Tomar piezas del pasado y presentarlas de manera creativa. Esa fue la batalla estética que el arquitecto Jordi Puig supo librar en este departamento, y que ganó gracias a la irreverencia.

Por Gloria Montanaro / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart

Jordi Puig

He aquí un piso en San Isidro perteneciente a un joven soltero deseoso de habitar su primer espacio personal. Uno donde las puertas para las reuniones con amigos estén siempre abiertas. Pero también donde haya lugar para el arte y los recuerdos de familia.

En este caso, la propuesta de interiorismo de Jordi Puig estuvo marcada por el eclecticismo y se centró en el área social de la vivienda, pensada en función de las necesidades del cliente y decorada con una paleta de grises y negros. “Queríamos una paleta de color bien masculina, con madera y cuero pespuntado en la barra, un estilo inglés moderno”, cuenta el interiorista.

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En el ambiente del comedor se diseñó una mesa inusual en forma de barra, en la que se pudiera tomar unos tragos o ubicar a un DJ. “Él no va a hacer grandes cenas. Quiere fiestas, por eso elegimos algo diferente, descontracturado”, dice Puig. La mesa, con seis banquetas altas clásicas, se desprende de una gran biblioteca-bar hecha en madera sólida con acero y tapicería de cuero.

Jordi Puig

Para acompañar la arquitectura clásica contemporánea del departamento, Puig eligió revestir la pared de la chimenea con mármol Marquina. Sobre ella, brindó una solución discreta a otro pedido: el de incluir un televisor. Encendido el artefacto, el cristal lo trasluce. Apagado, se convierte en espejo. A los costados colocó dos de las piezas a las que el cliente tiene más aprecio: “Su abuelo era un gran cazador y tenía estos colmillos parados con una estructura de bronce. Nosotros los cambiamos por un material menos notorio y los pusimos en fierro, echados”, explica. Un sofá de dos caras ubicado como isla permite dividir el espacio y elegir en qué dirección mirar: perderse en el movimiento del fuego o contemplar la panorámica natural del Golf de San Isidro.

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Al otro lado del salón, y debajo de un textil original de la cultura Paracas, se ubicó una consola estilo años sesenta que también perteneció al abuelo. “Él no se hubiera imaginado utilizar uno de esos muebles en su departamento. Lo restauramos y le pintamos una porción blanca para modernizarlo y darle un aire de instalación, hacerla más cañera”, cuenta el arquitecto.

Jordi Puig

Un toque descarado

El giro más irreverente, sin embargo, se encuentra en el baño de visitas: se colocó un trofeo de caza iluminado con lamparitas de Ralph Lauren sobre un papel tapiz de nubes. Así, el reflejo de cada visitante será trastocado con humor por una cabeza con cornamenta.
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“En lugar del espejo, pusimos algo más fun. Y como allí no es necesario tener el espejo en la posición regular, pusimos uno de cuerpo entero hacia un costado”, relata Puig.

Jordi Puig

En la transición entre el área social y la privada se acomodaron obras de arte cedidas por la madre –una gran coleccionista–, para transformar un family room en una galería de arte. “Trabajamos la disposición de los cuadros de una manera poco ortodoxa. Jugamos con las esquinas, los techos, para no hacer algo cuadriculado”, describe Puig.

Jordi Puig

Para el dormitorio principal, se apostó por una paleta de colores más claros y se trazó un concepto de escritorio y panel de televisión que abarcó todo el ancho del muro. En la cabecera se colocó una secuencia de cuadros de Ramiro Llona, y a los pies de la cama, una banca de yute, heredada de la familia, que se conservaba intacta.
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Jordi Puig

“Es un interiorismo a medida, pensado exclusivamente para una persona que no es el cliente usual. Todo el diseño fue muy puntual hacia sus necesidades. Ha sido fácil trabajar con él porque, además, ha heredado el buen gusto de su madre y sabía exactamente lo que quería”, resume Puig.
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Jordi Puig

Artículo publicado en la revista CASAS #272