Hincha acérrimo de la arquitectura peruana, desde la precolombina hasta la republicana, David Mutal reflexiona sobre lo que significa para él la disciplina que abrazó a propósito de un libro dedicado a su obra, sobre la que alguien dijo: “Nada le sobra ni nada le falta”. Lo confirmamos en esta entrevista.

Por Laura Gonzales Sánchez / Retrato de Sanyin Wu

Mutal

Vista de la escalera en la extensión del Hotel B (2014-2018). A la derecha, Conexión entre el Hotel B y la nueva extensión hacia la Galería Lucía de la Puente. Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart.

Cuando David Mutal comenzó a participar activamente en el proyecto de Ediciones Pichoncito, que culminaría exitosamente en un libro de casi trescientas páginas, no imaginó cuánto le enriquecería esta experiencia a nivel profesional y personal durante los seis meses que antecedieron a la presentación. Las conversaciones que sostenía con el equipo editorial liderado por Adriana Roca abonaban las reflexiones que el arquitecto tiene permanentemente sobre su trabajo.

A lo largo del proceso editorial, no dejaba de retumbar en sus oídos la palabra “visibilidad”, que su padre solía mencionar desde que empezó a despegar en su carrera. La última vez que lo visitó en Holanda, y con el afán de complacerlo, le llevó, en formato cuadrado, una serie de proyectos que había impreso y empastado de manera artesanal. Al presentárselo, le dijo: “Este es el inicio de un posible libro y de una mayor visibilidad”. Como si se hubiera tratado de una premonición, a los pocos días, recibió una llamada telefónica que le proponía hacer un libro sobre su obra.

Mientras lo entrevistamos, va dibujando sabe Dios qué. Pero es el instante para “asaltarlo” con una pregunta cuya respuesta nos hace recordar el dicho: “Uno es amo de su silencio y esclavo de lo que dice”.

Mutal

En la Galería Lucía de la Puente (2002), exhibición de Nicolás Lamas. Foto de Juan Pablo Murrugarra.

–Señalas en la entrevista del libro que “la arquitectura por la arquitectura tiene los días contados”. ¿A qué viene tal afirmación?

–Cuando digo eso me refiero a que los tiempos están cambiando. En el panorama de la arquitectura mundial se están dejando de celebrar las megaobras hechas por los star architects de los últimos veinte años. Y se está volviendo a los valores donde la arquitectura debe volver la mirada al hombre, a la naturaleza, más al carácter humanista de la arquitectura y a la conexión con el otro.

–Luego dices: “Me da la impresión de que estamos en un momento de transición, y la sociedad no espera nada de la arquitectura en esos términos”. ¿No te parece un poco pesimista lo acotado?

–Todo lo contrario. Quiero decir que la arquitectura como objeto arquitectónico, para ser apreciado como una especie de forma autónoma y reducida a una imagen, va perdiendo sentido en el mundo de hoy. Pienso que sus valores más profundos tienen que ver con las respuestas que los arquitectos ofrecen a un determinado contexto a través de lo que construyen. Y esa es la arquitectura más rica, más interesante, pero que muchas veces no es tan visible. Los primeros grandes maestros de la arquitectura moderna no solo tenían ideas para hacer su arquitectura, sino que pensaban en el mundo entero. Tenían una idea de futuro y del mundo. Y creo que hoy en día, donde la relación hombre-naturaleza es fundamental, la arquitectura tiene que asumir nuevas responsabilidades e ideales.

David Mutal

La casa taller de la madre del arquitecto, Lika Mutal, en el malecón Mariscal Castilla (2007). Foto de Gonzalo Cáceres Dancuart.

–Es una gran responsabilidad para los arquitectos…

–Creo que en ese sentido nuestra tarea es demostrar el valor que tiene la arquitectura para la sociedad. Que no sea solo cumplir con la infraestructura y los servicios que se necesitan, o inclusive con la moda o las tendencias, sino con cosas más intangibles de la arquitectura misma y del ser humano, y conectarlas.

–A propósito, ¿a quiénes consideras los arquitectos más visionarios de las últimas décadas?

–Puedo hablar de la arquitectura que admiro, hecha por arquitectos que plantean una arquitectura que responde al sitio y genera una emoción. Entro ellos están Peter Zumthor, Glenn Murcutt, Álvaro Siza o David Chipperfield. También los primeros proyectos de Tadao Ando o la obra de Sverre Fehn, Carlo Scarpa o Louis Kahn. Son arquitectos muy diversos, pero comparten ideales que están en la misma frecuencia.

David Mutal

Casa Poseidón (2010), en Pucusana. La piscina de verano y las terrazas tienen vista hacia el mar. Foto de Gustavo Sosa Pinilla.

–Desde tu estudio, ¿cómo se trabaja para dar mayor valor a la arquitectura, en particular cuando se trata de patrimonio histórico, que es uno de sus fuertes?

–Siempre tratamos de diseñar la experiencia del espacio. Pero no solo en el ámbito del patrimonio. Puede ser desde un edificio de vivienda, una casa, una galería, un hotel.

–¿Y qué lugares te emocionan con esa intensidad de la que hablas?

–Los Baños Termales de Vals, de Zumthor, que visité hace un par de años, son un buen ejemplo. Son espacios que descubres no solo con la vista, te envuelven. Un ejemplo puede ser el patio jardín de la fundación Querini Stampalia en Venecia, de Carlo Scarpa, donde permanecí horas dibujando. Un nivel de intensidad de diseño muy poético y de una resolución en el detalle de los materiales, extrema en ambos casos.

David Mutal

El edificio Santa Rosa (2016), un encargo de la inmobiliaria Morada cuya fachada se eleva desde la vereda en siete volúmenes, obtuvo el Premio CASAS en la categoría de Proyecto en 2015. Foto de Alex Bryce.

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Oficinas de la agencia Circus Grey en plena zona monumental de Barranco, en la avenida Pedro de Osma (2015). Foto de Gonzalo Cáceres Dancuart.

Herencia arquitectónica

El gran aprecio que David Mutal experimenta por el legado histórico le fue “inoculado” por su padre, un ingeniero de formación que se dedicaba a la gestión cultural para toda América Latina  en representación con las Naciones Unidas. Es así que, desde niño, escuchó hablar de lugares que requerían auxilio y de arquitectos que trabajaban con su padre. Estas vivencias, sumadas al contacto cercano con la labor de su madre, la reconocida artista plástica Lika Mutal, encauzaron su vocación. Sin embargo, sería Juvenal Baracco quien entusiasmaría a su alumno de manera definitiva en el apasionante quehacer arquitectónico. “Desde el momento que pisé el taller de Juvenal, no lo dejé hasta el final”, confiesa. Asimismo, conocer a Emilio Soyer y a Miguel Rodrigo Mazuré, para quienes tomó fotos en su etapa de fotógrafo –estudió la profesión en Ámsterdam y en París–, fue “completamente inspirador”.

–¿Quiénes o qué te inspira en tu proceso creativo?

–En realidad, es un tránsito constante entre la intuición y la razón. Vas y vienes. Voy con el dibujo, con la maqueta, pensando por dónde ir con el proyecto, cuál es la oportunidad que encuentro. Todo es muy intuitivo, pero está guiado por la razón.

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La Casa San Jorge (2009), ubicada en las afueras de Buenos Aires, fue construida en ladrillo y concreto en un terreno que da a un jardín y a un parque. El volumen de acero y vidrio, con un techo inclinado, se asoma a un bosque de eucaliptos. Foto de Gustavo Sosa Pinilla.

–¿Con esa misma intuición con la que elegiste tan solo veintitrés proyectos para ser mostrados en tu libro? Llama la atención cómo se han agrupado en las categorías de Pasado, Presente y Futuro.

–La idea era evitar un orden cronológico a pesar de que los nombres de los capítulos podrían indicar lo contrario. Los que corresponden a Pasado son los proyectos de patrimonio, aun cuando sean encargos recientes; los de Presente son viviendas o de alguna manera ideas de habitar el presente, y los de Futuro son los más conceptuales, que tienen que ver con el paisaje. Aquellos que están vistos como algo más esencial y ligado a la idea del futuro de la arquitectura, que mencioné anteriormente.

–Valoras mucho las experiencias. Cuéntame, ¿qué sientes cuándo tomas el libro entre las manos?

–Me digo: “Wow, cuánto ha trabajado este arquitecto…” (risas).

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La Casa SM (2012), en La Molina, destaca la materialidad del concreto caravista, se abre sobre el jardín y está orientada para aprovechar el movimiento del sol. Foto de Gonzalo Cáceres Dancuart.

Fotos: cortesía de Ediciones Pichoncito
Artículo publicado en la revista CASAS #275