El hijo mayor de Mario Vargas Llosa reveló por qué el Nobel de Literatura volvió al Perú durante sus últimos meses de vida, además de cómo se realizaron los paseos por los escenarios que inspiraron sus novelas. Además, explicó que «exigirá» el título de Marqués de su padre, y reveló si existe libros inéditos
Por Redacción COSAS
El mundo de la literatura aún resuena con la pérdida de Mario Vargas Llosa, cuya vasta obra y aguda visión del mundo lo consagraron como uno de los escritores más importantes de nuestro tiempo. Su hijo mayor, Álvaro Vargas Llosa, en una extensa conversación con el diario La Nación de Argentina, revela los últimos capítulos de la vida del Nobel, compartiendo reflexiones profundas y detalles emotivos sobre su regreso a Lima y los momentos finales en compañía de su familia.
Álvaro describe los días posteriores al fallecimiento como un período de «dolorosos y tristes», pero también de un «conmovedor asombro» ante la oleada de cariño y reconocimiento proveniente de todas partes del mundo. Esta conexión trascendental entre el escritor y sus lectores, incluso aquellos que nunca conocieron personalmente a Vargas Llosa, ha sido un inesperado consuelo para la familia en duelo.
Al reflexionar sobre el legado de su padre, Álvaro insiste en la primacía de su faceta literaria: «Antes que nada, mi padre fue un narrador, un creador literario; lo otro era muy importante, pero venía después», refiriéndose a su intensa actividad política y cívica. Subraya que el deseo de su padre era ser recordado principalmente como un escritor, un «creador, un narrador, un hombre de letras», cuyo compromiso con la libertad fue una causa importante pero secundaria a su obra.

Álvaro Vargas Llosa vive en Nueva York y en París; junto con sus hermanos, se ocupará de gestionar la obra del Nobel peruano.
Un punto central de la conversación gira en torno al regreso de Mario Vargas Llosa a Lima en sus últimos meses. Álvaro explica este movimiento trascendental: «Tuvo que ver con las circunstancias de salud. Él estaba ya muy fatigado, necesitaba un tipo de compañía, de estructura, de ayuda, que estaba dictada por dónde estaba la mayor parte de la familia. Una vez que estuvo allí, el resto de la familia que no vivimos en Lima hicimos innumerable cantidad de viajes para llegar y estar con él todo el tiempo posible. Hubo una presencia permanente de la familia en Lima».
Este retorno a su tierra natal no solo significó el calor del hogar y la cercanía de sus seres queridos, sino también un reencuentro con objetos y espacios profundamente significativos para el escritor. «Había allí cosas importantes para él, como una parte de la biblioteca que aún no fue enviada a Arequipa, sus libros preferidos, de Faulkner, Borges, Flaubert, Kafka, Dostoievski, Tolstoi, las novelas de caballería; en Madrid, tenía dos primeras ediciones de Madame Bovary. Estar rodeado en la etapa final por esos libros, que además están bellamente encuadernados, tenía cierta lógica». La imagen de Vargas Llosa rodeado de sus lecturas más queridas en sus últimos días evoca una conexión intrínseca entre el hombre y su pasión literaria.
En este contexto de retorno y recogimiento, la familia compartió momentos únicos, incluyendo paseos por Lima que se convirtieron en una suerte de viaje nostálgico a través de su obra. «Fuimos a los escenarios de sus novelas en la ciudad, porque era complicado ir a otros lugares más alejados. Esto fue muy bonito porque los hacíamos de tal manera que elegíamos un lugar lejos de casa y en el trayecto íbamos hablando de la novela, de la significación que tenía, y eso le permitía a él recordar, en una etapa en que la memoria le estaba fallando, y le daban una mezcla de sorpresa y alegría. Recordaba cosas que había olvidado».

Mario Vargas Llosa en compañía de su nieto Leandro, en la zona de cinco esquinas, en los Barrios Altos.
«Estos paseos los hacíamos casi en clandestinidad: elegíamos horas, vestimenta, todo tipo de detalles para que no se diera cuenta la gente, porque adonde iba y lo reconocían se arremolinaba la gente y eso para su salud era malísimo. A veces hubo hasta que disfrazarlo. Y luego cada uno de nosotros, mi madre, mis hermanos y yo, fue viviendo esta etapa final de manera muy íntima con él, en diálogos de despedida.»
¿Él era consciente de que eran diálogos de despedida?
Creo que sí, aunque no lo decía, pero la intimidad que cada uno tuvo con él es uno de los tesoros más preciosos que guardaremos. Cada uno de nosotros le leíamos y era muy bonito lo que él comentaba; o le hablábamos de ciertos episodios de su vida y sus novelas, o le contábamos de nuestras vidas que para él era muy estimulante.
Álvaro relata vívidamente estas visitas, como la realizada a la cárcel de Lurigancho, escenario crucial en el desenlace de Historia de Mayta, y el intento de encontrar el bar La Catedral de su emblemática novela, aunque solo hallaron «un almacén muy feo, muy descuidado con un cartel que dice ‘Se vende’». Estos recorridos, realizados con discreción para proteger la salud del escritor, se transformaron en diálogos sobre la génesis y el significado de sus creaciones literarias.
La conciencia de la fragilidad de la vida y la cercanía del final propiciaron conversaciones profundas y significativas. «Cada uno de nosotros, mi madre, mis hermanos y yo, fue viviendo esta etapa final de manera muy íntima con él, en diálogos de despedida». Álvaro cree que su padre era consciente de la naturaleza de estas conversaciones, aunque no se expresara explícitamente. «La intimidad que cada uno tuvo con él es uno de los tesoros más preciosos que guardaremos. Cada uno de nosotros le leíamos y era muy bonito lo que él comentaba; o le hablábamos de ciertos episodios de su vida y sus novelas, o le contábamos de nuestras vidas que para él era muy estimulante».

Carmen Balcells, la figura más legendaria en las bambalinas de la literatura en español, falleció el 2015, en Barcelona a los 85 años.
¿Quién será designado albacea de la obra?
Tenemos disposiciones muy claras. Nosotros lo haremos con la agencia Carmen Balcells, su agencia desde hace sesenta años. Eso en cuanto a la obra y las reediciones. Luego están sus papeles, sus manuscritos y cartas, el archivo. Todo eso está en Princeton. Él dejó instrucciones de que si quedaba algo fuera enviado allí, donde están muy bien cuidadas y de fácil acceso para quien quiera investigar porque se están digitalizando. Luego queda la Biblioteca de Arequipa, donde hay unos treinta mil volúmenes y hay por enviar algunos miles más, y una casa-museo, en donde nació. Son tres cosas distintas: su obra, sus papeles y la biblioteca.
¿Dejó inéditos?
Vamos a ver. Eso todavía está por descubrirse. No lo veo fácil; él había anunciado, después de su última novela, Le dedico mi silencio, que quería escribir un ensayo sobre Sartre, y llegó a hacer algunas notas, pero no constituyen verdaderamente el embrión de un libro, fueron cosas muy preliminares. Ya no tenía la fuerza para ello. Eso no está en condiciones de ser publicado. Y algún cuento que empezó a escribir en los últimos años. Él no era realmente un cuentista, pero tenía la idea de ir reuniendo algunos para publicar algún día un volumen. Habrá que revisar sus cuadernos, pero no habrá gran cosa. Queda una serie de once capítulos que hice para la televisión con el Grupo Salinas de México, Mario Vargas Llosa. Una vida en palabras, una larga serie de once capítulos de una hora cada uno sobre su vida, su obra y su actividad cívica, con un recorrido por todos los lugares donde habían ocurrido cosas importantes en su vida y en su obra. Y eso ya está disponible para el público.
-¿Usted piensa dedicarse a la política en Perú?
-No. Participo y me involucro en el debate, y de una manera muy activa, pero no voy a participar en política partidaria. Lo tengo decidido desde hace mucho tiempo. Prefiero ayudar desde fuera. Vivo fuera del Perú hace muchos años y creo que para hacer política en un país la gente tiene que percibirte como una persona muy arraigada.
¿Usted heredará el marquesado de su padre?
Sí. En principio, tengo que reclamarlo, así funciona. Esto no tiene tierras ni tiene tesoros, simplemente es un título. A él le hacía gracia pensar que, dentro de doscientos años, alguien tuviera el marquesado Vargas Llosa, y que todo se hubiera originado en su Premio Nobel, es decir, que el origen fuera no un reparto de favores sino la literatura. El rey de España, hoy emérito, se lo entregó por razones literarias. «No soy un monárquico, soy un republicano de toda la vida, pero no me disgusta que dentro de doscientos años alguien tenga un título cuyo origen es la literatura», decía. Eso me crea cierta obligación.
¿Isabel Preysler, que fue pareja de su padre, hizo llegar sus condolencias a su familia?
No, pero yo creo que mejor así. Es una etapa ya superada, ese fue un pequeño paréntesis en la vida de mi padre.
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