A Cristián Zuzunaga se le pone la piel de gallina cada  vez que habla de algo que lo sorprende y lo conmueve, que lo saca de cualquier lógica. Hace poco, durante su estadía en el Perú, tuvo una de esas experiencias reveladoras. “Estuve en Paracas hace cuatro días y me encontré esto en medio del desierto”, dice mientras me enseña una carta de joker que ahora tiene atrapada en la carcasa transparente de su celular. “¿Quién me habla? ¿Quién me habla aquí?… ¡Te juro que estoy ‘flipado’! No existe la probabilidad de que alguien se encuentre un joker en medio del origen”, afirma con absoluta convicción.

Tres generaciones de artistas: Lola Shröder, Mariano y Cristián Zuzunaga. (Archivo familiar)

Este tipo de experiencias ha caracterizado la vida de Cristián. Pequeñas –grandes– señales que él interpreta y a las que responde, y que lo han llevado a decidir dedicar su vida al píxel, un elemento arquetípíco que lo cautiva por la magnitud de lo que engloba, una especie de fractal de nuestra era que Cristián ha convertido en protagonista de su obra. A veces, estas “señales” se presentan a modo de intuiciones (o de sueños pixeleados o de jokers en un desierto), mas no son gratuitas, sino que responden a un periodo intelectual de Cristián que, como cuenta, llegó incluso a enfermarlo. Intuiciones que lo llevaron también, de pronto, a renunciar a su vocación de biólogo para dedicarse por completo al modelaje, una actividad que lo llevó a viajar por todo el mundo y a pasar la mayoría de horas del día en aislamiento absoluto, devorando libros en departamentos en París y Londres, y a, finalmente, darse cuenta, con la caída de las Torres Gemelas, de que “el mundo no necesita más hedonismo ni narcisismo”. Entonces decidió abandonar su carrera en el mejor momento, justo cuando más dinero ganaba, en plena campaña internacional de una gigantesca marca de ropa.

El artista posa junto a una de las obras de su muestra “Origen”, vistiendo una prenda también de su creación.

LEGADO FAMILIAR

Hablaba de lo no gratuito –aunque casi siempre, en apariencia, intempestivo– de las decisiones de Cristián. Los cinco años que realizó de individuación junguiana, su fascinación por Jacques Derrida y la deconstrucción, su intensa experimentación con máquinas de imprenta antiguas, su sensibilidad, su capacidad de asombro y la pulsión creativa que ha heredado de su padre, el espectacular y prolífico fotógrafo peruano Mariano Zuzunaga (y este, a su vez, de su madre, la excelsa pintora Lola Schröder), han hecho de Cristián un creador, un hacedor de objetos y de conceptos, aunque él insista en aclarar que las ideas le vienen “de otra gente”.

Zuzunaga es la marca del diseñador. Ofrece desde mantas, toallas, pañuelos y alpargatas hasta sillones, mesas y cómodas.

“Esto ha pasado a través de mí. Si yo hubiera podido elegir, me habría quedado fumando porros en una playa. Yo esto ya no recuerdo ni cómo lo hice. Pero ha nacido a través de mí… o yo he renacido a través de él”, dice sobre su trabajo con el píxel, al que viene dedicándole ya más de una década, y que surgió a raíz de un sueño. “Tuve un sueño pixeleado de ocho horas. Cuando me levanté, me puse a escribirlo y dije: ‘Ya está, eso será’. El hecho de que viniera a través de un sueño me hace confiar en que no es mío, en que yo soy solo un canal, y tengo que rendir culto a eso”.

Por eso, cada vez que habla de sus proyectos con el píxel intenta encontrar palabras que lo despojen del rol de agente en el asunto. “Y, entonces, ¿dónde radica tu mérito?”, le pregunto. “Pues en los años previos a que el sueño viniera, los años de trabajo y de búsqueda. Y, cuando vino ese sueño, en la capacidad para decir: ‘No estoy loco, es este el camino’”, me responde. “Entonces, dejo el trabajo, ¡lo dejo todo! Y dedico mi vida a esto desde hace diez años. Bueno, trece desde que decido trabajar de cuadrados de por vida (o rectángulos como mucho) –sonríe–, pensando en la cuadratura del círculo. Y a partir de ahí, pues seguir buscando, indagando…”. Cristián está absolutamente comprometido con el píxel y todo lo que él implica y simboliza. “Es lo que me ha tocado”, dice con una resignación contenta, como la de quien se reconoce llamado a algo en lo que confía intuitivamente.

Butaca de la colección “Inca Analogue Colection”, inspirada en Cusco, cuyo diseño remite, sutilmente, a los circuitos de computadora.

Con independencia de la procedencia de estas ideas, lo cierto es que Cristián las materializa, les da vuelta y les da forma, y, para eso, se vale de los más diversos soportes. Inició hace años una empresa de muebles y accesorios para el hogar, que bautizó con su apellido, y que se ha convertido rápidamente en un referente de diseño sostenible a nivel mundial. Es su manera de hablar a través del textil, un elemento que lo fascina. “Nosotros llevamos textil todo el día, es lo primero que tiene contacto con tu cuerpo y es lo que menos valoramos, en muchos casos. Para mí, Zuzunaga es la excusa para hablar de esas cosas. Los accesorios de moda, las mantas, los cojines, todos son canales para el cambio”.

Por Vania Dale Alvarado

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