La restauración de esta casona de estilo tudor comenzó con un objetivo claro: proteger el patrimonio cultural de Miraflores. Así, el arquitecto Jordi Puig y la diseñadora de experiencias Sandra Masías reconfiguraron la construcción para transformarla en Atemporal, un pequeño hotel de aires eclécticos y espíritu familiar. ¿El resultado? Una propuesta novedosa que poco después sería reconocida a nivel internacional.

Por Gloria Ziegler / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart

Atemporal

Es una de las pocas sobrevivientes. Pero hoy se levanta soberbia frente a las construcciones miraflorinas más modernas. Como si todo en ella desafiara aquella lógica popular de que todo tiempo pasado fue mejor. Está claro: tuvo otros años de esplendor, en la mitad del siglo pasado. Sin embargo, nada de aquel encanto original parece apagado.

La historia de esta casona empezó hace mucho. Cuando Roberto Juan Massa Giuffré y Graciela Valles Escardó le encargaron, en 1948, la construcción de una vivienda familiar al arquitecto Augusto Newton Salinas. Y durante décadas no tuvo grandes sobresaltos. Sin embargo, a fines de 2014, la destrucción parecía inminente. “Al ver la cantidad de edificios que reemplazaban las viejas casonas del barrio, la propietaria temía por el futuro de esta casa, y prefirió intentar conservarla a través de un servicio de hospedaje. Entonces, nos buscó con ese pedido”, cuenta Sandra Masías, diseñadora de experiencias y paisajista, que trabaja como asesora de la empresa turística Andean Experience.

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Los potenciales de la construcción, para un proyecto como ese, no se limitaban a una ubicación atractiva, en el corazón de Miraflores, y un estilo tudor bien conservado. “Nos pareció que, además, tenía un tamaño interesante –con un terreno de quinientos metros cuadrados y un área edificada de 367 metros cuadrados– para generar un nuevo concepto de hotel, que no sea boutique ni bed and breakfast o casa hospedaje, para no caer en lo tradicional”, explica. Así, a fines de 2015, comenzaron los trabajos de remodelación junto al arquitecto e interiorista Jordi Puig.

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Nuevos aires

La casa, con una distribución de dos plantas y cuatro dormitorios, estaba bien conservada. Sin embargo, el desafío no era minúsculo: debían generar la mayor cantidad de habitaciones posibles para el hotel, sin perder la sensación de una casa familiar, con espacios comunes. Con esta premisa, el rediseño arquitectónico de Puig buscó conservar la estructura original. “En los interiores sí tuve que intervenir para redistribuir los espacios y generar otros nuevos, porque necesitábamos nueve habitaciones con sus respectivos baños”, explica él.

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Para eso, replanteó las funciones de algunos ambientes la cocina antigua, por ejemplo, se transformó en una habitación; la sala en una suite, y la lavandería, en la nueva cocina sin alterar, a menos que fuera imprescindible, los materiales de cada ambiente. Los baños, por otro lado, se resolvieron con pequeños volúmenes dentro de cada dormitorio. Estos espacios los consiguió, en algunos casos, a partir de antiguos armarios o cerrando alguna ventana o vano interior. “Luego ya fue el trabajo en obra, porque siempre aparece algún detalle que es necesario resolver allí mismo, como la insonorización”, señala Puig.

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Tiempo de equilibrio

En el interiorismo, había una premisa sólida: no querían un espacio con una decoración impostada. “Tenía que verse como la casa de un amigo. Como un espacio que le ha prestado a los huéspedes para pasar unos días en Lima, con el engreimiento de sus empleados”, cuenta la paisajista y diseñadora de experiencias.

Para lograrlo idearon un personaje ficticio: un fotógrafo y viajero experimentado. Ese detalle –aunque, a primera vista, parezca superficial– les daría el marco para la propuesta. “La casa de un amigo es masculina y tiene presencia de muebles que parecen heredados”, explica Masías. “Además, si es fotógrafo, tiene un gusto especial por el arte y, sin duda, tendrá piezas exhibidas. Por otro lado, si ha viajado por el mundo, también habrá traído algunos artículos de esos viajes. Y, por último, si tiene buen gusto, la armonía entre esos elementos con otros contemporáneos, encerrará su toque personal”.

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Ese estilo ecléctico de las áreas comunes se mantiene en las habitaciones. Pero, allí, Puig y Masías trabajaron una paleta de colores diferenciada, que tomó como referencia las telas. “Eso nos permitió crear un lenguaje propio para cada habitación. Tenemos una, por ejemplo, con mobiliario que perteneció al Hotel Crillón y lámparas vintage; y otras con cabeceras y mesas más contemporáneas que diseñé especialmente para el espacio”, cuenta Puig.

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El paisajismo, por último, ha enmarcado la elegancia clásica de la casa, con una propuesta de aires europeos y toques típicos de la costa peruana. Pero, también, un contraste delicado entre los tonos grises de la fachada y las salvias lilas del jardín frontal. “Es un hotel pequeño, un dije. Pero creo que podría convertirse en una referencia para rescatar patrimonios arquitectónicos, que aún no están protegidos por el Instituto Nacional de Cultura”, asegura Puig. El encanto de sus espacios y un reconocimiento internacional –como la inclusión en el ranking de los mejores hoteles del mundo de 2017, en la revista “Condé Nast Traveler”– no parecen señales para despreciar.

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Artículo publicado en la revista CASAS #260