Una casa rodeada por frutales y olivos. Una familia amante de los caballos, el polo y el campo. Una vida simple, construida con el tiempo y las memorias más queridas, y alimentada por la tierra.

Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart

Azpitia

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Hace quince años, el paisaje de Azpitia era agrícola casi en su totalidad. Chacras consecutivas, apenas alguna casita. A pesar de su cercanía a Lima y del fácil acceso desde la carretera, daba la impresión de estar a miles de kilómetros de la ciudad. La distancia era emocional. Fue en Azpitia que esta familia decidió comprar un terreno y buscar una vida campestre. El propietario es un europeo que llegó al Perú veinte años atrás, y que desde pequeño experimentó la vida en la naturaleza. Rápidamente entendió que el concepto de casa temporal se aplicaba de una manera distinta en Lima, donde los condominios cerrados y los terrenos lotizados en la playa o en el campo, suelen determinar los fines de semana de verano o de invierno. Esa no era su idea. Él quería una casa que permitiera a su familia habitar la naturaleza todo el año.

La casa en sí empezó como un anexo a las caballerizas, lo primero que se levantó en la hacienda: la familia cría caballos y además juega polo, así que la proximidad a los animales no solo era necesaria, también querida. A la par, árboles frutales (paltos y mandarinos) y un bosque de olivo se sembraban alrededor: hoy, la actividad agrícola determina el ritmo de la hacienda y el carácter de sus habitantes. “Es una casa totalmente funcional y ha ido creciendo a medida que pasamos más tiempo aquí”, explica su propietario. La construcción está separada por un corredor que conduce a los patios: a un lado queda el área social, que ocupa la mayor parte del interior, y dos dormitorios amplios para hijos y huéspedes. Al otro lado están el dormitorio principal y un escritorio. Afuera, varias escenas se extienden sobre el terreno irregular: las terrazas sobre el piso de piedra, la zona de parrilla, y un comedor alejado, bajo los árboles. La construcción de la casa recayó en un capataz, con mano de obra del valle de Mala. Por fuera, el techo es de eucalipto y por dentro, las vigas de madera huairuro con caña chancada oscurecen las habitaciones, haciéndolas más cálidas y abrigadas. Los muros se empezaron con adobe y se completaron con concreto. La construcción no es prolija ni sus medidas son exactas, pero todo funciona. Así es el campo.

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Retazos de memoria

Cuando el propietario se mudó al Perú, trajo consigo piezas familiares y recuerdos de viajes y estadías en África y Asia. Adornos, telas y piezas utilitarias que, con los años, se han completado con muebles encontrados en locales de anticuarios limeños, y objetos recogidos en viajes al interior del Perú, especialmente a la sierra. “Diría que son recuerdos, y no cosas escogidas a propósito para decorar una pared o una mesa”, asegura el propietario. “Son objetos muy personales que han encontrado su lugar en Azpitia”. La cocina es prueba de ello. Es también el comedor y el corazón de la casa. Una mesa larga de madera, para recibir a los visitantes: un aparador grande y antiguo que deja ver las copas y los queros de cerámica, siempre a la mano. Más allá, otra mesa, a manera de aparador, donde siempre hay fruta. Todo lo que se ve se usa. Están los tajines (ollas marroquíes), y también la colección de cuchillos artesanales provenientes de todo el mundo, con mangos de piedra, hueso y madera, con que se corta el pan, el queso o los embutidos. Los tacos de polo descansan sobre la pared, esperando el siguiente uso.

Obras de Ricardo Wiesse, José Tola, José Sabogal y del pintor mexicano Rufino Tamayo se combinan con fotografías del peruano Musuk Nolte, el británico Nick Brandt, la mexicana Flor Garduño, y también con un Chambi. Y, claro, con fotos de la familia: imágenes de los últimos años, y otras más antiguas, incluso del siglo XIX. Rumas de libros completan la vida interior de una casa que habla de las ocupaciones de sus habitantes, su amor por la naturaleza y su historia familiar. Y también de su búsqueda de una vida simple, sencilla y auténtica.

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