El Puericultorio Pérez Aranibar también se ha convertido en un espacio de diversidad alimentaria. Al lado del mar, las Agroferias Campesinas encuentran el lugar perfecto para nutrir a una capital obsesionada con lo rápido y el supermercado, gracias a insumos y productos que llegan de 21 regiones de las manos de sus propios productores.
Por Paola Miglio
Cada viernes a las ocho de la mañana Noemí Huallta alista su puesto en la sección de vegetales y frutas de las Agroferias Campesinas con los insumos que le manda su papá desde su finca Hoja Verde en Chanchamayo, Junín. Le llegan piñas hawaiana y zamba, kion y curcuma frescos, guanábana cuando es temporada y hasta seis variedades de plátano: recita “isla, morado, seda, bizcocho, manzano y bellaco”. Noemí tiene un espacio junto a Justina Sáenz que tiene las dulces piñas del Vraem y las papayas de pulpa roja; y a Flor Dueñas, que desde Caraz, Áncash, se instala con hierbas frescas, caiguas serranas (esas de las pequeñitas) y su especialidad, el tarwi, uno que cultiva y plantea fresco como para ensaladas, guisos (con queso es fabuiloso) y hasta cebiches. A un ladito, y bien empacados, los cuchuros que recolecta en las lagunas de altura, bacterias también conocidas como algas de agua dulce, redondas y explosivas en boca, que guardan propiedades beneficiosas para la salud.
Son 21 regiones en un solo espacio. Que si multiplican por productores e insumos, dimensionen la diversidad que han logrado organizar justo al lado del mar, en un sector del Puericultorio Pérez Aranibar, donde a buena distancia, con todos los protocolos y harto aire fresco, de viernes a domingo de ocho a tres el Perú llega a Lima (porque a veces a la capital le da flojera salir a conocerlo bien) y se instala, orgulloso, con harto de lo que tiene.
Las Agroferias Campesinas nacen a partir de la idea del Gran Mercado y Mistura, uno de los más grandes atractivos de una feria que cumplió su ciclo (10 años) y le heredó a la capital un espacio de intercambio y conocimiento como pocos. La iniciativa se mudó por etapas a la Av. Brasil y luego se instaló los fines de semana, se independizó y tomó nombre propio hace cuatro años, incorporando no solo con productos de chacra sino además artesanales y unas cuantas propuestas de pan llevar: picarones, pan, humitas y poco más. Todo muy bien curado. La pandemia causó estragos en todos y también en la vida de los personajes que habían pasado a formar parte del imaginario de muchos asiduos locales que buscaban buenos insumos para alimentarse en casa. Así que la reactivación era inminente y reclamada.
Hoy, con distancias, protecciones, doble mascarilla y un público que acude con canasta propia, desde los viernes temprano el fluir de compradores y compartir con los productores es incesante. Ahí nos reencontramos con Hernán Hancco, hijo de Julio Hancco, de Lares, Cusco, dueños de uno de los bancos genéticos de semillas de papas nativas más importantes de país. Don Julio heredó de sus ancestros 90 variedades de semillas y hoy trabaja con casi 400, 30 diferentes tipos de mashuas y 15 de oca. Hernán ha mantenido la tradición y ha dado un paso más con su emprendimiento Sumac Chips, hojuelas de papas fritas que presenta en versión natural y recientemente con hierbas agregadas. Crujientes y con el empaque y nivel de grasa muy cuidado.
La lista es larga y las ofertas siguen llegando de la mano de Nancy Cóndor desde Junín con su harina y jugos de tocosh de papa walash; de Cajatambo con ciruelas y naranjitas chinas; desde Puno con cereales y kiwicha; de Apurímac con los tallarines de La Bella Abanquina que amamos (la tradición de pasta es bastante fuerte en esa zona el país, pero ese es otro tema del que escribiremos después); de La Yarada (Tacna) con aceitunas y aceites de oliva y desde los rincones más chocolateros con los orígenes de Amazonas (ojo con el polvo de cacao orgánico para el chocolate caliente), un clásico que se acomoda al lado del café, ese de Finca Tasta, de la especialista Edith Meza, quien además de ofrecer procesos diferentes trabaja con lotes cuidados en Junín. Como para salir con la canasta repleta, ponerle cara al producto y aprender un poquito más sobre lo que comemos. Consejo final, no se vayan sin las humitas del las monjitas de Reducto y, para matar en ansia de dulce, ríndanse ante un alfajor de Fausta, están a la entrada, abundantes en manjar de olla y con toques de sal de Maras. Ahora, a esperar que el proyecto perdure, ahí donde se ha instalado, donde encuentra enclave perfecto para estos tiempos de cuidado y los que vienen (atención autoridades de Magdalena del Mar, no retroceder con lo avanzando que les estamos siguiendo la pista).
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