Con una aproximación simple, limpia y fluida, la arquitecta Nicole Futterknecht afrontó una renovación total de una casa en Lapa Lapa. El resultado complementa el paisaje natural de la playa y los recuerdos de sus habitantes.
Por Rebeca Vaisman / Fotos de Gonzalo Cáceres Dancuart
La casa había sido construida en los años ochenta. Sus acabados eran simples, el diseño no había sido bien pensado. Sus dinámicas evidenciaban una construcción rápida. La atmósfera no coincidía con la calidez de la joven familia y, tampoco, con el hermoso paisaje natural de Lapa Lapa. Entre la oscura y angulosa roca y el horizonte del mar se encuentra esta playa pequeña, compuesta por pocas casas y por un grupo de veraneantes que se conocen desde hace décadas. Cuando los propietarios buscaron a Nicole Futterknecht sabían que necesitaban repensar la casa por completo. La arquitecta planteó una remodelación integral que consiguiera espacios sencillos, frescos y un nuevo recorrido fluido, que conversara mejor con el entorno.
El primer problema que se debía resolver era el desnivel entre el comedor y la sala. El primero se encontraba un metro y medio más abajo, lo cual dividía mucho el espacio y entorpecía el tránsito. La distancia entre el piso y el techo del comedor era más alta que en la sala, así que había la posibilidad de levantar el ambiente tres escalones y, aun así, no perder demasiada altura. Con eso, solo quedó un escalón de diferencia entre las dos estancias del área social. Además, se eliminó una banca de concreto que las separaba, cerrando demasiado el espacio. Por otro lado, también se elevó quince centímetros la terraza: eso permitió un recorrido que empieza en el patio posterior, atraviesa el área social y termina en la terraza de piedra. Desde la mampara de entrada, se revela la principal visual de la casa: el muro enmarca el paisaje horizontal que abarca la nueva área social, sale hasta la playa y toca el mar.
Cambios naturales
Ya que estaban con el tiempo en contra, Futterknecht recomendó a los propietarios enchapar el cerámico original para cambiar los acabados. Era importante para la arquitecta que nada se sienta forzado. Optó por el travertino, una piedra natural, de un color neutro, claro, “bien playero”, la describe. Este material se usa en todos los pisos de la casa, solo que en distintos formatos: en patios y balcones, en piezas de diez por diez centímetros; en interiores, de veinte por veinte centímetros, y en baños, son grandes losetas de treinta por noventa centímetros con pepelma de travertino en las duchas. Otro tanto se enchapó en madera cachimbo con sellador natural, un material con una vejez muy bonita, a decir de la arquitecta. Recurrir a opciones que no impliquen demasiado mantenimiento fue el criterio de selección.
El área de servicio original que daba a la fachada posterior se demolió. En su lugar se levantó un volumen nuevo en ladrillo blanco. Este alberga la zona de servicio, la lavandería (oculta tras un cerramiento de caña) y la habitación de invitados arriba, en un segundo nivel, lo cual garantiza la privacidad e independencia de huéspedes y anfitriones. La comodidad y estética se completan con una banqueta y una banca circular hecha de listones, que rodea el árbol del patio.
También se eliminó la chimenea que estaba junto a la sala. Los propietarios no la iban a usar. Ese vacío permitió que se instalase una jardinera interior al pie de las escaleras, de donde nace un ficus que se eleva y llega casi al segundo piso. Arriba, donde había cuatro dormitorios del mismo tamaño, Futterknecht generó un gran dormitorio principal a partir de la unión de dos habitaciones. El nuevo espacio disfruta de un baño propio y un clóset más amplio, y también de un balcón con vista al mar. En los dormitorios secundarios, se intervinieron los baños para hacerlos más espaciosos y se cambiaron todos los armarios. Las puertas fueron reutilizadas, solo se pintaron y cambiaron las bisagras y chapas.
Artículo publicado en CASAS #243