En un terreno discreto se levanta esta casa familiar ideada por Alfredo Benavides y Cynthia Watmough. Aquí la arquitectura de volúmenes transversales y elementos duros se amalgama a dos jardines que funcionan como una referencia paisajística rotunda.

Por Gloria Ziegler / Fotos de Renzo Rebagliati

Benavides Watmough

No era la primera vez que enfrentaban un proyecto como este. Con veinticinco años de experiencia en obras arquitectónicas familiares, otras de mediana y gran escala, y una investigación cuidada del espacio, Cynthia Watmough y Alfredo Benavides no tenían dudas. Sabían que en un terreno como este, con una extensión de 1350 metros cuadrados y sin grandes vistas perimetrales, debía generar áreas verdes potentes, capaces de convertirse en un punto de referencia paisajística en el interior de la propiedad.

Benavides Watmough

Los dueños –una pareja joven con tres hijos pequeños– necesitaban ambientes amplios, luminosos y cómodos, con distribuciones optimizadas, para no requerir grandes desplazamientos. “Querían una casa con las áreas principales ubicadas, mayoritariamente, en el mismo piso y, además, un cuarto de huéspedes para sus sobrinos que viven fuera y se alojan con ellos cada vez que vienen a visitarlos”, explica Watmough.

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Por eso, junto a Alfredo Benavides, planteó un diseño con el dormitorio principal, las habitaciones para los niños, el comedor, la cocina, la sala y el garaje en el nivel principal, a ras del suelo; y un sótano, con el cuarto de huéspedes, otra gran sala, y la zona de servicio, con vistas longitudinales a las áreas verdes. “Estos jardines eran especialmente importantes porque teníamos espacios relevantes en el sótano que requerían una vista bonita. Y, como eso no existía, trabajamos con la idea de patios, para crearlas”, cuenta Watmough.

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Fuerzas vitales

La propuesta, en el distrito de Surco, requería una fachada con pocos materiales sólidos. Así diseñaron un frente discreto, con un pequeño volumen de concreto y un muro verde, inicialmente a cargo de la paisajista Emilia Murata de Lulio y continuado luego por Yolanda García de Pérsico.

Al interior, la estructura de la casa fue diseñada como una especie de H de concreto armado, compuesta por dos barras paralelas con cristales, levemente desfasadas entre sí, donde se encuentra la sala y las áreas centrales con doble vista: por un lado al jardín frontal y, por el otro, al patio posterior. Este volumen de líneas duras se ubica como un objeto sólido, separado de los muros verdes perimetrales, con una orientación norte-sur que optimiza el viento de esta dirección. Así, las mamparas altas de la sala, la cocina y el comedor diario –con marcos de aluminio negro y cristal incoloro– permiten utilizar la ventilación cruzada, durante los meses de verano. Y, por otro lado, las ventanas este-oeste poseen un vano menor  para disminuir el ingreso directo del sol.

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Los techos, asimismo, fueron trabajados en concreto. Y, en la barra izquierda de la H, tienen un juego de dos alturas: 2,70 metros para las habitaciones y 2,26 metros para los baños, que tienen grifería y sanitarios de Rivelsa. “Hicimos eso por una razón muy simple: el problema que tienen las casas bajas cuando se pone aire acondicionado en el techo es que se ve desde afuera. Y aquí lo que hicimos fue aprovechar ese desnivel para colocar los aparatos y las claraboyas de los baños y los walk-in closet, y mantenerlos ocultos”, explica Watmough.

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El patio, por último, se encuentra en el sótano. Esta área –también con una propuesta paisajística de Emilia Murata de Lulio continuada luego por Yolanda García de Pérsico– funciona como un elemento visual y, a la vez, como un ingreso de luz. Sin embargo, no se ve desde el ingreso: es necesario acercarse para comprobar que posee partes techadas y un muro central de granito negro, con una caída de agua, que unifica ambos espacios.

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Lógica interior

Ya en el interior de la casa, la familia quería muros blancos; que se adaptaran a una  decoración ecléctica. Los pisos de porcelanato en gran formato ofrecen una continuidad desde las áreas sociales hasta la terraza, y  la madera se incorpora, como pequeñas unidades, en algunos puntos estratégicos de los corredores y la cocina.

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Esta paleta de color, preponderantemente blanca, está rematada con detalles de una elegancia soberbia. Los clósets, por ejemplo –diseñados, también, por Benavides y Watmough–, poseen puertas metálicas con pequeños hoyuelos y manijas de metal, que funcionan, en conjunto, como una escultura. Pero la clave, aseguran los arquitectos, es la organización y las escalas del espacio: “Eso hace que la casa funcione bien y, además, garantiza su vigencia”, remarca Watmough.

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Artículo publicado en la revista CASAS #257