Después de veinticinco años a cargo de “Vanity Fair”, Carter abandona su puesto luego de imponer un tipo de periodismo que ahora parece en extinción, aquel que prefiere a los influyentes por sobre los ‘influencers’, y el debate profundo
e inteligente por encima de los tuits.
Por Manuel Santelices
Cada vez que un importante personaje de los medios se despide, son los mismos medios los que hablan de “el fin de una era”. Pero la despedida de Graydon Carter, que durante el último cuarto de siglo ha ocupado el puesto de editor en jefe de Vanity Fair, tiene bien merecida la descripción porque, cuando se trata de Hollywood, Washington y Wall Street, no hay otro que pueda comparársele.
Una invitación a su fiesta del Oscar ha sido, por largo tiempo, la más apetecida durante la temporada de entrega de premios de Hollywood, y su mesa en la tradicional cena de los corresponsales de la Casa Blanca fue, durante años, el único sitio donde era posible encontrar a legisladores y luminarias políticas sentados junto a Kate Hudson o Gisele Bündchen.
Su trabajo, estilo y personalidad tienen el aroma de la nostalgia neoyorquina (aunque él es canadiense), con negociaciones hechas a la luz de las velas en elegantes restaurantes, y con suculentos trozos de información, ingenio, humor y sarcasmo como armas de batalla.
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Entre otras cosas, es propietario del Monkey Bar, en Midtown Manhattan, y del restaurante Waverly Inn, ubicado a solo unas cuadras de su townhouse en el West Village de Nueva York. También ha producido obras de teatro en Broadway y, al menos, dos documentales.
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La noticia de su retiro no es del todo inesperada. Por un lado está su edad, sesenta y ocho años, pero mucho más importante que eso parece ser su poco interés en acomodarse a un negocio que, en los últimos años, ha sufrido una impactante transformación y enfrentado gigantescos desafíos. Sería imposible pensar que Carter siente gran pasión por liderar un medio que, por propia definición, está obligado a cubrir áreas, como la moda, el cine, el arte y la música que, actualmente, son impulsadas por la vertiginosa rapidez de Twitter o Instagram.
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Entrevistado por The New York Times a propósito de su alejamiento, dijo que quería partir “mientras la revista está en el top”, que deseaba “un tercer acto” y que, por lo mismo, “el tiempo es precioso”.
El puesto que abandona sigue siendo uno de los más codiciados del mundo editorial. Por lo mismo, desde la noticia de su partida, los rumores han invadido los pasillos de One World Trade Center, el edificio de Condé Nast en la punta sur de Manhattan, con numerosos nombres mencionados en la carrera para reemplazarlo.
Algunos de los que cuentan con mayores posibilidades, ha dicho la prensa, son Janice Min, que en el pasado hizo revivir a UsWeekly y The Hollywood Reporter; Adam Moss, editor de New York Magazine, que entiende bien el balance entre el papel y lo digital, y Jay Fielden, un protegido de Anna Wintour que actualmente dirige Esquire, propiedad de Hearst Publications.