Nueva York se muestra quieta, no destila apuro ni correrío, la última ola se llevó la emoción del verano y el frío comenzó apoderarse de la frenética ciudad. Calles amplias, poca gente andando y la propuesta que obligó la pandemia: terrazas protegidas por material térmico permanente que amplían aforos, toman el espacio público con la venia de vecinos y autoridades, y permiten que se siga moviendo la economía. A pesar del invierno violento, nos llueve solo una mañana. Andar en una ciudad grande y prácticamente vacía como Nueva York nos lleva a buscar lugares confortables y sabores entrañables y eso hicimos esta vez. Acá los datos.

Por Paola Miglio (@paola.miglio)

Nueva York se muestra quieta, no destila apuro ni correrío, la última ola se llevó la emoción del verano y el frío comenzó apoderarse de la frenética ciudad. Calles amplias, poca gente andando y la propuesta que obligó la pandemia: terrazas protegidas por material térmico permanente que amplían aforos, toman el espacio público con la venia de vecinos y autoridades, y permiten que se siga moviendo la economía. A pesar del invierno violento, nos llueve solo una mañana. Andar en una ciudad grande y prácticamente vacía nos lleva a buscar lugares confortables y sabores entrañables y eso hicimos esta vez. Acá los datos.

La ciudad no ha parado de moverse y generar contenido sabroso. Poco a poco se repone del violento contrataque del bicho. Cafés, pastelerías y panaderías, delis, restaurantes… todos se adaptan, pero a la vez se innova en una de las ciudades que más cambia su escena gastronómica año a año. Porque lo revolucionario aquí es que cada vez que se viene hay algo nuevo que descubrir. En lugares ya explorados o en otros nuevos, en clásicos que son interminables y comida del mundo que se integra con facilidad ante la curiosidad y apertura de los comensales locales. Eso hace que una ciudad sea gastronómica. Y que se pueda comer bien con el presupuesto que se tenga, en un fine dining o en el comedor de la esquina.

 

Esta vez arrancamos con el nuevo restaurante del uruguayo Ignacio Mattos, ya dueño de Estela y Altro Paradiso, Lodi. Ahora se inclinó más por un italiano clásico sencillo y relajado, que bien da para un almuerzo comprensible. Ahí mismo se hacen los panes (está la sección panadería a la vista) y las masas son destacables, así como la barra de bitters, generosa y bien surtida, que permite tardes de cócteles que pueden alargarse. Mejor si reservan en la terraza.

Uno de los fijos de las visitas a Nueva York siempre es Russ & Daughters, no por los bagels que generan colas y están buenos (ahí pueden probar salmón del que no hace daño ni al ambiente ni a la panza, como pasa con la mayoría del que se vende en Lima), sino por los chocolates de factura de antaño, más rústicos y garrapiñados, con frutos secos y nueces, y unas maravillosas naranjitas confitadas bañadas en chocolate que son de las mejores que hemos probados hasta la fecha. Sus galletas black and white son tradicionales y vale la pena llevarse algunas para compartir (o no). Luego caminen, porque es necesario después del empacho dulcero y para lo que está por venir: Mah-Ze-Dahr Bakery a media hora andando, una panadería donde los croissants y panes al chocolate son de factura precisa y hay uno relleno de champiñones y queso que merece tiempo y dedicación. Café para tomar ahí o para llevar.

Pizza. Porque en Nueva York hay para todos los gustos y para el nuestro, la ligera, de corteza delgada y crujiente, margarita o pepperoni, del menú de Joe & Pat’s, donde pueden comer in situ o pedirlas para llevar. Después de un tiempo se mantendrá crocante y no se ensopa ni se ablanda la masa. Ya quedó como favorita. A pocas cuadras, la tienda de especias Dualsnatural.com será la delicia de quienes gustan cocinar en casa: un recorrido por los aromas del mundo y tentaciones para meter en la bolsa de compra. Control que la cuenta puede salir larga y abultada.

Nueva York Pizzas

Más para sumar a la lista: Seven Grams para el café. Tostaduría independiente que une diseño y buena bollería a la experiencia del grano. Y un dato para comprar cuchillos, porque la ruta se redondea y hay que llevar a casa algún recuerdo utilitario: Korin. Donde no solo encontrarán algunos de los mejores ejemplares, sino también cerámica de estética japonesa bastante cuidada. Otro para libros especializados: la librería de culto ya Kitchen Arts & Letters.

Nueva York

Para cerrar, una exploración en un nuevo registro de sabores, aquellos coreanos, que seguimos descubriendo entre sorpresa y fascinación. Primero en Atoboy de Junghyun ‘JP’ Park, más casual y relajado, donde los platos son para compartir, se suceden arroces, panceta, pollo frito, frutos de mar en un festival de mezclas que no comprometen la pureza de los insumos. Segunda vez que vamos y sigue creciendo. El trabajo más personal de JP se transmite en Atomix en una suerte de barra donde los comensales apuestan por el menú degustación que recorre sus territorios y explora ingredientes y sabores de manera audaz y delicada. Hemos vivido una noche de alturas para cerrar el viaje, cuando en una cena conjunta: JP y Virgilio Martínez de Central se propusieron descubrir las alturas de dos países que aliaron y encontraron en buen ritmo. Fueron solo dos noches de evento especial, pero Atomix queda con su proyecto a disposición de los intrépidos que buscan aquello que quiere trascender. Reserven con tiempo.

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