La reconocida actriz y cantante peruana y el empresario estadounidense se casaron en la histórica ciudad del Caribe colombiano a principios de 2018. Tras varios días de celebraciones, la ceremonia principal se realizó en la Catedral de Cartagena y a la espectacular fiesta posterior asistieron más de 150 invitados provenientes de distintos países. COSAS fue el único medio peruano que acompañó a Stephanie Cayo y Chad Campbell en el momento más feliz de sus vidas.
Por Alejandra Grau, desde Colombia
En la noche del miércoles 24 de enero empezaron a llegar los invitados de los novios a la ciudad amurallada de Cartagena, en Colombia. Juan del Mar, el emblemático torero, actor y restauranteur colombiano, es muy amigo de Stephanie y le separó la terraza de su epónimo restaurante para celebrar el encuentro de los invitados, que llegaban de todas partes del mundo. Animados por la música en vivo, el grupo de asistentes se turnó el micrófono y el baile duró hasta las primeras horas del día siguiente, que es cuando recién empezarían las celebraciones oficiales.
Estas se iniciaron con un coctel de bienvenida a bordo de un precioso galeón de madera que, atracado frente a la gran muralla cartagenera, hacía pensar en Francis Drake y los piratas del Caribe. El código de vestir fue blanco –los hombres de guayabera, las chicas en pequeños tops y faldas largas–, se pasaron cebiches y cocteles caribeños, mientras la orquesta en vivo entonaba viejas salsas y la embarcación dejaba el puerto para cruzar la bahía.
Ya en altamar y bajo una luna casi llena, Stephanie tomó el micrófono para cantarle a Chad la que sería la primera de muchas canciones durante los días de festejo. Sus hermanas, Bárbara y Fiorella Cayo, también tenían números preparados de canto y baile. La emoción contagió a todos, probablemente más a los estadounidenses: los familiares y amigos de Chad. Y así fue como arrancaron el baile y las espontáneas coreografías, en las que las peruanas se lucieron.
Poco después de la medianoche, el barco pirata regresó al puerto, pero el baile siguió en una de las tradicionales boites de Cartagena, donde el guaro y la salsa mantuvieron a todos animados hasta las cuatro de la mañana. Esa noche se durmió poco, pues a la mañana siguiente uno de los pintorescos buses ornamentados de la ciudad pasaría por los invitados para llevarlos nuevamente al puerto, aunque en esta oportunidad sería para embarcarse en tres catamaranes. ¿El destino? Playa Fénix, un pedazo de paraíso caribeño en el que una amiga de Stephanie tiene un hotel.
La novia luego comentaría que esa tarde fue uno de los momentos que más disfrutó del fin de semana. “Fue tan especial, tan alegre. ¡Bailamos y bailamos!”, dijo el domingo, cuando regresamos a la misma playa a descansar tras los varios días de fiesta. Basta ver algunas de las fotos de lo que ocurrió ese día para tener una idea de lo guapas que son las amigas de Stephanie, quienes acapararon la atención de los demás huéspedes bailando en bikini en la playa.
Además, las chicas se habían hecho escarchas o “tatuajes” dorados que brillaban con el sol intenso. Stephanie y Chad habían anticipado la fuerza del sol y tuvieron el gesto de esperar a los invitados con sombreros Panamá. El almuerzo se pasó en fuentes para no interferir con la fiesta en la playa: cebiches, paella de mariscos y cocteles de piña. Al atardecer, los catamaranes regresaron a la ciudad con los invitados. Había que descansar bien esa noche: la boda sería un día después.
Canto en la Catedral
La cita era a las cinco de la tarde en la Catedral de Cartagena. Las calles aledañas fueron cerradas para los más de 150 invitados de la pareja. Stephanie Cayo vivió durante muchos años en Colombia, donde trabajó en distintas telenovelas y películas. Eso, sumado al reciente éxito de “Club de cuervos”, una serie mexicana de Netflix con gran audiencia en Colombia, la ha convertido en una celebridad muy popular en Latinoamérica, sobre todo en ese país.
Por eso, mucha gente trató de burlar la seguridad para poder verla entrar a la iglesia. Stephanie llegó deslumbrante, pero con un aire de inocencia muy particular. Llevaba el pelo recogido bajo el velo, aretes de la casa española Suárez (responsables de confeccionar la joyería de la realeza borbona) que ella misma diseñó, vestido de Rosa Clará –uno de los tres que luciría esa noche– y un bouquet de flores de colores. El vestido era muy clásico y romántico, con encaje, manga larga y sin escote, y un gran faldón. La acompañaban sus damas de honor, entre ellas la diseñadora Anís Samanez –su mejor amiga–, quien vistió a muchas de las otras damas de honor y diseñó uno de los tres vestidos que usaría Stephanie. Todas ellas llevaban también arreglos de flores de colores.
Chad, junto a sus best men, esperaba en el altar, de smoking –que fue el código de vestir para todos los hombres–. Manteniendo el espíritu de todo el fin de semana, fue una ceremonia con toques muy personales. Los novios prepararon sus propios votos (“Prometo ser siempre tu mejor amiga y tu más grande admiradora”, dijo Stephanie en un momento particularmente emotivo). Luego del intercambio de los aros de oro amarillo (el de él lleva grabada la palabra “tuya”; y el de ella, “tuyo”), Stephanie le cantó en el altar una canción sorpresa y, finalmente, en un arranque de espontaneidad, decidieron salir corriendo de la Catedral –lo que causó un breve ataque de ansiedad en Christian Osés, el fotógrafo de COSAS encargado de registrar en exclusiva el acontecimiento–.
Fue tremendamente emocionante verlos correr así, de la mano, a través de la larga nave de la Catedral, hacia la multitud que los esperaba afuera. Desde adentro, los invitados escuchamos ensordecedores gritos y vivas en la calle y, para cuando llegamos al portón, Chad y Stephanie ya estaban en la carroza descubierta y adornada con rosas blancas que los llevaría a dar un paseo por la ciudad.
La fiesta
Tras la ceremonia, los invitados empezaron un colorido peregrinaje por las calles de Cartagena rumbo a la fiesta, en el trayecto fueron acompañados por una banda de músicos caribeños y bailarinas típicas. Unas pocas cuadras después llegaron a una casona colonial en cuyo patio principal se habían dispuesto las mesas, cada una bautizada con el nombre de una canción. En el bar se servían cocteles de tequila Don Julio o tragos cortos y cerveza. En otro gran salón estaba el buffet.
La primera banda de la noche empezó a tocar salsa y el ambiente se armó instantáneamente, entre los arreglos de palmas y flores tropicales y los enormes candelabros de hierro. Pero todo alcanzó su primer punto de euforia con la llegada de los novios, siempre tan alegres y llenos de energía. Stephanie lucía su segundo vestido, un poco más ligero, ideal para el baile. ¡Y vaya que bailó! Al día siguiente contó que los pies le dolían y se quejaba, aunque feliz, de las ampollas por bailar tanto durante la fiesta.
La novia y el novio subieron a una especie de escenario natural de piedra donde estaba la orquesta, y con esta de fondo, ella le cantó a Chad una última canción. Él la miraba, maravillado. Los huéspedes la animaban con aplausos. Luego, él sacó a bailar a la madre de ella, y el padre de Chad, a Stephanie. Y así empezó la fiesta de manera oficial.
Una mirada atrás
Meses antes de la boda, en Los Ángeles, los novios me contaron su historia. Stephanie y Chad se conocieron en Nueva York. Ella celebraba esa noche el fin de un curso de actuación. Él, a cargo de la gerencia de hoteles, se aseguraba de que todo estuviera marchando impecablemente en el bar del Cosby Hotel, entonces uno de los más vibrantes de Soho.
Cuenta Chad que fue la rapidez para responderle con audacia lo que hizo que se fijara en ella. “Es tan guapa, pero me dediqué a probarla para ver si había algo más allá de ese empaque perfecto”, cuenta con afecto y un poco de risa. Descubrieron esa noche innumerables puntos en común, incluyendo el hecho de que los dos tienen tatuada la misma palabra en la misma parte del cuerpo. Empezó así el romance a larga distancia, hasta que finalmente Chad decidió dejar Nueva York y se compraron una casa en Los Ángeles, en las colinas sobre Sunset Strip, donde viven hoy.
Ambos viajan mucho. Él es ahora gerente regional de WeWork, la enorme empresa de espacios de oficinas que está por abrir su primer edificio en el Perú, además de tener otros emprendimientos personales. Ella empezará a grabar la nueva temporada de “Club de cuervos” en marzo y estrenará este año dos películas, una que terminó de rodar en Hollywood apenas unas semanas atrás y otra que rodó anteriormente en España. El futuro se perfila brillante para los Campbell. Estaremos atentos.