La trayectoria de Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal es el fiel reflejo del espíritu democrático y generoso que debería regir en la arquitectura. Más que una consagración, este Premio Pritzker es una invitación a que otros sigan el camino revolucionario que nunca se debería haber abandonado.

Por Laura Alzubide / Fotos de Philippe Ruault

La pandemia de COVID-19 ha acelerado los grandes cambios que ya se estaban gestando en el mundo de la arquitectura. El Premio Pritzker, que acaba de ser otorgado a los arquitectos franceses Anne Lacaton (Saint-Pardoux, 1955) y Jean-Philippe Vassal (Casablanca, 1954), es la mejor prueba de ello. “Este año, más que nunca, nos hemos sentido parte de la humanidad en su conjunto. Ya sea por la salud, por razones políticas o sociales, ha sido necesario crear un sentido de colectividad. Como en cualquier sistema interrelacionado, ser justos con el medio ambiente y con la humanidad es ser justos con la próxima generación”, ha comentado Alejandro Aravena, presidente del jurado.

Lacaton y Vassal ya habían recibido algunos premios importantes, como el EU Mies Award 2019, por la transformación de quinientas treinta viviendas en Grand Parc Bordeaux, que realizaron junto a Frédéric Druot y Christophe Hutin. Precisamente en las páginas de esta revista, aplaudimos a rabiar este proyecto, que proponía cambios radicales sin necesidad de destruir el edificio original. “La demolición es la solución más fácil, pero es también una pérdida de energía, materiales e historia, y un acto de violencia. La transformación es hacer más y mejor con lo que existe”, han afirmado los ganadores del Premio Pritzker. A todas luces, el galardón solo es la cima de una trayectoria que ha mantenido, durante tres décadas, una enorme coherencia.

La nueva vivienda social

Se conocieron a finales de la década de 1970, cuando estudiaban Arquitectura en Burdeos. Más adelante, Vassal se mudó a Níger para hacer prácticas de planificación urbana. Lacaton solía visitarle y acababa admirando las precarias construcciones africanas, que remecieron los cimientos de su formación francesa. “Realmente fue una segunda escuela de arquitectura”, ha declarado la arquitecta. En Niamey, realizaron su primer proyecto en conjunto: una choza de paja que al cabo de dos años se derrumbó a causa del viento. Fue entonces cuando tomaron la decisión de no demoler, a no ser que fuera imprescindible, y abogar por una arquitectura económica y sostenible.

En 1987, fundaron su estudio en París. Los primeros proyectos son sorprendentes y revelan las bases de su práctica. Por ejemplo, en 1993, en la Casa Latapie, comenzaron a trabajar con las tecnologías de invernadero, con paneles de policarbonato transparente retráctiles que permiten el paso de la luz natural y la circulación del aire. En 2011, junto con Frédéric Druot, transformaron la Tour Bois le Prêtre, un edificio parisino construido a principios de los años sesenta, en una intervención muy similar a la que realizarían en otros proyectos.

Los arquitectos aumentaron el área interior de cada unidad mediante la eliminación de la fachada original y ampliaron la planta del edificio para crear balcones bioclimáticos. Ahora, en las salas de estar, se extienden terrazas de uso flexible, con grandes ventanales que miran al paisaje urbano y reinventan las posibilidades de la vivienda social. Como en Grand Parc Bordeaux, cuya transformación resultó en una radical reinvención visual que incluyó la modernización de los ascensores y la gasfitería y la generosa expansión de todas las unidades. Todo ello sin que se necesitara desplazar a los residentes. Y por un tercio del costo que hubiera supuesto una demolición con su posterior inversión inmobiliaria.

Sin embargo, Lacaton y Vassal no se han limitado a los proyectos residenciales. La École Nationale Supérieure d’Architecture de Nantes (2009) es un edificio de doble altura y tres pisos cuyos espacios son adaptables, gracias a sus paredes de policarbonato retráctiles y puertas corredizas. Una de sus intervenciones más logradas –realmente, esta es la palabra que mejor describe su labor quirúrgica– es el Palais de Tokyo en París (2012). Aquí, al dejar los acabados desnudos y expuestos a la pátina del tiempo, apelaron a la honestidad material. Con la inclusión del sótano, y la ausencia de los típicos recorridos que dictan las galerías de arte, el área expositiva aumentó en veinte mil metros cuadrados.

“Nuestro trabajo consiste en resolver limitaciones y problemas, y encontrar espacios que puedan crear usos, emociones y sentimientos. Al final de este proceso y de todo este esfuerzo, tiene que haber ligereza y sencillez, cuando todo lo anterior era tan complejo”, explica Vassal, quien acierta, una vez más, con lo que debería ser la esencia de la arquitectura. Aquella que prioriza la ética por encima de todo. La que restaura de una manera tecnológica, innovadora y ecológicamente receptiva. Solo así, a través de sencillas intervenciones, es posible lograr una gran transformación.

Fotos: cortesía del Pritzker Architecture Prize
Artículo publicado en la revista CASAS #291