Los arquitectos Sandra Barclay y Jean Pierre Crousse idearon esta casa para atrapar el encanto de la vida cotidiana del valle de Urubamba y los colores terrosos de su hermoso paisaje. Un proyecto que ha sido destacado por la revista “Wallpaper”, entre otras publicaciones.
Por Laura Gonzales Sánchez / Fotos de Cristóbal Palma
La casa se halla en uno de los lugares más privilegiados de la sierra peruana: el valle de Urubamba, donde las montañas y los nevados dominan el paisaje que se alza a 2950 metros de altitud. Un microcosmos, en la localidad de Huayoccari, desde donde se avista el Pitusiray.
Esta “expresión de la geografía”, como definen los autores del proyecto –los arquitectos Sandra Barclay y Jean Pierre Crousse, del estudio Barclay & Crousse–, se inscribe sobre el terreno logrando mimetizarse con total maestría gracias, entre otros recursos, a que la vivienda es del color de las montañas: un rojo intenso propio de las piedras del lugar, denominadas andesita. “Lo que hicimos fue una casa monocroma cuyos materiales tienen el mismo color sin hacer uso de pintura”, dice Crousse.
La propiedad se comporta como un andén más entre todos los que existen en la urbanización, también diseñada por el estudio peruano, aprovechando la pendiente del terreno al que se accede subiendo escaleras que siguen unos andenes. El ingreso a la casa se hace lateralmente. Cuando se entra, se experimenta una sensación de desmaterialidad a medida que se traspasa el umbral. Y es que ni siquiera se logra ver el techo, porque de inmediato nos encontramos en un patio conformado por las dos fachadas de la casa.
La fachada, por su parte, ostenta unas ventanas pequeñas de diferentes tamaños, que a lo lejos parecen cuadros que “tapizan el lienzo rojo”. En realidad, son las que enmarcan ciertas vistas de lo que corresponde, en el programa, a la zona privada y, desde luego, es imposible reconocerlas desde el exterior.
Una de las singularidades de la casa es el techo. Las especificaciones municipales establecían que debía ser a dos aguas. Apelando a la creatividad y a la experiencia, el estudio lo ideó abierto, como si estuviese desplazado “una agua de la otra”, y revestido en piedra en lugar de tejas. Una gran canaleta recoge las aguas de los techos, y sirve a la vez para encuadrar la vista del valle bajo.
Confort ambiental
Si bien no necesariamente ha sido pensada como una casa bioclimática, para mejorar el uso de los recursos naturales, se ha hilado fino en los aspectos de iluminación y de confort térmico. “El hecho de que el techo sea bastante inclinado y orientado al este hace que, por las mañanas, cuando el sol sale, haga su ingreso a la casa y se pose en el cielorraso comenzando a calentar los espacios. Luego, cuando el astro se va hacia el oeste, calienta la piedra del techo, lo cual hace que la sensación térmica se prolongue durante todo el día”, explica Crousse.
Gracias a la temperatura ideal, por inercia térmica, no ha sido necesario –hasta el momento– el uso de una estufa. Sin embargo, se instaló una porque en un inicio fue prevista por los clientes. A su vez, la iluminación principal y directa se recibe desde el techo, que al abrirse deja un gran ventanal por donde se filtra la luz natural. Las paredes encaladas se convierten también en un buen surtidor de luz que llega a través de las paredes blancas, que no son resultado de la pintura, sino de una mezcla de cal con yeso y algo de cemento. Una fórmula muy utilizada por los obreros locales.
La sabiduría de la mano de obra local redondeó la construcción. A los picapedreros se les dio carta libre para que tallaran la piedra de la fachada, y el resultado fue increíble. “Nos pareció importante dar valor a la creatividad local. La geometría de la talla de estas piedras es rara, distinta, y decidimos utilizarlas”, señala Crousse.
En cuanto a los pisos, son los que se conocen como pasteleros, hechos a mano, y para la zona exterior se han aprovechado los remanentes de la talla de estas piedras.
Artículo publicado en la revista CASAS #280