Beata Woznica nació en Polonia, estudió en Alemania y trabaja en el Perú, donde se está haciendo conocida por sus proyectos y remodelaciones, en los que predomina el manejo de los espacios, la luz natural, la presencia del verde y los toques personales como leitmotiv. Su departamento es un claro ejemplo de ello.

Por Caterina Vella / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart

Woznica

La arquitecta polaca Beata Woznica llegó al Perú en 2006. Se había enamorado de un peruano cuando los dos estudiaban en la universidad de Karlsruhe, en Alemania, una de las diez mejores de Europa, con cinco egresados ganadores del Premio Nobel. Él estudiaba Ingeniería Mecánica. Ella era una aplicada alumna de la facultad de Arquitectura, donde realizaba diseños de avanzada.

“Desde hace veinticinco años, en Karlsruhe se hacen proyectos con pisos verdes, reutilización de aguas grises, aislamiento térmico y acústico, además de investigar sobre nuevos materiales para construcción”, recuerda Woznica a propósito de sus seis años de estudio en esta universidad. Allí tenía acceso las veinticuatro horas del día a talleres de madera, metal, corte láser y otros, además de compañeros de curso de veintidós nacionalidades diferentes. “El intercambio cultural y culinario fue increíble, una ventana al mundo. Cuando llegué al Perú, ya hablaba español porque lo escuchaba siempre a los amigos latinos”, dice en un suave castellano, mientras conversamos en la sala de su luminoso departamento en el primer piso de un edificio en Miraflores.

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Al llegar a Lima, empezó a trabajar como freelance. Uno de sus primeros proyectos fue la remodelación de una vivienda en Surco, donde pasó algo curioso. “Entré a una casa, de allí me pasé a la del vecino, luego a otra y después a otra. Y en esta callecita de una cuadra terminé haciendo la remodelación de todas las casas. Los vecinos se reían y decían que iban a rebautizar la calle con mi nombre”, cuenta. Así, de boca en boca, se fue haciendo conocida. Hasta que en 2012 entró a Casa Cor, donde participó por tres años consecutivos. ¿Funcionó como vitrina? “Funciona a largo plazo. Aunque es un gasto fuerte, ayuda. Pero obviamente tu trabajo es tu tarjeta. Si no haces cosas buenas, por más que inviertas y estés allí, no va a pasar nada”, contesta.

El amor por el ingeniero peruano terminó. Sin embargo, Beata ya había sido capturada por el Perú. “Lima tiene su encanto. Es una relación de amor/odio. Cuando bajo del avión, ya sé que el camino desde el Callao es horrendo. Con cables, tráfico, tugurización, caos… Pero siento el olor del mar y no sé… es un todo. Esto es un terreno virgen. Hay tanto por hacer y con lo que contribuir. El país lo necesita”, afirma.

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Ambientes luminosos

Una suave música de piano nos acompaña mientras recorremos su departamento. Lo compró hace nueve años, en casco crudo. El hogar que comparte con su hija Luna, de diez años de edad, es un ejemplo de lo que Beata Woznica prioriza en sus diseños: el manejo del espacio, la iluminación, las áreas verdes y los objetos que evocan sentimientos y experiencias en los habitantes de la casa. 

La sala comedor conforma un gran espacio luminoso gracias al color de paredes y techos, el piso de mármol travertino de tonalidad arena y la luz natural que se filtra por los ventanales de un jardín interior, con sus muros cubiertos por una planta trepadora, al que convergen también su dormitorio y el de su hija. La arquitecta siempre busca la luz. Le encantan las plantas y los objetos peruanos. Huacos, exuberantes brómelas, una tela shipiba y piedras que va recogiendo en sus viajes son algunos de los principales elementos decorativos. Además de una carreta de Indonesia, adaptada por ella como mesa de centro, y una máquina de coser Singer, convertida en mesita.

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“Me gusta reutilizar y mezclar. Pienso que, si te dedicas a comprar todo en una misma tienda, la casa parecerá un showroom. No tendrá ese toque personal. Hay clientes que piden eso, y les digo que de ninguna manera. Les pregunto qué pieza querida tienen: una herencia de la abuela o de la mamá, un cuadro, incluso un bordado. Hay que mezclar. Eso habla de ti”, comenta la arquitecta, quien privilegia la experiencia introspectiva y la naturaleza evocativa de los objetos sobre las tendencias.

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Los pies en la tierra

Al entrar en su cuarto, sorprende que la cama esté al ras del piso, sobre una tarima baja de cedro. “Me encanta. Siento que duermo en el jardín. Cuando era niña, bajaba el colchón de mi cama y lo ponía sobre el piso para dormir. Siempre me gustó. No sé por qué. Tal vez soy tan realista que debo pisar tierra. Necesito su contacto. Cuando está lloviendo, me quito los zapatos y camino descalza sobre el grass. No hay mejor sensación”, confiesa Woznica.

El contacto con la Pachamama también le sirve como antídoto para las frustraciones. Sobre todo en lo que respecta a los trámites para lograr la aprobación de un proyecto, algo complicado en el Perú. “He estado ocho meses empujando un proyecto en San Isidro. Pedían cosas absurdas y luego cambiaban las comisiones. En un momento no me aguanté y les dije a los funcionarios que debían contribuir. Al final, el proyecto salió aprobado. Se necesita personal apropiado para hacer las cosas a tiempo. Es un problema que haya personas que no estén preparadas para tomar decisiones. El tema de corrupción afecta a todo”, sentencia Beata, la aguerrida, cuyo nombre significa feliz y afortunada. “Nada que ver con santa”, comenta entre risas.

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Artículo publicado en la revista CASAS #275