A lo largo de nuestros 198 años de vida republicana, el aniversario de la declaración de Independencia se ha festejado de diferentes maneras: durante el siglo XIX y principios del XX, prevalecieron las manifestaciones populares en las calles; sin embargo, en las últimas décadas, los eventos protocolares y el desfile militar son los protagonistas. ¿Se está perdiendo el sentido patriótico del 28 de julio?
Por Renato Velásquez
Hoy es común que las Fiestas Patrias causen más alegría por los feriados no laborables –por lo que muchas personas aprovechan para viajar a Cancún o Punta Cana– que por su sentido original: la celebración de nuestro surgimiento como nación, obtenido luego de un sangriento y doloroso proceso histórico en el que participaron no solo peruanos, sino también soldados y militares de casi todos los países de Sudamérica.
Con el objetivo de recuperar el sentido patriótico de las fiestas de 28 de julio, la Casa Paz Soldán (jirón de la Unión 1039) ha montado una exposición que documenta cómo se vivieron los festejos patrios más importantes de nuestra historia. En la exhibición, curada por el historiador Javier Robles Bocanegra, hay fotografías de cuadros de Pancho Fierro, así como grabados e instantáneas de las festividades por el centenario y el sesquicentenario de la República.
Los primeros años
El libro de cabildo de Lima cuenta que el 28 de julio de 1821 el libertador José de San Martín declaró la Independencia del Perú con ceremonias públicas en tres puntos de la ciudad: la Plaza de Armas, la plazuela de la Merced (en lo que hoy es el cruce del jirón de la Unión con el jirón Huancavelica) y la plaza Micheo (una pequeña plazoleta en forma triangular que precedió a la plaza San Martín). Cuentan las crónicas que las calles se llenaron de festejos luego de los discursos del militar argentino, y que buena parte del pueblo celebró con bailes y cánticos aquel momento que reconocían como histórico.
Se trataba más de un gesto simbólico que de una victoria definitiva. Un pelotón de soldados españoles todavía estaba acuartelado en el Real Felipe, y el grueso de las huestes realistas se encontraba en los Andes del Sur. Aún faltaban tres años para las decisivas batallas de Junín y Ayacucho, que sellarían la emancipación de nuestro país.
Una acuarela del pintor costumbrista Pancho Fierro muestra la “procesión cívica de negros”, organizada horas después del discurso de San Martín. Según Javier Robles, “esto refleja que la gente salió a las calles a celebrar sin distinción de clases sociales”. Y lo hizo a ritmo de guitarra y cajón, envuelta de un ambiente festivo que seguramente se prolongó hasta bien avanzada la madrugada. Cuando la gente se cansaba de cantar y bailar, reponía energías en las picanterías que había en todas las calles. Comían anticuchos y picarones, bebían chicha morada y chicha de jora. De postre, revolución caliente “para rechinar los dientes”.
Robles también apunta que la causa limeña se preparaba especialmente para estas fechas, tal y como lo registran las crónicas de la época. Según la leyenda, este plato existía desde la época del Virreinato, pero desde la llegada de la expedición de José de San Martín las vivanderas comenzaron a venderlo en las esquinas para ayudar con lo recaudado a la causa libertadora.
Al día siguiente, 29 de julio, San Martín y los vecinos de Lima acudieron a la catedral para un Te Deum oficiado por el arzobispo de Lima, Bartolomé de las Heras.
Estos pasacalles espontáneos envueltos en fervor popular se repetirían a lo largo de todo el siglo XIX y principios del XX, a excepción de 1823 (cuando las disputas entre Riva Agüero y Sucre sumieron al país en el desgobierno) y los duros años de la ocupación chilena. Tampoco podían faltar las fiestas taurinas, a las que el pueblo limeño era muy aficionado.
Asimismo, los actos protocolares celebrados aquel 1821 marcarían la pauta hasta hoy: el Te Deum y el besamanos. Con el paso de los años, se integrarían otras tradiciones como el paseo del presidente de la República para llegar al Congreso y pronunciar el mensaje a la Nación.
Robles indica que el besamanos y el Te Deum son actos con génesis virreinal. Desde los tiempos de la Colonia, las coronaciones de nuevos reyes y la llegada de virreyes se conmemoraban con esta celebración eclesiástica, al final de la cual se entona un himno de agradecimiento. El besamanos era, durante el Virreinato, una ceremonia en la que los vecinos notables de la ciudad juraban lealtad a la autoridad. Hoy es un acto diplomático en el cual los embajadores presentan sus respetos al jefe de Estado.
Leguía y el Centenario
Los cien años de nuestra Independencia se cumplieron en 1921, cuando Augusto Bernardino Leguía ocupaba la Casa de Pizarro por segunda vez, en el periodo que se conocería posteriormente como el Oncenio (1919-1930).
Lo más recordado de esas Fiestas Patrias fue la construcción y la inauguración de la plaza San Martín. El trazado, la ornamentación, el mobiliario y la jardinería fueron diseñados por Manuel Piqueras Cotolí, mientras que el monumento fue cincelado por el escultor español Mariano Benlliure, y representa al libertador cruzando los Andes a caballo.
“Fue un acto majestuoso y con mucha pompa, según las fotos. Se dieron discursos, y luego hubo un desfile alrededor de la plaza de guarniciones peruanas y extranjeras, de países de América Latina. El pueblo estuvo como espectador, pero también participó a través de los escolares”, reseña el historiador Javier Robles.
Luego se disputó una carrera de gala en el hipódromo de Santa Beatriz (hoy Campo de Marte), a la que acudió una multitud. Hoy esta competición continúa bajo el nombre de Clásico Presidente de la República, y se corre en el hipódromo de Monterrico.
El centenario de la República también se festejó con un concurso de bandas militares en la plaza de Acho y actividades académicas en la casona de San Marcos (Parque Universitario), que se centraron en la figura de los caídos durante la guerra con Chile.
El retorno de Tupac Amaru II
Coincidentemente, los 150 años de nuestra vida republicana se celebraron en 1971 bajo otro régimen dictatorial, el del general Juan Velasco Alvarado. “El indigenismo con tintes chauvinistas de Velasco quería reivindicar a los héroes andinos previos a la Emancipación. Por eso revalora a Túpac Amaru II, el cacique de Tungasuca, que se rebeló contra el Imperio español a finales del siglo XVIII”, cuenta Robles.
Por otro lado, Velasco recuperó el 15 de julio como una fecha especial, pues ese día de 1821 San Martín convocó a los vecinos notables de Lima para firmar el acta de Independencia. “Velasco se reunió en el salón municipal de Lima con el arzobispo Luis Landázuri y el alcalde de ese entonces, Eduardo Dibós Chappuis. Es un acto que casi no se ha repetido desde entonces”, informa el historiador.
El dictador fue el primero en organizar el desfile militar en la avenida Brasil, pues hasta esa fecha siempre se había llevado a cabo en el Campo de Marte.
Para esta época ya se celebraba con valses criollos, un género musical surgido en la década de los cuarenta como fusión de elementos musicales tan disímiles como el vals vienés, la jota española, las melodías prehispánicas peruanas y los ritmos afroamericanos. Así había surgido un género netamente urbano y limeño, con canciones que solían interpretarse en las retretas y festividades populares, al principio por dúos conformados por un cantante y un guitarrista. El más famoso de ellos fue el de Montes y Manrique. Para los años setenta, ya sonaban con mucha fuerza Felipe Pinglo y Chabuca Granda.
En opinión del historiador Javier Robles Bocanegra, gran parte de esta celebración popular se ha perdido en nuestros días. “El protagonismo lo tienen los actos protocolares y militares, y no el pueblo”, considera. “Probablemente, el elemento que une a toda nuestra sociedad con más fuerza bajo los símbolos patrios sea hoy la selección peruana de fútbol”.