El diseñador Jonathan Adler es el emblema del nuevo glamour americano. ¿Qué es lo que impulsa su trabajo? El escándalo cómodo, la belleza que no perturba y el arte con el que se puede convivir. Estas confesiones, y algunas más, en la siguiente entrevista.

Por Alejandra Nieto

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Jonathan Adler se enamoró de la cerámica a los doce años, durante un campamento de verano. En la universidad, su profesora de alfarería le dijo que no tenía talento y que lo mejor que podía hacer era mudarse a Nueva York a estudiar leyes. Y se fue a Nueva York, pero su sueño era trabajar en el mundo del espectáculo. “Era extremadamente flojo y fui despedido trabajo tras trabajo”, recuerda de esa época, cuando perdió empleos por razones que iban desde acostarse con su superior hasta simplemente no hacer nada en el horario laboral. “Me di cuenta de que nunca podría trabajar para alguien más, tendría que ser mi propio jefe”, cuenta Adler. Fue así como a los veintiséis años, desempleado y sin un plan, decidió volver a la cerámica.

Entró al ritmo de producción que todo negocio que se está construyendo requiere. Trabajaba doce horas los siete días de la semana. El equipo de producción era él. “No tenía vida. Todos los días iba en patines al estudio (¡eran los años noventa!), ponía la radio y hacía florero tras florero”, dice. Esta historia, como el diseñador ha declarado varias veces, no es una invitación a los jóvenes alfareros a dejarlo todo y seguir su sueño. La cerámica es muy barata y eso le permitió seguir trabajando con un gasto mínimo. Pero Adler fue mantenido por sus padres hasta los veintiocho años y no duda en recordarle a todo joven soñador que la cerámica no es un modo seguro de ganarse la vida.

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Sin embargo, esta historia contiene los ingredientes adecuados: el apoyo básico, un poco de suerte y contactos, y talento real. Así la magia sucede. Cuando tuvo una primera colección completa, la mostró a compradores de Barneys y consiguió su primera orden.
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A la cerámica le siguió la exploración en textiles y para 1998, cuando abrió su primera tienda en SoHo, estaba expandiéndose hacia todos aquellos objetos que hacen un hogar. En los últimos veinte años ha abierto treinta tiendas y alcanzado el tipo de distribución mundial que hace posible esta entrevista.

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The New American Glamour

Después de abrir sus primeras boutiques en Londres, Adler declaró que la diferencia entre ingleses y estadounidenses era que los primeros se atrevían más. En Estados Unidos, el país de Trump, “Dinastía” y las Kardashians, se mantiene un profundo temor al qué dirán. Este pánico a desentonar es precisamente el espacio sobre el que Adler ha construido su marca. Este lujo no se presume, se luce. Lo suyo es un diseño que muchos han querido etiquetar de kitsch, pero que él define como glamour americano. “Creo que las personas a veces no entienden que el humor y el diseño no son excluyentes. Mi trabajo tiene una base chic con un susurro de irreverencia”, explica.

No se trata de decorar de una manera o de otra, sino de amar cada objeto y el conjunto. El primer paso, dice, es olvidar las reglas. “Confía en que si te gusta va a funcionar”, afirma con convicción ante la duda. Tal vez realmente el mal gusto no es otra cosa que la falta de autenticidad. Adler ha aprendido a responder en un cien por ciento a su propio ritmo, al punto de vivir en un estado de ligera desconexión. Nunca quiere saber cuáles son sus productos más vendidos, no quiere saber qué gusta y qué no. Hacer es la única base.

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¿De dónde viene América?

“Nueva York tiene las mejores tiendas, los mejores museos y los mejores restaurantes. Solo tengo que mantener los ojos y la mente abiertos”, dice Adler sobre la inspiración y su relación con la ciudad. Su búsqueda de modernidad es constante y se traduce no solo como un deseo de novedad, sino también como una constante reinterpretación de la realidad y de los objetos que capturan su atención.

Su marco de referencia es muy amplio. Su estilo de diseño es un movimiento controlado entre diferentes tendencias, modas y categorías.
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Su inspiración puede provenir literalmente de cualquier lado. “¡Por ejemplo, mi colección de cerámica Grenade, inspirada en cierres!”, exclama. El elemento común es él mismo, y de Estados Unidos ha tomado precisamente su versión más extraordinaria: la de un crisol de comunidades conviviendo unidas por un optimismo especial. Un glamour que viene de la variedad y la alegría.

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Es así que esta animación, de la que muchos han hablado subrayando su relación con el color, viene de un lugar más profundo que lo meramente visual. “A veces me creen un fanático del color, pero lo cierto es que mi trabajo está asentado en el blanco, con unos chispazos de color muy sensatamente distribuidos”, explica. “La vida es muy corta para mirar atrás y solo ver una bruma interminable de beige”.

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El hombre que diseña

Irreverente y jamás aburrido, sabe sacarle la vuelta a cualquier situación o pregunta de apariencia seria. Tal vez lo más espectacular de Adler, tomando en cuenta el imperio de diseño y el renombre mundial, es su capacidad para saber ser. Solo ser. Sin pensarlo, sin dejarse llevar ni traicionarse. Ser lo que le gusta, hacer lo que le gusta. Sus diseñadores favoritos son quizás la mejor explicación de Adler como persona. De Paul Smith admira que, además de ser encantador, haya logrado crear una compañía que se alimenta de su normalidad. “Puede ser completamente él mismo, y de eso se trata.
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Es chic y desfachatado a la vez. Es mi héroe”, afirma. De Vivienne Westwood admira el que mantenga hasta hoy su actitud punk rock contestataria. Al fin y al cabo, la edad no tiene por qué matarnos. Finalmente, la última de sus estrellas es Rei Kawakubo, quien simplemente es puro talento. “Los tres dirigen marcas donde la visión creativa es transparente y les pertenece por completo”, sostiene el diseñador. Jonathan Adler es autenticidad que permanece.

Finalmente, si asumimos que nadie puede tirar piedras porque todos pecamos, le pregunto si hay algo en su casa que va contra toda regla de estilo, pero que conserva por puro sentimentalismo. “Sí, mi marido Simon Doonan”, responde. “Mentira. Es un ícono de la moda, y sus invenciones en looks me hacen sonreír cada día”.

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Fotos: cortesía de Jonathan Adler

Artículo publicado en CASAS #251