Roma. Verano. Calor sofocante que no invita al paseo largo, pero que no lo impide. No tenemos mucho tiempo, así que aterrizamos y directo al hospedaje, al Bio Hotel Raphael, cerca a la plaza Navona, ahí donde pasa todo y los días se alargan hasta el amanecer. No habrá turisteo, pero sí caminata y comida. Esta vez nos concentramos en buscar lugares diversos y con espíritu particular.
Por Paola Miglio (@paola.miglio)
Primera parada, el restaurante Il Pagliaccio, donde el chef Anthony Genovese, de familia calabresa nacido en Francia, explora atrevido las posibilidades de una cocina italiana poco ortodoxa. Esa que refleja los pasos de su vida. Así que, si piensan pedir pasta, este no es el lugar. La oferta de vinos italianos y del mundo es brillante y el menú degustación para dejarse llevar y descubrir los encuentros entre lo tradicional, con muy buena base, y aquello que fascina al chef, un mundo de oriente, con picantes punzantes, inesperadas vueltas de tuerca y propuestas que sacan de la zona de confort a un comensal acostumbrado a lo clásico. La ambientación y el servicio impecables y muy de acuerdo con la atmósfera quieta y teatral. Reserven con anticipación.
Caminata al hotel y disfrute de lo nocturno, en una zona con actividad tardía y superluna llena, para arrancar la siguiente mañana con furia de hambre y conocimiento. Así que calculamos tiempo y nos vamos andando a Boncipara llegar antes de que abra. No queremos hacer cola ysuele ser lugar de encuentro de locales y viajeros.
GabrieleBonci se ha hecho famoso por su pizza al taglio que abraza los clásicos, pero también explora algunos insumos novedosos: la papa como topping. No es la pizza romanatípica, crujiente y delgada, en cambio es gruesa como una focaccia, pero ligera y crocante con un golpe de hornoprevio. Y se mantiene así por harto tiempo. Una mordida y la maravilla. No van a poder parar. Pedimos la arrabiata y la margherita para mantenernos en la línea, porque solo cuando se logra una base sólida se puede avanzar a la experimentación. La pueden comer en las mesas altas de la calle o comprar para llevar. Ah, también hay un mundo de fritos por el cual navegar, todos de estupenda factura. Si cuando les sirven la pizza les preguntan si quieren aceite de oliva encima, acepten sin remilgos.
Nueva caminata, si se van a arriesgar con el calor, procuren llevar agua, sino van a terminar en modo tragedia los últimos kilómetros, antes de llegar a Sant‘ Eustachio Il Caffè, son 40 minutos a pie (desde el Bonci al que fuimos) en el recorrido van a poder ver los más icónicos edificios de la ciudad así que no hay pierde. Ahí no les voy a recomendar que tomen café, porque para ese los nuestros mejor (y convengamos que el café italiano es un no, lo siento, necesario en las mañanas, evitable para el resto del día), pero sí los dulces de antaño de los que se pueden hacer sin restricciones. Las heladerías que circundan la plaza son explorables y memorables, así que entrégense, sin condiciones.
Aún hay tiempo, caemos en Roscoli, Salumería con Cucina, a siete minutos andando. La rendición ante la variedad y la pasta, el buen hacer y la correcta curaduría de un sinfín de quesos y charcutería, vinos y buen producto que harán que no solo se hinche la panza sino también la maleta. Compren para llevar, para comer en un parque, para disfrutar en el hotel, para compartir con la familia. Es buena cosa y mejor sabor.
Para cerrar (pueden ir en taxi que son 16 minutos o andando son como 55 desde Roscoli), uno de Niko Romito, Spazio Bar e Cucina, donde no solo está la posibilidad de conseguir el mejor panetón que hemos probado y hacerse de panes de masas madre de excelente ejecución, picoteos y cócteles, sino que además pueden dedicar un tiempo para la contemplación y el buen comer con pastas como los tortelli con bacalao y los tagliatelle con queso y pimienta. Su negroni es absoluto. El punto final para 24 horas de inesperadas.
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