Travels to my Elephant es el nombre de la osada aventura organizada –por segunda vez– por Elephant Family, en la cual ochenta y cinco intrépidas almas de diferentes rincones del mundo se unieron para recorrer 500 kilómetros, cruzando los desiertos de Rajastán, en la India, con el objetivo de recaudar fondos para proteger al elefante asiático y su hábitat.
Por Alejandra de la Puente de Kirchner
Elephant Family, fundación que presiden el príncipe Charles de Gales y Camilla Parker Bowles, fue creada por el legendario Mark Shand, y es una de las más energéticas y creativas de su campo. Su objetivo: mitigar el conflicto humano-animal a través de la protección de los caminos migratorios de elefantes, que han sido invadidos por pobladores y afectados por la deforestación, la misma que confina al elefante asiático a solo el 3% del espacio que solía tener como hábitat.
En el último siglo, el 90% de los elefantes en Asia ha desaparecido. De una manera muy sensible, Elephant Family se dedica a que estos maravillosos gigantes puedan convivir en armonía con los humanos, trasladando a los pobladores a otras zonas por las que no transitan los elefantes, evitando no solo más muertes de paquidermos, sino también humanas. Así, los esfuerzos de la fundación contribuyen a contrarrestar su inminente extinción y mejorar la calidad de vida de los pobladores afectados.
Por los caminos de Mark Shand
Mark Shand fue una leyenda en vida. Conservacionista apasionado, de generosidad infinita y agudo sentido del humor, era una mezcla de Indiana Jones y James Bond. Él tenía, sobre todo, un gran amor por los elefantes, y trabajó sin cansancio para dar a conocer el problema de esta gran especie. Murió repentinamente en Nueva York, horas después de haber recaudado heroicas cifras para su causa. Fue un gran amigo y creo que sería feliz de saber que ahora su misión es la mía también.
Mark escribió Travels to my Elephant hace veinte años. En él relató sus viajes al interior de la India, los cuales sirvieron de inspiración para esta aventura cargada de adrenalina cuya misión fue recaudar un millón de libras para la causa, y en donde un convoy de eclécticos vehículos (motocicletas Royal Enfield, Tuk-tuks –mototaxis– y Jeeps vintage) recorrieron ardientes desiertos, caóticos mercados y calles abarrotadas, zigzagueando camiones, camellos y vacas sagradas. La primera de estas travesías inspiradas por el legado de Mark tuvo lugar en 2015, un año después de su muerte; y esta segunda edición se realizó a finales de 2017.
Un viaje inolvidable
En la segunda aventura de Travels to my Elephant, un grupo formado por casi un centenar de personas (entre amantes de los animales, miembros de la realeza, políticos, actores, artistas, filántropos y conservacionistas) partimos de Londres en diferentes tandas y nos reunimos en Jodhpur, en donde nos dieron la bienvenida con tambores, collares de crisantemos y el bindi de rigor, como si nos hubieran bautizado bajo la misma religión y, a partir de entonces, fuéramos uno solo por el resto del viaje.
El primer día, antes de iniciar nuestro recorrido, un grupo de jóvenes en un mercado nos dio un consejo: “Si un camión enciende sus luces direccionales indicando que doblará a la izquierda, puede tener tres significados: que, en efecto, volteará a la izquierda; que irá hacia la derecha, o que quiere que avances”. Mis compañeros de viaje estaban aterrados. Yo, siendo peruana, dije: “Acá me sentiré como en casa”. ¡Los primeros kilómetros me revelaron cuán equivocada estaba! Si el tráfico peruano causa dolor de cabeza, las calles de Rajastán te hacen bordear la taquicardia.
El marajá de Jodhpur nos dio su bendición y, con ella, se inició la esperada –y polvorienta– partida. Tras un par de Ave Marías y persignadas al dios Ganesha, pusimos primera. Si alguien me hubiera contando lo que íbamos a vivir, no lo habría creído. Los diez días siguientes fueron surrealistas, mágicos, indescriptibles y agotadores. Cada noche había una cena y una fiesta, en palacios y fuertes con los reyes y marajás de cada lugar que visitábamos, con temáticas que iban desde el Diwali (la fiesta de la luz) hasta las noches de Bollywood.
Durante el día, el recibimiento de niños, mujeres y hombres a nuestro paso era asombroso y emocionante. Atravesamos las llanuras del desierto, salineras, templos sagrados, las dunas de Khimsar, recorrimos rincones ocultos y nos perdimos entre los pueblos.
Uno de los momentos más especiales fue subir por las dunas al atardecer, ver la luna salir, rodeada de montes de arena que parecían montañas, divisar un templo en el horizonte y mujeres con túnicas de un naranja intenso llevando camellos a la distancia.
En efecto, creo que todos los participantes quisimos ser Mark Shand por unos días. Mark estuvo con nosotros todo el tiempo. Su excéntrica personalidad se sintió presente en los momentos más insólitos de la travesía. En uno de los más caóticos, antes de llegar a la meta, en medio de un tráfico apocalíptico, un elefante cruzó la calle. Después de la intensidad de la carrera, ver a este pobre animal en medio de la vía y la polución fue una especie de revelación. Cruzar miradas con los demás participantes que iban cerca y saber que nuestros esfuerzos estaban ayudando a impedir esto fue un mensaje de la naturaleza y –creo yo– de Mark, en toda su gloria. Definitivamente, una de esas experiencias que te quitan el aliento y te aterrizan.
La travesía terminó en uno de los palacios en donde se exhibían esculturas de elefantes intervenidas por artistas locales –un evento también organizado por nosotros, Elephant Family–. En este lugar, Annabel Elliot, hermana de Mark, Camilla Parker Bowles, duquesa de Cornwall, y el príncipe Charles de Inglaterra nos recibieron con las puertas y los brazos abiertos, lo que constituyó un momento de euforia tras diez días en la pista, sabiendo que habíamos unido fuerzas para salvar al más inteligente, grande, gentil, curioso y mágico animal de todos, y a continuar el legado de Mark, quien solía decir: “Salvemos a los animales, salvemos los bosques y, luego, salvémonos a nosotros mismos”.