceramistas que trabajan con tierra local en vez de hacerlo con arcilla industrial. Además, está a punto de culminar una maestría en la Escuela Superior de Arte de Berlín-Weissensee, bajo la tutoría de la ceramista contemporánea Barbara Schmidt.
Como evidencia de la relevancia de su trabajo, el año pasado la convocaron para participar en la Dutch Design Week, en Eindhoven, el mayor evento anual de diseño en el norte de Europa. Bajo el lema “Back to Earth”, eligieron la cerámica como una de las tendencias más desarrolladas e importantes en el mundo del diseño actual y destacaron especialmente el trabajo de seis autores, entre ellos, el de Cindy Valdez.
La técnica de moldeado que la artista utiliza tiene dos particularidades que la diferencian del resto de ceramistas. La primera es que trabaja con tierra local, extraída por ella misma, pala en mano, de diferentes suelos. Llegó a viajar a España para recolectarla, de donde regresó en tren con bolsos y valijas repletos de tierra. En su atelier también hay sustratos provenientes de zonas rurales del Perú, Chile y Alemania. “Siento que la tierra conserva sus colores y se expresa mejor a través de esta técnica”, argumenta Valdez.
La segunda particularidad de sus piezas es que son diseñadas de manera digital y materializadas a través de una impresora 3D que ella misma construyó en dos meses. Esta herramienta le permitió, entre otras cosas, crear ladrillos de barro con formas orgánicas, algo innovador, dado que las técnicas industriales solo permiten hacerlos con líneas simples y rectangulares, abriendo así un nuevo mundo de posibilidades para la arquitectura.
El camino de la convicción
Cindy Valdez trazó su camino a fuerza de convicción, guiada más por la intuición personal que por las tendencias del momento. Y lo hizo a la velocidad de quien no puede perder el tiempo. A la par de sus estudios de Diseño Industrial, trabajó como mesera, se inscribió en talleres y voluntariados varios y realizó prácticas profesionales en algunos de los estudios más renombrados de Europa, como el de Sebastian Herkner, Diseñador Revelación de 2011 en Alemania y Diseñador del Año en Maison & Objet de 2019.
Su primer workshop, en agosto de 2014, lo hizo nada más y nada menos que con la dupla de diseñadores de Formafantasma, con quienes abordó la posibilidad de diseñar objetos con recursos naturales. Ya en ese entonces elegiría el barro. Esa experiencia no solo cimentó su admiración por el trabajo de Andrea Trimarchi y Simone Farresin, sino que también impulsó en ella una manera de pensar sus creaciones, más ligada a la posibilidad de contar historias que a la de encontrar posibles usos. La función, entiende, llega después.
Ese mismo año, otra experiencia reforzó el espíritu que desde entonces guía su obra: brindó un taller para refugiados, con la ONG Cucula, en el que enseñaba cómo armar muebles con un manual del diseñador Enzo Mari. El proyecto adquirió un sentido más profundo cuando los directores de la organización decidieron crear una edición limitada de sillas hechas con pedazos de madera de un barco de migrantes encallado en Lampedusa, Italia. El ciclo se cerraba.
A Valdez le llama la atención que su historia provoque asombro. Ella la narra con sencillez, sin magnificar la hazaña que supone salir por primera vez del propio país con veintidós años y sin hablar una palabra de alemán o inglés. Sin jactarse por conseguir una de las pocas vacantes de ingreso a la Universidad de las Artes de Berlín, a la que llegó de casualidad, atraída por el olor a óleo que surgía de ese edificio blanco que, con la fuerza de un huaico, empezaría a dar cauce a su vocación.
Fotos: cortesía de Cindy Valdez
Artículo publicado en a revista CASAS #282