Los primeros años del siglo XX ya dejaban ver en Lima los signos de modernidad. El alumbrado público eléctrico funcionaba en la ciudad a partir de 1886 –apenas cuatro años después de su inauguración en Nueva York–; el tranvía eléctrico atravesaba la ciudad de Lima a Chorrillos desde 1904, y ya los barcos que zarpaban desde el puerto del Callao llegaban a Europa. La capital peruana recibía el cinematógrafo, el teléfono y los primeros automóviles.
A comienzos del siglo XX, Lima tenía poco más de cien mil habitantes y la sociedad que hasta entonces se había dividido en una clase de terratenientes poderosos y una gran clase baja, vio nacer un nuevo estrato: una clase media de profesionales peruanos y extranjeros que surgieron ante las necesidades de un país en desarrollo. Ese fue el contexto en el que Elías del Águila (Tarapoto, 1875) tomó el espacio que el fotógrafo Manuel Moral dejó en la calle Mantas (hoy, jirón Callao del Centro de Lima) para montar su propio estudio, en 1903. Y ahí mismo funcionó hasta entrada la década del treinta.
Para Carlo Trivelli, es importante entender el contexto social e histórico en el que Del Águila inició su trabajo. Trivelli es curador, junto con Jorge Villacorta, de la muestra Redescubriendo a Elías del Águila, que reúne parte de la colección recuperada por el Fondo Elías del Águila del Archivo Histórico del Centro de la Imagen.
Ricardo de Jaxa Malachowski (1887-1972)
El arquitecto polaco Ryszard Jaxa-Małachowski, más conocido como Ricardo de Jaxa Malachowski, llegó al Perú para desarrollar algunas de las obras más importantes del siglo XX, que incluyeron fundar la Facultad de Arquitectura de la UNI y diseñar y construir edificios, como el Club Nacional y parte del Palacio de Gobierno, las fachadas del Teatro Municipal y del Palacio Arzobispal, e hitos urbanos, como la Plaza Dos de Mayo. También llegó para fundar una de las familias arquitectónicas que más han influido en la faz de la ciudad. Su hijo Ricardo, fruto de su unión con María Benavides Diez Canseco, no solo recibió su nombre, sino también su oficio. El arquitecto Ricardo Malachowski Diez Canseco (1922-2011) solía acompañar a su padre a las obras, y, años después, terminó levantando obras tan significativas, como el Hospital Edgardo Rebagliati, el Hotel Sheraton y el edificio de la Compañía Peruana de Vapores, en el Callao (en equipo con Enrique Seoane Ros).
“Yo también acompañaba a mi padre desde niño, y cuando estuve en la universidad lo ayudé con la supervisión de las obras”, cuenta el tercer arquitecto Malachowski, Richard, quien heredó un estudio con más de un siglo de historia.
Reginald Ledgard (1925-2016)
Fue el menor de una familia que destacaba en la vida limeña. Ledgard fue el sexto hijo del banquero y embajador Carlos Ledgard Neuhaus, y fueron sus hermanos el nadador Walter Ledgard y el presentador de televisión y personalidad pública Enrique ‘Kiko’ Ledgard. “En realidad, cada uno de los hermanos se hizo conocido en la sociedad limeña de su época por éxitos muy personales. Y era motivo de orgullo notar que lo habían hecho sin que el padre, Carlos, terminara el colegio. El orgullo del self-made”, dice, riendo, Reynaldo Ledgard, arquitecto limeño, decano de la Facultad de Arquitectura de la PUCP e hijo de Reginald. Este fue el ingeniero agrónomo que participó en la fundación de la Facultad de Mecanización Agrícola de la Universidad Agraria, y que, además, fue un precursor en los intentos de mecanización de la agricultura peruana, “aunque frustrados por los vaivenes de la historia nacional”, acota su hijo.
Augusto Benavides Diez Canseco (1889-1975)
Fue el arquitecto que empezó a mirar hacia el Ande. El que diseñó el condominio de Los Cóndores, en Chaclacayo, y llegó a ser alcalde de Lima. Augusta Barreda Benavides lo recuerda como “un escultor de la arquitectura, un artista”, y también como un hombre en contacto con el cosmos, interesado en lo espiritual, en el conocimiento, que dejó que la cosmovisión andina inspirase su trabajo. Así describe su nieta a Augusto Benavides Diez Canseco. Ella lleva el nombre en su honor, y sintió una conexión especial con él desde niña, cuando solía pasar los fines de semana en su casa, a la entrada de Los Cóndores, donde escuchaba a los mayores hablar sobre arte y política, y donde el arquitecto tomaba un sencillo desayuno de pan y té. “Era un hombre que había dominado su ego; su ego estaba donde tenía que estar”, enfatiza Augusta.
Por Rebeca Vaisman
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