Cristina Gallo diseñó la Casa Kichic sin puertas ni ventanas, con madera blanqueada para ampliar e iluminar los espacios. Suspendida en pilotes, vivió integrada a la playa de Máncora durante cuatro años, hasta que sintió que era momento de colocar cerramientos, de sentir el bosque a través de cortinas, de despedirse de la casa para abrirla a los visitantes de su hotel.
Por Gonzalo Galarza Cerf / Fotos de Walter Krapp
Para reencontrarse consigo misma, Cristina Gallo decidió hacer una casa abierta que mirara la playa de Máncora sin impedimento alguno. No colocó puertas ni ventanas al frente del terreno. Tenía algunas palmeras delante que le aportaban cierta privacidad y un bosque de neems atrás. La dueña del Kichic deseaba contemplar el mar y sentir la frescura de esos árboles de la India plantados en su hotel. Sol y sombra. O el equilibrio en un momento nuevo de su vida que demandaba apertura para poder conectar, escuchar el silencio, atender la soledad y encarar el presente.
“No quise tener nada entre el mar, el cielo y mi casa. Quizá suene raro, porque también la gente pasaba por la playa, pero el tiempo que estuve así de expuesta me sentí acompañada. Hoy pienso que eran tan grandes las ganas de conocerme que me abrí lo más que pude, incluso lo hice con mi espacio. Esos momentos fuertes de soledad me ayudaron a reconectar con una mejor versión de mí misma”, dice Cristina.
Escenario vivo
Ese contacto con la naturaleza lo planteó desde un segundo nivel. Cristina Gallo colocó pilotes de madera que pintó de negro, al igual que las columnas, para dar la impresión de una casa suspendida en el aire. Después buscó de forma insistente hasta dar con una técnica que le permitió blanquear la madera del interior y ampliar visualmente los espacios. Quería que la luz iluminara las paredes. Y levantó una casa para ella y el menor de sus cinco hijos.
“He sentido y pensado cada espacio que hay en esta casa, y lo más increíble es que he tenido un escenario vivo delante de mis ojos que iba variando todos los días: ballenas, delfines, estrellas, la luna, puestas de sol, olas grandes, mareas bajas y todo tipo de aves marinas”, revela Cristina. El contacto con el entorno la ayudó a transitar esta nueva etapa hasta encontrar la calma: “Mi casa supo darme todo lo que necesité en ese momento: se convirtió en el nido que me acogió”. Así, comenzaron a llegar los cambios en esta casa que está dentro de otra casa, como le gusta decir.
Materiales naturales
Después de cuatro años viviendo de esa forma, Cristina instaló puertas, ventanas y barandas. Hizo una plataforma hacia el bosque para diseñar un nuevo comedor, más amplio, donde pudieran entrar sus hijos con sus parejas y nietos. Para sentir los árboles dentro de la casa, colocó cortinas transparentes, preservando su privacidad. Retiró la piscina salada y dejó la base de piedras adelante para ampliar el deck, bajo el cual destacan cocalobas o seagrapes sembradas frente a toda la casa, un tipo de arbusto que crece bien de cara al mar. También puso techo a la ducha y a la tina del dormitorio principal, que estaba al aire libre. “Pienso que las casas van cambiando a medida que las vas viviendo”, señala.
Hoy los dos cuartos y el área social tienen vista al mar, con la diferencia de que pueden cerrarse las mamparas para evitar el viento. Adentro, Cristina prefiere usar cortinas en lugar de puertas, como se aprecia en el walk-in closet y el baño del dormitorio principal, donde la intimidad, la fantasía y el confort entablan un diálogo fluido. El baño del otro cuarto sí posee una puerta con una manija hecha de pedazos de hualtaco, árbol de la zona, lijado apenas en los bordes. Materiales naturales y crudos.
Ese es el tono de los acabados de toda la casa, que se extiende como una unidad integrada y orgánica, en un movimiento calmo y confortable, sensorial, con elementos repetitivos en las paredes, como ese patrón de líneas en negro. Color que también está en la cocina abierta y en algunos muebles. “El color oscuro ayuda a ‘desaparecer’ volúmenes para que no destaquen mucho”, dice Cristina. El acento cromático está puesto en detalles de objetos y piezas en tono verde y colorado, que terminan por resaltar la luminosidad de los ambientes.
Con el diseño reformulado, y reencontrándose consigo misma, Cristina Gallo decidió dejar su hogar y abrirlo a los visitantes del hotel Kichic. “Hoy tengo una nueva ilusión, la de empezar una casa en los cerros de atrás de Kichic, con una vista más alejada del horizonte para seguir con mi camino”, dice. Ahora el mar le parecerá más inmenso y abrazador.
Artículo publicado en la revista CASAS #290