Arquitectura moderna, necesidad de privacidad y una paleta reducida de materiales naturales y cálidos. Así es esta propuesta de Jaime Ortiz de Zevallos: concreto caravista que florece al ritmo de la luz.

Por Gloria Montanaro / Fotos de Per Tomas Kjaervik

Jaime Ortiz de Zevallos

Ver sin ser visto. Revelar las virtudes del entorno y, a la vez, proteger la privacidad de los usuarios. Jaime Ortiz de Zevallos planteó el diseño de esta casa en San Isidro bajo ciertos parámetros de la narrativa hitchcockiana: amplios ventanales que sirven para espiar el mundo exterior resguardados por velos que ocultan a sus espectadores. El dilema de la discreción y la indiscreción planteado en estilo brutalista.

“La idea del proyecto fue crear una casa que permitiese la privacidad de los usuarios sin sacrificar la luz ni las vistas. A la vez, que tenga un vocabulario contemporáneo utilizando los materiales en su estado natural y con una composición visual ordenada”, expresa Ortiz de Zevallos.

Jaime Ortiz de Zevallos

La materialidad de esta búsqueda recayó en tres volúmenes de concreto caravista recubiertos por celosías de madera que ocultan los espacios interiores. Una casa de seiscientos metros cuadrados que está dividida en tres niveles: el primero es social y se abre hacia el jardín, tratando de integrar el área verde; el segundo contiene los dormitorios de los hijos, y el tercero alberga la suite de los padres. “Todo se conecta a través de una escalera ligera que se desarrolla en el centro de la casa”, cuenta el arquitecto.

Jaime Ortiz de Zevallos

La única petición que Ortiz de Zevallos tuvo por parte de los propietarios fue que la zona de los adultos estuviera independizada. Como respuesta, planteó un dormitorio principal en el tercer piso, con una terraza amplísima en su frente, proyectada como espacio social donde ellos pudieran recibir visitas sin causar interferencias con los ambientes o hábitos de sus hijos.

Jaime Ortiz de Zevallos

Cuestión de carácter

Esa terraza superior es la que define el carácter del proyecto: sobre ella se cierne un monumental alero en concreto caravista perforado por tres círculos de luz. Un juego de espacios positivos y negativos que persiguen la iluminación natural. Una travesía que comienza con el sol de la mañana alumbrando la fachada principal –donde se ve la celosía grande– y que culmina por la tarde, al otro lado, vertiendo sus últimos rayos sobre la terraza. “La idea de crear estos círculos era no perder luz dentro del área de dormitorios y, a la vez, que liberen el peso del material para que no se sienta tan sólido. Al estar perforado, brinda una sensación de mayor ligereza”, resume Ortiz de Zevallos.

Jaime Ortiz de Zevallos

El rol secundario en esta obra lo cumplen las celosías de la fachada, que velan el interior de la casa y permiten limpiar visualmente los elementos que hay detrás, escondiendo las ventanas del cuarto de música, de los baños y del walk-in closet bajo un mismo elemento que ordena todo. “Detrás de ella hay un ritmo diferente, por lo tanto, escogí ponerle una máscara que cree una trama pareja manejada por mí. De esta manera, todos los elementos que hubieran generado un movimiento no esperado en la fachada empiezan a revestir parte de esta estructura de concreto”, revela Ortiz de Zevallos.

Jaime Ortiz de Zevallos

La iluminación, tanto natural como artificial, fue dirigida por el arquitecto bajo la misma premisa. “A mí me gustan los ambientes superiluminados, frescos. La idea de trabajar la luz con trazo fue para generar cierto nivel de drama en los diferentes espacios sociales y privados”, cuenta. Lo que la naturaleza no daba lo complementó con apliques discretos, embutidos en techos y paredes, bien pequeños, para evitar que atraigan la atención del espectador, pero buscando que también iluminen dramáticamente los cuadros o plantas.

Jaime Ortiz de Zevallos

La discreción fue una constante a la hora de elegir los materiales: una paleta reducida, protagonizada por el concreto caravista, “que permite cierta fluidez a la hora de hacer los vaciados”, y un único tipo de madera en pisos, portones y celosías, el shihuahuaco. Los pisos de todas las terrazas fueron recubiertos con piedra talamoye y contrastados con un paisaje verde creado con cactáceas. Un concepto más tropical rigió la elección de plantas del jardín.

Jaime Ortiz de Zevallos

La cocina, que gira alrededor de una isla central con vista hacia un patio, fue trabajada en dos colores: madera y blanco. “Se ha usado el blanco para darle una sensación más amplia a la cocina y que se sienta un espacio limpio para trabajar”, explica Ortiz de Zevallos.

Bajo el cuerpo voluminoso de estos módulos en concreto caravista transcurre discretamente la vida y la mirada contemplativa de sus dueños. Su arquitectura, por el contrario, permanece como testimonio de la devoción del arquitecto por la cautivante indiscreción del material crudo. 

Jaime Ortiz de Zevallos

Artículo publicado en la revista CASAS #275